La salud y los medios de comunicación masiva - Semanario Brecha

La salud y los medios de comunicación masiva

Los medios de comunicación y las seudoverdades.

Medios de comunicación.

“Igual que en la vidriera irrespetuosa

De los cambalaches se ha mezclao la vida

Y herida por un sable sin remaches

Ves llorar la biblia contra un calefón.”

 “Cambalache”,
de Enrique Santos Discépolo.

Uno de los problemas más importantes de la humanidad en el momento actual es saber dónde está la verdad. A quién creer en medio de una selva de disparates entremezclada con algunas verdades. La verdad es cada vez más esquiva, y hasta se desconfía de que exista. Es una especie de animal perdido al que todos apedrean por infiel. Los medios de comunicación masivos dan un gran espectáculo de magia diariamente en el que la verdad es mentira y la mentira, verdad.

Podríamos referirnos a hechos políticos de evidente notoriedad, pero no es a ellos a los que dedicaremos este espacio, sino a la verdad y a la mentira en el ámbito de la salud. Me motivó escribir estas líneas un médico que en un programa de radio ridiculizó públicamente su formación científica recibida en la Facultad de Medicina, y que exaltó las medicinas de alternativa mientras condenaba las vacunas, con total desparpajo.

El criterio médico para diferenciar las habladurías sin fundamento de una “presunta” verdad es el método científico. Es difícil saber dónde está la verdad cuando se trata de tratamientos que sirven de alimento a las fieras de la industria farmacéutica y de la tecnología médica. Uno de cada cinco ensayos clínicos publicados en revistas científicas tiene un vínculo comercial. Pero eso no significa que todos los tratamientos que propone la industria sean mentira y que no existan estudios serios independientes.

La metodología científica se encuentra perturbada porque con frecuencia los resultados que se muestran están falseados o distorsionados con el objetivo de imponer comercialmente tal o cual producto. Los médicos son el blanco preferido de un marketing muy sofisticado, porque de sus lapiceras surge el consumo y el negocio de los medicamentos. Encontrar la verdad del mejor tratamiento obliga a sortear los sesgos que se introducen en la metodología científica.

Por cada mil dólares que la industria invierte en marketing se incrementa la indicación médica en 0,1 por ciento, pero debido al alto consumo o alto precio, la ecuación garantiza buen rendimiento.

Con frecuencia un medicamento que sale al mercado con aureola de maravilla, a poco de ser utilizado cae por inútil o por los efectos colaterales indeseables. Los médicos veteranos saben que el tiempo es de alguna manera una forma de conocer la verdad. Veritas filia tempore: la verdad es hija del tiempo. Con el paso de los meses y los años, los medicamentos se asientan o desaparecen en el olvido.

El digital es una sustancia de origen botánico, utilizada para mejorar la función cardíaca, que fue descrita por primera vez en 1543 por Leonhart Fuchs y vinculada con un efecto descongestionante (disminuía las hinchazones que acompañan la falla cardíaca). Desde ahí hasta el presente, el fármaco sigue vigente. Todos los años salen al mercado una enorme cantidad de nuevos medicamentos. De ellos, muy pocos representan avances significativos en la terapéutica, mientras que un número mayor son incluso nocivos (véase gráfica adjunta). De esos, sólo unos pocos pasarán la prueba del tiempo como el digital.

LOS GRANDES SALTOS. Los medios de comunicación vomitan una enorme cantidad de seudoverdades con un objetivo exclusivamente comercial. Muchos programas televisivos se dedican a hablar de salud; algunos con relativa seriedad, pero otros con total inconsciencia e irresponsabilidad con respecto al impacto que son capaces de provocar. Se dejan llevar por el interés comercial o por la espectacularidad de la noticia, sin reparar en que divulgan mentiras a secas. El resultado es el incremento en el consumo de gran cantidad de productos inútiles, e incluso nocivos.

Los grandes saltos históricos de la salud humana los constituyeron medidas tales como el saneamiento, el agua potable, la organización sanitaria y las vacunas. Ninguno de los medicamentos de alto precio tan en boga, destinados en su mayoría al cáncer, tuvieron impacto similar.

Las vacunas, así como el digital, están también generadas por el interés comercial de la industria, pero hay que distinguir lo eficaz de lo ineficaz.

Cuando un médico formado en nuestra facultad diserta sobre la inconveniencia de las vacunas, hace mucho daño, y más si lo hace en un medio de comunicación. Genera desconcierto y temor, desconfianza en la organización sanitaria y en aquellas medidas que realmente cambiaron la historia. La palabra que se pronuncia en un medio tiene lamentablemente fuerza de verdad aunque se diga un enorme disparate. Así ocurre con la propaganda (como decía Raymond Chandler: “Todo lo que dice la propaganda es mentira”).

El título que otorga la Universidad representa un voto de confianza en un comportamiento ejemplar desde el punto de vista ético, que en el caso de la medicina está enraizado en la búsqueda de la verdad a través del método científico.

El Código de ética médica (ley 19.286 del 25 de setiembre de 2014) dice que el médico debe “ser veraz en todos los momentos de su labor profesional, para que los pacientes y la sociedad tomen las decisiones que les competen. (…) El médico debe procurar los mejores medios científicamente aceptados de diagnóstico y tratamiento para sus pacientes, así como el rendimiento óptimo y equitativo de dichos recursos” (…) El médico debe distinguir los hechos científicamente aceptados de sus opiniones o convicciones personales, dada su importante influencia en el pensar y el sentir social”.

Ya nadie duda de que un paciente con apendicitis se cura cuando se le extirpa el apéndice enfermo; con la misma evidencia se sabe que las vacunas son fundamentales para mantener la salud de la población y evitar las nefastas epidemias del pasado. Un médico no puede afirmar públicamente lo contrario sin caer en una falta ética. Puede y debe revelar los intereses en juego, que siempre los hay, pero no por eso puede tirar por tierra herramientas de enorme importancia para la salud.

Gracias a las vacunas, en nuestro país el sarampión hace años que no se ve, la viruela ya no existe y el tétanos es excepcional. ¿Cómo poner en duda semejantes verdades que se asentaron realmente con el paso del tiempo?

Los reporteros, entrevistadores, locutores, periodistas suelen quitarse la responsabilidad de los dichos de un entrevistado, sin considerar que al colocar un micrófono frente a un sujeto que dice disparates se tiene tanta o más responsabilidad que quien los dice. El medio de comunicación enfoca el lente y muestra para que se vea lo que quiere que se vea, o que se diga lo que quiere que se diga. La verdad está sesgada por intereses diversos, entre ellos los del divulgador, que con frecuencia escandaliza para obtener audiencia, a pesar de los inconvenientes que ello provoca en última instancia. El divulgador, en nuestra sociedad mercantilizada hasta los tuétanos, vive de la audiencia sin la cual no es nada, por tanto prioriza el rating.

Los periodistas deberían atenerse a un código de ética para evitar la distorsión provocada por la búsqueda de audiencia y evitar inducir concepciones mentirosas en relación con la salud. Deberían evitar ser herramientas de la manipulación comercial.

EL VALOR DEL SABER. Es necesario que pongamos atención a la anestesia general en la que estamos inmersos, frente a profesionales inescrupulosos, y frente a una gran variedad de pelafustanes, que en nombre de la ciencia profesan por los medios de comunicación los tratamientos más disparatados y dicen las cosas más absurdas, basados en convicciones propias o ajenas, pero sin ningún sustento racional. Cada uno de estos individuos, bienintencionados o no, dice su propia verdad según su entender, sus convicciones propias, en un delirio quijotesco de sanación, desprendido de la realidad científica y emparentado con las nuevas religiones sanadoras en las que el único sustento es la fe y el interés del pastor en el crecimiento del rebaño, para alegría de su bolsillo.

¿Cómo explicar este silencio, tan absurdo como cómplice, de la sociedad y de sus representantes ante los dichos de estos energúmenos? ¿Cómo es posible que nadie se levante indignado y que no se le reclame a quien da la palabra sin cuestionar a personas que hablan en nombre de la medicina y de la ciencia, cuando en realidad reniegan de ellas? ¿Cómo es posible que el Colegio Médico de Uruguay no tome cartas en el asunto, exigiendo a los profesionales comportamientos acordes con el Código de ética médica? ¿Es posible que avance la epidemia de médicos adeptos a formas de “medicina no tradicional”, utilizando para ello el título profesional otorgado por la Udelar, cuando se sabe desde el punto de vista científico que no hay nada más que efecto placebo? ¡Qué silencio de los jueces cuando deberían actuar de oficio ante las curas milagrosas! ¿Qué nos está pasando?

Varios médicos y otras personas no médicas han puesto en duda públicamente las opiniones del doctor Jorge Quián, pediatra de enorme trayectoria y experiencia clínica como intensivista y como infectólogo. Es llamativa la tendencia iconoclástica de la sociedad contemporánea, medios mediante, que empareja o enrasa al que no sabe nada, o que apenas leyó algunos titulares en Google, con el que tiene una sólida formación y especialización en determinado tema.

No es lo mismo una opinión que otra, y los periodistas tendrían que colocar a cada uno en su lugar, y para que también la población conozca la diferencia del peso relativo de las opiniones de unos y otros.

Señores periodistas, perdonen que les diga algo que no quieren oír (estas cosas siempre molestan y enojan): muchos de ustedes son responsables de gran parte del descrédito médico y del auge del ejercicio ilegal de la medicina, así como de las consecuencias que esto trae aparejado: retardo en la consulta y diagnóstico tardío de enfermedades que, tomadas a tiempo, podrían haberse curado, abandono de tratamientos de enfermedades potencialmente mortales (ejemplo del asma grave), resistencia a la vacunación y posible reaparición de enfermedades desaparecidas, gastos en medicamentos y exámenes innecesarios, medicalización y patologización de la sociedad al crear enfermedades inexistentes. En fin, la lista es larga. Creo que deberían verse a sí mismos desde esta perspectiva y asumir la responsabilidad que tienen sobre la salud de la población, ejerciendo su profesión sin ningún otro interés que el de la población en su conjunto.

Esto no pretende una “quema de brujas”, sino un llamado a la reflexión sobre la responsabilidad de los periodistas en relación con la salud, y de los médicos que ejercen técnicas diagnósticas o curativas no regidas por el método científico. Tampoco pretende abandonar la fe y la esperanza en los procesos curativos, sino que no se engañe a la población.

No se trata de una defensa del poder que genera el saber académico, sino de la defensa del saber en su proyección en la salud de la población.

Artículos relacionados