Hecha esa necesaria salvedad, y expresado ese respeto, digamos que este último disco del guitarrista Beto Ponce, que resultó ganador del Grafitti 2015 en la categoría Mejor Disco de Jazz, no resultará una experiencia particularmente seductora al oyente de este tipo de música, que en general sabe y mucho del jazz de origen estadounidense, de sus numerosos y fértiles capítulos europeos, y de aquél cultivado en Uruguay.
Últimamente han aparecido discos de jazz local notoriamente superiores, como el del bajista Federico Righi, el del Trío Ibarburu, el de Nacho Mateu y el del Jeremías di Pólito Quinteto.
En este disco, plagado de supuestas “atmósferas”, con melodías que no levantan vuelo, falta un elemento esencial del jazz: las grandes improvisaciones instrumentales. Se me dirá que de pronto no fue la intención de Beto hacer un típico disco de jazz, pero recientemente el artista se ha declarado admirador de Weather Report, Miles Davis y Jacko Pastorius, dos jazzistas y un grupo de primerísima línea.
Por momentos suena una trompeta asordinada a lo Miles Davis, por momentos algún arreglo interesante con fuerte protagonismo del vibráfono, hasta que aparece la guitarra de Ponce, que tiene un precioso sonido, limpito y sin mayores efectos de electrónica, pero que se queda en eso: hace frases de poco vuelo y amaga solos virtuosos que no pasan de ciertos elementos típicos, como cuerdas estiradas en determinadas notas y algún leve rasguido funk. Hay un buen trabajo de la base rítmica integrada por Tato Bolognini en batería y Leo Anselmi en bajo, que parecen estar dándole el pie todo el tiempo al guitarrista para que despegue de una vez, para que abra el libro, pero ese libro permanece insólitamente semicerrado.
Es el tercer disco de Ponce, que fue alumno de guitarra del desaparecido y legendario “Príncipe” Pena y que luego decidió volcarse al jazz –o a la música instrumental con ciertos toques de candombe y tango–. El primero fue Betumancia, continuando luego con ¡Ay ay ay! hasta desembocar en este Aurora que sin duda gustó mucho al jurado de los premios Grafitti.
Beto toca todas las guitarras, compuso todos los temas y hasta ideó el diseño de la carátula, que es bastante pobre, con una suerte de ilustración metafísico-espacial donde no faltan platos voladores, esculturas de la Isla de Pascua y hasta un retrato del inconfundible Planetario Municipal de Villa Dolores.
También llama la atención el hecho de nombrar a los temas en inglés, como jugando al jazzista estadounidense: títulos como “Old es cool”, “Seven in heaven”, “Wird”, “Deep” o “Urban funk”.
Hay algunos momentos realmente interesantes, como “Old es cool”, con una suerte de atmósfera funk pero tranquila, “Fractal”, y especialmente “Urban funk”, el momento de mayor y mejor guitarrismo de todo el disco, y que incluye como dato enternecedor para los beatlemaníacos de alma una referencia sobre el final del tema a la melodía de George Harrison “Within You and Without You”, que abría la cara B del inmortal Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band.
Repito: el disco no seduce ni por el lado del virtuosismo instrumental –arma fundamental de todo disco de jazz que se precie–, ni por el lado de las “atmósferas”. De todas formas es un trabajo interesante que pinta un costado poco transitado de la música popular uruguaya y que, dicho sea de paso, suena como los dioses, grabado por Santiago Montoro –un gran técnico y un dotado guitarrista– en el estudio Aceituna Brava.