La pinta es lo de menos - Semanario Brecha

La pinta es lo de menos

Cada vez que aparece una película de terror de una procedencia atípica, corresponde darle una oportunidad. Y es que para que haya podido sortear las inercias dominantes y los siempre misteriosos e inescrutables designios de la distribución cinematográfica, corresponde pensar que algo debe tener.

Más aun cuando, en particular, el cine de terror australiano ha demostrado dar obras brillantes como The Babadook y Wyrmwood.

La idea aquí1 es muy buena y consigue atrapar desde el primer minuto. Un psicólogo se ha mudado con su esposa luego de la traumática muerte de su hija. En casas antiguas, calles y trenes siempre oscuros, el hombre (Adrien Brody, cuyo semblante pálido pone en su justa medida una carga lastimera sobre el personaje), con la mirada perdida y a medio camino entre la vigilia y el sueño, deambula apesadumbrado e introspectivo, como intentando lidiar consigo mismo. En este insomne y deprimente clima, comienza a recibir extraños pacientes, cada uno más inquietante que el otro. Entre todos ellos, una niña se lleva el premio mayor, aparece y desaparece aleatoriamente, habla con palabras enigmáticas y proferidas como con cuentagotas. Envolvente e inquietante, la película se vale en un comienzo de ciertos golpes de efecto notablemente insertos que provocarán más de un salto en las butacas, sin abusar del recurso y volviéndolo de este modo siempre efectivo. Uno de los momentos más interesantes y acertados consiste en un diálogo en que dos de los personajes hacen cierta observación sobre los cuadros de Brueghel, y en particular sobre “Paisaje nevado con trampa de pájaros”, enfatizando ese costado siempre siniestro del artista.

El título original de la película es Back-track, algo así como volver sobre los pasos, sobre el camino hecho; el psicólogo tiene que indagar en sus recuerdos para dar con un asunto que su mente borró por completo, por ser demasiado horrendo como para poder lidiar con él. Este notable acierto del guión –la solución a los enigmas está en su misma psiquis– da asimismo una lectura muy interesante a todo el planteo: lo sobrenatural, las apariciones de ultratumba son simplemente un producto retorcido de sus traumas. El problema es que esta tesis se verá derruida cerca del final, cuando los fantasmas, sin el protagonista presente, generan su efecto en la realidad y en la resolución de los hechos, lo que deja la impresión de que se sacrificó esa posible interpretación –la más interesante– en función del espectáculo visual.

Prolija en su estética, con una narrativa clásica llevada con buen ritmo, la película falla contundentemente al presentar demasiadas desprolijidades de este tipo, planteando de a ratos resoluciones fáciles a enigmas sobredimensionados y, sobre todo, con carencias importantes a la hora de presentar diálogos creíbles –un intercambio en una comisaría con una mujer policía a la que el protagonista le revela una explicación de la muerte de su madre es, de lejos, el momento más penosamente inverosímil–. Eficaz en forma, débil en contenido, una obra que puede agradar o no satisfacer en iguales proporciones.

  1. Backtrack. Australia, 2015.

 

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