Al igual que en el derecho penal de los siglos XVI y XVII, que imponía la muerte al tercer robo o hurto, para Andrés Manuel López Obrador la tercera fue la vencida. Ya había disputado electoralmente la presidencia de México en 2006, con una derrota muy polémica a sólo medio punto porcentual por debajo del panista Felipe Calderón, y en 2012, cuando fracasó ante la candidatura de Enrique Peña Nieto. Sin embargo, en esta tercera ocasión López Obrador gozó de un triunfo memorable, con el 53 por ciento de apoyo popular y más de 30 puntos porcentuales de ventaja respecto a su principal rival.
Pese a los largos años que lleva haciendo política, el único cargo público que ha desempeñado hasta la fecha ha sido el de jefe de gobierno de la Ciudad de México (2000-2005), donde tuvo tasas de aprobación de hasta el 86 por ciento. Todos los días a las seis de la mañana López Obrador ofrecía un balance de las actividades del gobierno en rueda de prensa, y durante ese período puso su cargo a disposición en dos consultas ciudadanas que lo respaldaron con un 90 por ciento de los votos. Fue durante su gestión cuando se implementó un sistema universal de pensiones para los adultos mayores, un programa que, pese a ser severamente criticado por sus opositores, después varios gobiernos también decidieron aplicar.
En esta ocasión, López Obrador y su partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) –creado por él mismo en 2014 tras su salida del Prd– han conseguido captar el enorme voto de descontento social tras una gestión de gobierno de Peña Nieto que terminó con un margen de aprobación de tan sólo el 12 por ciento. Para ello fue necesario captar el voto millennial, un target poblacional con el peso de un tercio sobre el actual censo electoral mexicano, y que tan sólo ha vivido en política la alternancia en el gobierno entre el Pri y el Pan, los dos principales rivales de López Obrador en estas elecciones.
La generalizada corrupción institucional, la carencia de avances en materia de seguridad y un crecimiento económico muy mediocre durante el sexenio de Peña Nieto han permitido que con un discurso sencillo y sin propuestas muy concretas AMLO haya conseguido aglutinar el voto mayoritario de los electores mexicanos frente a unos partidos tradicionales que poco o nada ofrecían de nuevo en esta campaña. López Obrador, desde que el 14 de diciembre de 2017 arrancara oficialmente la campaña electoral, se posicionó siempre a la cabeza de la intención de voto, presentándose como el único antagonista al poder establecido y la representación del cambio en México, lo que de hecho fue así tras no permitirse el registro electoral de la candidata María de Jesús Patricio, quien fuera respaldada por el Concejo Indígena de Gobierno y el neozapatismo chiapaneco. Las principales medidas propuestas por López Obrador en su campaña plantean fundamentalmente acabar con la corrupción, acordar una amnistía al “narco”, buscando terminar de una vez por todas con una violencia cuyas víctimas son predominantemente los más pobres en el país –tan sólo durante el año 2017 se produjeron más de 29 mil asesinatos–, y liquidar las nefastas reformas energéticas y educativas emprendidas por el anterior gobierno.
López Obrador utilizó el ahora usual panfleto propagandístico que fue adaptado por los diferentes gobiernos izquierdistas de Sudamérica durante el ya finalizado ciclo progresista, es decir, el vincular su futuro gobierno a un nuevo proceso revolucionario en el país, que en esta ocasión sería el cuarto tras la independencia mexicana, las reformas liberales del siglo XIX y la revolución que tuvo lugar durante la década que va de 1910 a 1920 y que significó el fin de una dictadura porfiriana de 30 años.
Pero más allá de discursos propagandísticos, lo cierto es que este AMLO ganador ha planteado una campaña electoral de corte “atrapa-todo”. Es un hecho que a su propuesta electoral se sumaron todos los que quisieron, muchos de ellos con una trayectoria política más que discutible, lo que ha ido desplazando a los segmentos de la militancia históricamente más vinculados a la izquierda mexicana. Es el caso, sin ir más lejos, de quien ejercerá como jefe de gabinete, el empresario Alfonso Romo, la ex panista Tatiana Clouthier –quien fue la coordinadora general de campaña y a través de la cual se integraron antiguos panistas a la campaña, como Gabriela Cuevas, José María Martínez o Germán Martínez, entre otros– o alianzas tan rocambolescas desde el punto de vista político como la establecida con el conservador evangélico Partido Encuentro Social (Pes).
Con una propuesta política absolutamente descafeinada desde la perspectiva ideológica, López Obrador ha conseguido incorporar todo tipo de voto a su propuesta electoral, incluso el voto castigo al sistema tradicional de partidos en México, beneficiándose a la vez de la guerra política establecida entre el Pri y el Pan –partidos que estuvieron muy cercanos durante el sexenio de Peña Nieto– durante esta campaña electoral.
Como conclusión, si bien es cierto que el triunfo de AMLO en México es una buena noticia para la democracia de un país que ha sido tildado de “dictadura perfecta”, también lo es que a esta propuesta electoral poco se le encuentra que pueda calificarse de alternativo. La izquierda que queda en lo que representa López Obrador no es más que una muy clásica y conservadora, que le da más peso a la intervención estatal que a los derechos de las minorías o a la equidad de género. Pese a ello, esa izquierda tendrá su oportunidad en un país en el que el 43,6 por ciento de la población –es decir, 53,4 millones de personas– vive en la pobreza y la desigualdad, que, junto con la violencia y la corrupción institucional, es uno de sus problemas más apremiantes.