Hacía mucho tiempo que en la prensa oficialista china no se escuchaba hablar tan extensamente de socialismo. El presidente Xi Jinping fue el encargado, durante la sesión de apertura, de mentar la necesidad de promover “el socialismo con características chinas”. Agregó, también en varias oportunidades, que el país encara una “nueva era”, aserto que parece más realista que la referencia al socialismo.
De hecho, Diario del Pueblo titula con un sorprendente “El socialismo es grandioso” uno de sus comentarios sobre el XIX Congreso del Partido Comunista Chino (Xinhua, 20-X-17). En esa cobertura destaca que se trata de un evento que será decisivo “para el curso de la historia durante décadas o incluso siglos”.
Más allá de cierta euforia, propia de los encuentros de este tipo, la dirección del Estado chino destaca que el congreso trazó el camino para las próximas décadas. Ese futuro, según dicha cobertura, puede delinearse con base en los siguientes criterios: China será “un gran país socialista moderno” para mediados del siglo XXI, momento en que se habrá convertido en “un líder global en términos de la fuerza nacional integral y la influencia internacional, con una economía moderna, una cultura avanzada y unas fuerzas armadas de talla mundial”.
¿SOCIALISMO O NACIÓN? La elite china ha dado reiteradas muestras de realismo y prudencia, de modo que sus afirmaciones no deben desconsiderarse, aunque podemos colocar algunas entre paréntesis. Es evidente que la población vive considerablemente mejor que antes de 1949, incluso mejor que en la década de 1970, cuando finalizó la revolución cultural y el país se encaminó decididamente hacia la modernización con criterios capitalistas.
Sin embargo, se tiende a yuxtaponer el crecimiento de China como gran nación con la idea del socialismo. Xi aseguró que en 2035, o sea en apenas cuatro lustros, se habrá concluido la “modernización socialista”. En esa dirección, Diario del Pueblo destaca que “el Pcch convertirá a la China socialista en uno de los países más ricos y poderosos de la tierra, en lo que sería la primera vez que un partido marxista llegue a tal hazaña”.
Más desconcertante aun es la apelación a Deng Siao Ping, adversario de Mao, a través de una frase enigmática: “Cuando China entre a las primeras filas de las naciones, no sólo tenemos que haber iluminado un nuevo camino para los pueblos del Tercer Mundo, sino que también (y esto es aun más importante) debemos haber demostrado a la humanidad que el socialismo es el único camino superior al capitalismo”.
Es evidente que un país pobre como era China en 1949, y lo siguió siendo por lo menos hasta la década de 1980, necesitaba fortalecerse para no repetir la historia de invasiones y humillaciones vividas en los siglos XIX y XX, con las guerras del opio y la invasión japonesa. Sin embargo, la ambición de superar a Estados Unidos en materia económica y militar y, sobre todo, ofrecerse como luz para los pueblos del Tercer Mundo, parece repetir la historia de la Unión Soviética de la que Mao quería distanciarse.
No es lo mismo ser una gran nación que transitar un camino socialista. Según las definiciones más frecuentes, el socialismo es básicamente el poder de los trabajadores (obreros, campesinos y otros sectores populares) ejercido a través de consejos o parlamentos. Algo que no tiene la menor relación con la ambición de ser una gran potencia, ni de sobrepasar a los países capitalistas más desarrollados.
GUERRA EN EL HORIZONTE. La intervención de Martin Wolf en el Foro Ciudadano Global, realizado en San Pablo a comienzos de octubre, fue uno de los más profundos análisis sobre la actualidad en bastante tiempo. Wolf es columnista jefe del diario británico Financial Times y es considerado uno de los periodistas económicos más influyentes del mundo.
Alertó sobre los riesgos geopolíticos que vive el planeta, que atraviesa “los estadios iniciales de una transformación histórica del poder mundial” (Valor, 6-X-17). Occidente debe aceptar, dice, que no manda más en el mundo. Pero, agrega, “un conflicto entre Estados Unidos y China en algún momento será inevitable”.
No es una exageración. En la historia ninguna transición entre potencias hegemónicas se produjo sin guerras. La dominación española cayó en medio de las guerras de independencia y las guerras napoleónicas. La dominación británica fue hundida por dos guerras mundiales desastrosas. Si miramos hacia atrás, parece imposible que la actual hegemonía estadounidense pueda deshacerse sin guerras.
La propuesta china de desarrollo económico “Un cinturón, una ruta”, una red de infraestructuras que une los centros industriales asiáticos con Europa atravesando Asia, es la principal apuesta para pavimentar una hegemonía sin conflictos mayores. Pero esa ruta está plagada de guerras y amenazas, lo que llevó a China a instalar su primera base militar en el extranjero, en el estratégico puerto de Yibuti. Wolf tiene la certeza de que “en el largo plazo habrá guerra nuclear”.
Por eso el dragón afila sus dientes. Occidente como comunidad político-estratégica ya no existe. Trump y el Brexit se encargaron de mostrarlo. La Unión Europea se quedó sin objetivos de largo plazo. Washington está aislado y navega a los tropezones, generando inquietud incluso entre sus aliados más fieles, como Alemania.
De lo que pocos dudan es que el mundo se ha vuelto un lugar más violento y peligroso. Por eso China ya ha botado dos portaviones, está construyendo el tercero y el cuarto, y ambiciona alcanzar la decena, con lo que igualará al Pentágono. La flota china crece y se moderniza a un ritmo increíble, mientras su símil estadounidense se ha reducido por problemas presupuestales. La fuerza aérea china ya cuenta con cazas de quinta generación, está superando a Washington en la guerra cibernética y lo está alcanzando en la carrera espacial.
Hasta dónde llegará Beijing en su expansión militar es una incógnita. Las autoridades dijeron, durante el XIX Congreso, que no pretenden dominar el mundo como una potencia imperialista. Pero, ¿podrían decir algo diferente? La llamada “ruta de la seda” deberá ser militarizada para que las mercancías realmente fluyan de un extremo al otro del mundo.
La historia enseña que una gran potencia debe tener unas fuerzas armadas del tamaño de sus ambiciones. La presidencia de Xi Jinping, desde 2012, ha sido la que se empeñó en el mayor rearme de la historia, y todo indica que estamos apenas en los comienzos de un largo camino.
¿UN MUNDO CHINO? En América Latina no son pocos los que se frotan las manos ante el avance asiático. La presencia de China ya es importante en Venezuela, Ecuador y Argentina, crece en Bolivia y en Brasil, más allá de las coyunturas y el color de los gobiernos.
China es percibida de modos muy distintos en la región. Para los gobiernos es una alternativa comercial y financiera. Para los empresarios es una fuente de buenos negocios. Para muchos movimientos sociales es un dolor de cabeza, en particular por la minería a cielo abierto y el abusivo uso del glifosato en los monocultivos de soja, cuyo destino inevitable son los puertos asiáticos.
Aun así, una parte considerable de las izquierdas políticas y sociales observan el ascenso chino con favorable expectativa, ya que va de la mano del declive de la superpotencia que ha hecho de su patio trasero un exclusivo coto de acumulación de capital.
Quienes piensen que una hegemonía china será mejor que la decadente dominación estadounidense, ya que podría abrir espacios emancipatorios, deberían reflexionar sobre una de las ironías mayores de la historia del siglo XX. Las tres fechas que conmemoramos las personas de izquierda (no todas, por cierto), el 1 de mayo, el 8 de marzo y el 28 de junio, tienen fuertes referencias en la historia social de Estados Unidos.
Existen tradiciones emancipatorias no occidentales, por cierto. Pero ellas no anidan, hoy, ni en China ni en los países asiáticos que se han empeñado en una modernización autoritaria para emular a Occidente. Por el contrario, China se nos presenta como la sociedad del control tecnológico de la población, apelando a la inteligencia artificial para colonizar los más ínfimos resquicios de autonomía social.