Un escritor fracasado al que por fin le tocó una buena mano viaja a Buenos Aires para entrevistarse con un publicista que le ofrece 20 mil dólares por un informe acerca de Imanol Vilas1 (alias de José Bergamín), un exiliado del franquismo a quien protegió durante un tiempo en Uruguay.
Así comienza El muro, de José Luis Gonzáles Olascuaga, una novela acerca de “La Numancia de Cervantes,2 (…) una parte de historia comparada (…) y otra autobiográfica, de neto perdedor profesional, como autor, como escritor y como pareja”, según dice de su propia obra el protagonista. La sección autobiográfica es nostálgica y resignada: la vivencia del amor después del amor en lo que había sido una relación de años con Laura –con quien había protegido a Vilas/Bergamín, ocultándolo en La Floresta 30 años atrás–, y las chispas de esperanza por Luciana, que nueve años antes de los sucesos de la novela lo había abandonado para emigrar a Euskadi. La otra historia es la de José Bergamín, la transición franquista y la restauración monárquica en España (especialmente la resistencia a ésta por parte del escritor español).
Un narrador autodiegético invita a ser confundido con el autor, con quien comparte al menos la edad, el trabajo con el teatro y el pasaje por la Escuela Municipal de Arte Dramático Margarita Xirgu. La novela también toca los dilemas vitales de los literatos, introduce un grupo de teatro euskera, al Pepe Mujica y muchos otros temas y personajes que se mezclan con pasajes ensayísticos. El manejo de todos estos sectores temáticos, en su mayoría tratados con solidez, resulta un tanto ambicioso para un libro de 220 páginas, y deja al descubierto un malogrado encastre.
Lo que nuclea los elementos y cada tanto hace avanzar la trama es la misión que tienen un amigo del protagonista –Gonzalo– y el “Chino”, contratados por el publicista bonaerense, que a su vez trabaja para un cliente misterioso. Esta línea, que también involucra a Margarita Xirgu, a Enrique Amorim y los restos mortales de Federico García Lorca, sea verosímil o no, demandaría por su centralidad argumental un desarrollo que no tiene en el texto, y sus interferencias con las reminiscencias e investigaciones del protagonista resultan gratuitas.
La trama compleja se desarrolla más allá de la pluralidad de temas, desde que el ambiguo narrador pretende hacerse el duro en la primera escena y se abre una maquinaria de identidades falsas y papeles representados. La temática principal va mutando, de la escritura de un texto sobre La Numancia se pasa a la creación de un informe acerca de Imanol Vilas, la posible máscara de otro español exiliado, Bergamín. Cabe decir que entre las extensas reminiscencias acerca del tiempo que pasó el protagonista con el exiliado, fuese éste quien fuese, surge una cuestión inmensa: cómo entender que Bergamín quisiera renegar del premio Cervantes y hacerse merecedor del castigo Cervantes de parte de la reinstaurada monarquía, cómo entender que Bergamín es, a fin de cuentas, un numantino.
La narrativa no se organiza tanto por una sucesión de eventos como de recuerdos, algunas historias contienen a otras pero la estructura funciona principalmente con derivas: los sucesos generan la reminiscencia de otros o disparan elucubraciones ensayísticas. Por dar un ejemplo, un incendio en La Floresta y un mensaje de texto de Luciana dan pie, sin marcadores temporales, a un desplazamiento hacia el pasado y la recreación del final de aquella relación amorosa, pero en esos pasajes el lector no tiene la ayuda del narrador, es espectador del devenir de la conciencia del protagonista.
La novela fue escrita en simultáneo con una obra de teatro del mismo nombre, estrenada a fines de 2015, y como en un espectáculo de sombras, hay momentos en que –a propósito– los espacios y ambientes descritos pierden volumen y se revelan como montajes. Bajo el signo del teatro, la clandestinidad y Cervantes, los encubrimientos se suceden en juego con la realidad y lo ficticio, los personajes nunca revelan todo lo que saben ni sus intenciones últimas. Incluso el narrador cita textos reales acerca de Bergamín (como Exiliado en sí mismo. Bergamín en Uruguay) y los mezcla con otros apócrifos (como la carta abierta de Mujica a Obama, en la que –en su versión de este lado del muro, disponible en presidencia.gub.uy– no hay mención a Bergamín). La novela no deja de ser el informe que se le encargó a su protagonista acerca de un José Bergamín, amalgama de ficción e historia.
El muro es una novela que se retuerce sobre sí misma, con muchos temas y líneas argumentales que se toman y abandonan. Lamentablemente el proceso de edición se revela por momentos muy descuidado a nivel de frase y de sintaxis narrativa, lo que conspira con la maraña de identidades, memorias y encubrimientos, con la dislocación de tiempos y espacios, para generar una narrativa confusa. Los muchos elementos manejados que pudieron generar una novela rica y compleja resultaron construir una simplemente complicada.
- Se le llama “Imanol Arias” –exclusivamente– en el primer capítulo.
- La Numancia relata la historia de una ciudad celtibérica en el siglo II a C, que ante la perspectiva de ser conquistada opta por la inmolación masiva.