Toman debida nota de los artículos periodísticos que difunden su existencia, así que vamos a esforzarnos más que de costumbre y a escribir estas líneas a pocos centímetros del departamento de Corrección. Hablamos de Acción Ortográfica de Quito, pionera entre las nuevas brigadas de intervención urbana que han decidido que el idioma importa, y que la falta ortográfica debe ser señalada y remendada, ya se trate de inscripciones oficiales en granito como de los grafitis espontáneos de los muros. En su cuenta en Facebook, van sumando con orgullo los artículos periodísticos que les han dedicado atención, más un vasto repertorio fotográfico de sus intervenciones y un registro de aquellos ingratos usos del idioma que aún esperan en el muro por que los aerosoles vayan tras su redención. Al grupo de Quito, se ha sumado recientemente Acción Ortográfica de Madrid (Acoma), que reconoce su inspiración en el grupo ecuatoriano y que así se presenta en su muro de Facebook: “Nos gusta que la gente se comunique bien, y estamos dispuestos a ayudar con lo que sea: rotuladores, aerosoles, cinceles, y con bofetadas, si es preciso. Somos un grupo desordenado de personas que ayudamos a otros a comunicarse mejor. Para eso, corregimos carteles, rótulos, documentos, señales con todos los medios a nuestro alcance (…) Queremos demostrar que los ortográfilos somos una minoría, pero violentamente dulce y activa. Únete”.
A continuación desgranan una pequeña lista de requisitos para sumarse al colectivo: “1. Una buena ortografía. 2. Un texto mal redactado en Madrid. 3. Un rotulador, spray o cualquier otro medio de corrección. 4. Una cámara”. “¿Qué debes hacer?”, es la pregunta que sigue, y fácil la respuesta: “1. Corrige (bien) el texto y fírmalo como Acoma o Acción Ortográfica de Madrid. 2. Retrátalo para la posteridad. 3. Envíanoslo. P. D.: Si no logras corregirlo ‘in situ’, puedes hacerlo con un programa de procesamiento de imágenes”.
Por motivos tan evidentes y rotundos como una buena piña en la cara, tanto los integrantes del grupo de Quito como sus colegas madrileños prefieren preservar su anonimato, aunque no por ello inhiben declaraciones a los medios. Una nota de El Mundo (13-III-15), por ejemplo, logró recoger la palabra de la barra madrileña. Fueron primero consultados a propósito de su intervención sobre los arruinados versos de José Zorrilla sobre los que los turistas caminan diariamente en la calle de las Huertas, en Madrid. Para vergüenza del ayuntamiento madrileño, Acoma ha tomado cartas en el asunto, y ha señalado las erratas. Y es que el hecho de que un clásico de la literatura española haya sido tan mal volcado al sueño eterno constituye “un magnífico ejemplo de desidia y de la falta del respeto al ciudadano… y al autor. (…) Hablamos de letras de metal incrustadas en piedras. Eso se traduce en una gran cantidad de planificación y mucho tiempo para leer, releer y revisar lo que haces. Y ni así (…). Estamos casi seguros de que la profe de primaria del responsable que autorizó esto tiene cólicos nefríticos por este motivo”, se lamenta en el artículo José “Multipolar”, uno de los miembros de Acoma.
Pero esto es sólo el comienzo. No ha de faltar mucho para que la semiótica y otras ciencias de lo urbano tomen nota del incipiente fenómeno. En el exacto momento en que la discusión sobre “arte callejero” versus mero “vandalismo” parecía haberse puesto fría, los vengadores de la lengua llegan a reencender el fuego. Y es que a los simpáticos propósitos de estos colectivos –una suerte de “policía del grafiti”, como seguramente serán vistos por sus “corregidos”– no les incumbe la naturaleza intrínsecamente espontánea, y por lo tanto, necesariamente veloz, “incorrecta” y azarosa de la expresión conocida como grafiti. De hecho, se saben molestos, y se ríen de ello. No hay ningún problema en reconocerse como “el equivalente gráfico de la colleja no dada por el profesor de primaria”. Sí, también quiero saber más de la palabra “colleja”.