“¡Asolada está Nínive!
¿Quién tendrá piedad de ella?”1
En angola, una sequía que duró tres años empeoró las condiciones de vida de la población rural y la desnutrición afectó a unos 530 mil niños. Más al norte, en Kenya, otra sequía ha puesto en riesgo de vida a un millón y medio de personas, que están teniendo serias dificultades para conseguir suficientes alimentos y agua potable como para mantenerse con vida. Y en Sudán, donde ya lleva años y se agrava por la guerra, la sequía ha causado pérdidas de cosechas y animales, abandono de granjas, aumento del precio del agua y los alimentos y hasta emigración masiva. Más al norte aun, se habla con temor del riesgo de un conflicto internacional porque Etiopía está construyendo una represa que podría restarle aguas a Egipto, cuando ambos, que dependen de la agricultura local para su subsistencia, sufren sequías sucesivas. Otros países africanos afectados por la sequía, algunos desde hace varios años, son Sudáfrica, Mozambique, Namibia, Somalia y Zambia.
En Asia hay sequía en varias regiones de Irán, India, Pakistán, Tailandia, Vietnam y China, entre otros países. En el norte de Taiwán, por ejemplo, las autoridades se enfrentan a la peor sequía de los últimos 70 años. Las aguas de la represa de Shihmen, una de las tres mayores del país, se usan para producir energía hidroeléctrica, para la agricultura y para el consumo de unos 3 millones de personas. A comienzos de abril esta represa contenía sólo una cuarta parte de lo normal, y en varios sitios ya se veía el lodo del fondo, resquebrajado por el sol. La compañía estatal del agua reconoció que desde su construcción, hace más de 50 años, esta represa nunca ha estado tan vacía, y decidió comenzar a regular el suministro a la población. Tiempo atrás ya habían impuesto cortes en el uso de las aguas de Shihmen para el regadío de cultivos agrícolas. Por ahora, las medidas adoptadas incluyen un corte total del agua dos días por semana.
Y POR EL BARRIO… En América, ahora mismo están afectadas regiones de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Cuba, Estados Unidos, Guyana, Honduras, México y otros países. Chile acaba de vivir el verano más seco de los últimos 50 años, con sequías en varias regiones, escasez de agua en poblaciones y ciudades y grandes incendios forestales. En marzo el gobierno declaró la “emergencia agrícola” en más de la mitad de las comunas del país, y la presidenta Michelle Bachelet declaró que la falta de agua ya es una situación crónica y que debe asumirse que se trata de “una realidad que vino para quedarse”. Justamente, esta sequía se puede ver como una continuación de la que comenzó en 2007, y según los expertos su gravedad está relacionada con el calentamiento global, un fenómeno climatológico que no se espera se revierta en los próximos tiempos, sino que más bien se pronostica su agravamiento. Bachelet anunció un plan nacional para la sequía que incluye la construcción de 19 grandes embalses y seis plantas desalinizadoras, encauzamiento de ríos, aumentar el uso de las aguas subterráneas y –de pronto lo más sustentable y prometedor– una serie de cambios en el consumo de agua, tendiendo a un uso más restringido y al reciclaje de aguas servidas. El ministro de Agricultura, por ejemplo, declaró que para adaptarse a este cambio climático los agricultores deberían reducir el riego de sus cultivos. En su lucha contra este problema el gobierno corre con una desventaja que afortunadamente no existe en Uruguay: en Chile la dictadura privatizó el agua y los chilenos aún no han conseguido revertir ese disparate. Pero en los últimos tiempos una combinación de grandes manifestaciones populares, los crecientes conflictos por el agua entre campesinos y grandes empresas mineras y el debate político generado por la gravedad de la situación han impulsado al gobierno a considerar algunos cambios en el Código del Agua, tratando de devolverle al Estado más incidencia sobre este recurso vital.
La sequía es aun más imponente en Brasil, donde millones de habitantes de San Pablo y otras ciudades ya no pueden contar con acceso diario al agua potable y se pronostican cortes generalizados porque los reservorios de agua están bombeando sus reservas, que disminuyen continuamente desde hace meses. Además del calentamiento global y la falta de lluvias, el problema se agrava por diversas causas, entre las cuales se cuenta que uno de los mayores reservorios de agua de San Pablo está contaminado, la red de tuberías llega a perder un tercio del agua que transporta, por falta de mantenimiento, y sucesivos gobiernos han permitido la urbanización descontrolada, la deforestación del bosque indígena en la Amazonia y un tipo de forestación y agricultura publicitado como “eficiente” pero que consume demasiada agua y agrava el calentamiento global.
TÚ TAMBIÉN, TÍO. Pero si estas son sequías imponentes, la que está sufriendo California, en Estados Unidos, amenaza con ser estremecedora, porque podría arruinar de modo irreversible la agricultura de un estado que es el principal productor de alimentos en un país cuyas crisis acostumbran tener consecuencias mundiales y cuya casta dominante ha demostrado hasta el hartazgo una infinita preferencia por las alternativas bélicas cada vez que opina que sus intereses y privilegios corren riesgo.
La falta de agua en California ya era tan grave hace un par de años que en el correr de 2013 y 2014 los ganaderos se vieron obligados a sacrificar sus animales o exportarlos a otros estados, y los agricultores comenzaron a dejar sus campos en barbecho y a endeudarse con préstamos y créditos para perforar nuevos pozos en busca de agua, cubrir deudas por cosechas perdidas y tratar de sobrevivir hasta la próxima siembra. Es una situación verdaderamente complicada, pero no sólo en el sentido que se le da actualmente a esta palabra en Montevideo, como sinónimo de “grave”, sino en su sentido más universal, en referencia a su complejidad, por estar compuesta de muchas partes interdependientes.
Luego de que las autoridades le hubiesen adjudicado a buena parte del estado la más grave calificación: “sequía excepcional”, buena parte de los 39 millones de habitantes de California seguían regando sus campos de golf y el césped de sus residencias, llenando sus piscinas privadas y lavando frecuentemente sus autos, malgastando el agua en procesos comerciales e industriales que fácilmente podrían ser más eficientes. Los agricultores, por su parte, seguían cultivando las especies para las cuales el mercado pronosticaba la mayor y más rápida ganancia, sin pensar que, de seguir la sequía, esa elección tan cortoplacista no sería eficiente ni daría tantas ganancias, bombeando agua para regar sus cultivos a pesar de que algunos reservorios se venían vaciando mes a mes, y haciendo una oposición muy activa contra las tímidas sugerencias de comenzar a pensar en la posibilidad de restringir el bombeo de aguas subterráneas. Por último, las empresas petroleras siguieron extrayendo gas y petróleo de esquisto, a pesar de que el método del fracking consume grandes cantidades de agua (esta tecnología se basa justamente en bombear enormes cantidades de agua en las perforaciones, para generar “grietas” de las cuales luego se extraen los hidrocarburos, también a partir de la inyección a presión de grandes volúmenes de agua) y a menudo contamina acuíferos y napas vecinas, por los centenares de componentes químicos que se mezclan en el agua de bombeo. Y como las autoridades permitieron el disparate de que todas estas actividades prosiguieran libremente en plena sequía, las represas están ahora casi vacías.
Para peor, según el Monitor de Sequía, organización dependiente del Departamento de Agricultura, los reservorios probablemente no volverán a sus niveles normales gracias al deshielo de la primavera, que ya comenzó, porque en las montañas (¡la Sierra Nevada!) la capa de nieve –allí donde la hay– es de apenas unos pocos centímetros. Así que las próximas nevadas, si es que llegan abundantes en el invierno, recién podrán contribuir con agua para abril o mayo del año 2016, de modo que las reservas sólo podrían ser recompuestas durante el resto del año si se producen grandes y sostenidas lluvias, lo cual podría ocurrir, pero no está pronosticado.
VOLVER AL ESTADO. La falta de previsión, regulación y control permitió que estos problemas se agravaran demasiado antes de que comenzaran a imponer restricciones y alternativas, pero al menos las distintas autoridades que controlan las aguas fueron disminuyendo gradualmente las cuotas asignadas a las granjas y empresas agrícolas. Por último, hace unas semanas, el gobernador decidió imponer las primeras restricciones al consumo de agua en la historia del estado, aunque por ahora este decreto se dirige más a los ciudadanos particulares que a la industria, y el gobernador, quizás inhibido por su gobierno, sus votantes o su propia ideología, todavía no ha querido impedir que los granjeros y las empresas del agro sigan extrayendo agua de sus pozos privados, perforados cada vez a mayor profundidad, a medida que baja el nivel del agua subterránea. Poco a poco en algunos sitios está descendiendo el nivel del suelo, causando quebraduras y roturas en puentes, edificios, carreteras y acueductos. Ese hundimiento, a veces acompañado de una compactación de capas profundas donde normalmente se filtraba el agua de las lluvias y deshielos, impedirá que esos suelos puedan almacenar agua cuando llueva nuevamente: habrán perdido esa capacidad para siempre.
Si bien las causas y condiciones de las crisis derivadas de la sequía de los años treinta y las actuales son parcialmente distintas, existe un factor común entre ambas catástrofes agrícolas y ambientales, que probablemente se arrastra desde hace unos 12 mil años, cuando inventamos la agricultura. Nuestro impulso por aumentar la productividad de la tierra más allá de lo ecológicamente sustentable, nuestra falta de previsión, y la tendencia a “trampear” las cuentas (como cuando pensamos que un cultivo genera un alto porcentaje de ganancia, y no incluimos en el cálculo costos como el del agua, la infraestructura pública y la salud de la población), llevan inevitablemente a implantar métodos de producción que al cabo de un tiempo comprometen los recursos naturales y la sustentabilidad de la agricultura, exponen las cosechas a plagas y generan problemas para los cuales se promueven soluciones tecnológicas y administrativas (más fertilizantes, más plaguicidas, más regadío, más leyes y reglamentaciones que a veces ni siquiera son controladas) que en el mejor de los casos remedian temporalmente los síntomas, hasta la próxima crisis.
Las enormes plantaciones de granos implantadas en Mesopotamia gracias al poderío del imperio militar asirio, que explotaba a esclavos y mano de obra barata para construir canales de riego y cultivar grandes extensiones con unas pocas especies (los inicios del famoso monocultivo), y el alto gasto militar que necesitaba mantener porque se dedicaba a invadir a sus vecinos frecuentemente, fueron algunas de las razones que acabaron con Nínive, probablemente la ciudad más grande y adelantada de la época. Y desde que nuestros antepasados abandonaron Nínive al desierto hace más de 2.500 años y emigraron a otras tierras2 algo parecido volvió a ocurrir en Asia, Europa y América cada vez que no fuimos cuidadosos con los recursos naturales.
Algunos de los granjeros que contribuyeron con su trabajo y ambición al auge de la agricultura californiana y –por el método usado– también a su declinación y probable final, son descendientes directos de migrantes que hace unos 80 años se vieron obligados a abandonar sus granjas en los estados del centro del país, por otra catástrofe ambiental cuyo componente principal fue una gran sequía. Esa catástrofe se llamó el Tazón de Polvo3 y fue también, en parte, el resultado de una agricultura muy productiva pero poco sustentable. En simbiosis con los bancos, que les otorgaban créditos para comprar equipos y fertilizantes a grandes empresas cuyo objetivo era vender cada vez más, los granjeros, los directores de los bancos y los propietarios de las empresas nunca tuvieron el más mínimo interés por planificar sus actividades de tal modo que fuesen sustentables a lo largo de generaciones. El interés capitalista es cortoplacista, y la catástrofe del Tazón de Polvo causó la quiebra de muchos bancos y empresas y obligó a muchos granjeros a emigrar a California. Allí están ahora sus descendientes, repitiendo el error. ¿Adónde exportarán ese negocio insostenible, una vez desertificada California?
Karl Marx explicaba que el capital no tiene fronteras nacionales, ni religión ni patria. Donde hay mejores condiciones para la explotación capitalista y para conseguir mejores ganancias, allí va el capital. Argentina, Brasil y Uruguay, cuyos gobiernos simpatizan con la idea de que desarrollar la producción agrícola es siempre y necesariamente bueno, sea cual fuere el método empleado –y tal vez por eso se atreven a promover el cultivo de unas pocas especies con métodos que no son sustentables y hasta permiten el uso masivo de un probable cancerígeno (el glifosato) necesario para el cultivo actual de soja transgénica4–, y que defienden esa política con argumentos cortoplacistas, sin tener en cuenta lo que nos enseña la historia, ya están sustituyendo a California como la nueva tierra prometida del gran agronegocio. Y para cuando California haya culminado su proceso de desertificación, quizás en el correr de los próximos años, las grandes empresas de producción agrícola tratarán de llegar a Ucrania, Tanzania u otras regiones donde puedan establecerse bajo el ala protectora de gobiernos que les ofrezcan su cándida y criminal complicidad.
* Rafael Cantera es biólogo, investigador nivel II del Sni y trabaja como investigador científico en el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (Uruguay) y en la Universidad de Estocolmo (Suecia).
1. La biblia, Nahum 3:7.
2. La historia tradicional refiere que la desaparición de esta ciudad, famosa por sus legendarios canales y jardines flotantes, se debió simplemente a un ataque militar, pero en su libro One with Nineveh. Politics, consumption and the human future, de 2005, el matrimonio Ehrlich propone, citando varios estudios de arqueología y otras ciencias, que la declinación de Nínive comenzó con una serie de sequías y catástrofes ecológicas directamente causadas por la sobreexplotación de los recursos naturales, a lo largo de siglos, asociada a la agricultura de esa época.
3. www.laondadigital.uy/archivos/1441
4. Véanse por ejemplo las notas publicadas por Página 12 (23-III-15, O Globo (8-IV-15, http://g1.globo.com/jornal-nacional/noticia/2015/04/relatorio-alerta-sobre-riscos-do-excesso-de-agrotoxicos-no-campo.html) y Brecha (contratapa del 9-IV-15).