El recitado previo a la retirada de la murga La Milonga Nacional en su repertorio de 1968 incluía el inmortal “¿Qué es una murga, mamá?”, y si bien la pluma de Carlos Modernell, “Dios Verde”, contestaba la pregunta a pura poesía, lo cierto es que una respuesta definitiva es bastante más compleja y trabajosa. El realizador canario David Baute se propuso en este documental exponer todo aquello que hace al género y a la expresión artístico-cultural “murga”, ampliando su alcance de la versión montevideana –nuestra referencia más cercana– hasta la España que la vio nacer, ejemplificada en los carnavales de Cádiz y Tenerife. Una fiesta popular que, no solamente en su versión local, se ha ido modelando de fiesta pagana en espectáculo híper organizado.
Es, hasta donde recuerdo, la primera película que intenta una aproximación antropológica a la murga, ya que trabajos anteriores (La Matinée, Jugadores con patente) la abordaban desde una noción más colectiva, haciendo foco en el proceso que atraviesa un grupo para llevar un repertorio al Carnaval.
El propósito aquí es ambicioso y apuesta a no ubicar al espectador en ninguna de las tres carnestolendas, dado que deliberadamente se omiten referencias geográficas y son las preguntas de César Troncoso como interlocutor de cada entrevistado las que sitúan al público antes de que aparezca un nombre que los identifique en los sobreimpresos. Así es que la cámara y los testimonios van y vienen sin decir “agua va” entre las tres ciudades, permitiendo corroborar algunas similitudes que no por conocidas dejan de ser asombrosas. Vemos a un conjunto de Carnaval ya vestido y maquillado haciendo la previa en la cantina y enseguida pensamos en algún club de barrio de Montevideo: en realidad se trata de una chirigota gaditana a la que pronto veremos sobre un escenario. El recurso elegido por el director y su equipo refuerza el efecto sorpresa al escuchar los coros y su acompañamiento. Si el “coloque”, la tímbrica y la forma de pararse de un coro de murga uruguaya hace que lo percibamos como inimitable, seguramente nos descoloque escuchar la fuerza y la expresividad de la chirigota en Cádiz (aunque hoy, Youtube mediante, podemos acceder a las presentaciones en el célebre teatro Falla, ejercicio que recomiendo a los afines al género). Pero si lo notable de algunas coincidencias estéticas no fuera suficiente para conocer de primera mano a la(s) murga(s) de allá y aquí, basta ver que sus rasgos intrínsecos, los temas a criticar y la condición de la murga como portavoz de las urgencias y preocupaciones de su comunidad trascienden fronteras. Entre los puntos en común también está haber mantenido vivo el género durante dictaduras que persiguieron, entre otros, a muchos artistas, a la vez que ejercieron mecanismos de censura. También hay un capítulo dedicado a lo que les cuesta a las mujeres murguistas –de aquí, allá y todas partes– ser reconocidas por sus pares hombres y por el público, y si hablamos de audiencia no faltan los fanáticos que corean cada canción y meten presión desde la enfervorizada tribuna: claro está, el Carnaval-concurso y la competencia entre grupos también nos hermana. En este sentido La murga… es una buena foto de cómo se vive el género actualmente1 por dentro y por fuera, y tiene el valor de presentar en sociedad a varios de sus destacados cultores. Troncoso se desempeña muy bien entrevistando como un recién llegado, que en rigor no es tal (supo salir en Carnaval como componente de los humoristas La Naranja Mecánica en los primeros noventa y trabajó en la puesta en escena de la murga A Contramano a mediados de la década pasada), y la variedad de voces y miradas sobre la murga enriquece el resultado final. Queda en el debe un tratamiento más en profundidad de los orígenes del género (someramente abordado al inicio del documental) y, curiosamente, es en el registro de las actuaciones en vivo donde el producto luce más débil. No es que sea fácil filmar durante una “gira” acompañando a los diferentes conjuntos por escenarios tan distintos, qué va. Tampoco se pudo filmar a placer en los escenarios donde se realizan los concursos (el Teatro de Verano Ramón Collazo, el teatro Falla de Cádiz). Sin embargo llama la atención cómo se opta casi siempre por un plano abierto que muestra al conjunto, en detrimento del murguista como unidad. Casi no hay planos cerrados que permitan ver los detalles del maquillaje y la expresión del artista al cantar, ni lo peculiar de sus pasos de baile. Algunos ángulos elegidos no le hacen justicia a la puesta de varios conjuntos. Un ejemplo está en las deslucidas tomas del escenario del tablado del Velódromo en contrapicado, aunque la locación sí que es ilustrativa de la cantidad de público que puede llegar a reunir una linda y cálida noche en Carnaval. Resulta llamativo además cómo desde la realización no está claro cómo establecer la diferencia entre las figuras de un cupletero y un solista de murga uruguaya. En el segmento donde se habla del cuplé y del rol de cupletero se utilizan imágenes de un precioso solo de Ricardo “Canario” Villalba en homenaje al maestro Julio Castro en un repertorio reciente de Los Diablos Verdes, una pieza bastante alejada de un cuplé. De hecho, quien escribe integró la murga ese año y la canción –además de justo homenaje– funcionaba como una “toma de aire” entre los segmentos de humor y crítica. Para destacar en cambio está la intención de llevar al espectador al lugar de testigo privilegiado de la trastienda murguera y concluir que lo que mantiene viva la llama murguera es el amor al género y el disfrute de ejecutarlo. O como lo resume la mansa arenga (valga la contradicción) que Pinocho Routin brinda a la murga A Contramano: “A disfrutar muchachos. Hoy estamos, mañana no”.
1. Aunque los créditos finales indiquen que el material se rodó entre 2013 y 2014, la mayoría de los espectáculos de murgas uruguayas pertenecen al Carnaval de 2012.