Marcelo Odebrecht es casi el prototipo del gran empresario brasileño: forma parte de una exitosa familia que comenzó con una pequeña empresa y hoy es una de las mayores multinacionales de la construcción. “Es necesario mejorar la comunicación entre gobierno y sociedad, para soltar el espíritu animal de los empresarios”, dice este hombre de negocios, convertido en uno de los más poderosos de Brasil, ceo de la Organización Odebrecht, que en 2013 facturó 43.000 millones de dólares (poco menos que el pbi de Uruguay), tiene 160 mil empleados en cuatro continentes y negocios en áreas como ingeniería, construcción, química y petroquímica. Odebrecht sostiene que es una “obligación de los empresarios” influir en las decisiones de los gobiernos, siempre que lo hagan “con transparencia”, y que “no deben criminalizarse las donaciones a las campañas electorales”, porque igual se harían pero “en la oscuridad” (Folha de São Paulo, 31-VIII-14).
Odebrecht defiende incluso el papel del Estado en la economía: “Si Estados Unidos, que todos usan como referencia, tuviera empresas estatales del peso de Eletrobras o Petrobras, o un banco del tamaño del Bndes, los empresarios estadounidenses harían igual que los brasileños”. De ese modo justifica los préstamos estatales a las grandes empresas y los beneficios fiscales que los dueños de las empresas les piden al Estado. “El tamaño del Estado no es decisión de este gobierno. Es una decisión de la sociedad, tanto que no veo a ningún candidato queriendo privatizar Petrobras o el Banco do Brasil.”
RELACIONES NO PELIGROSAS. Los primeros miembros de la familia Odebrecht llegaron a Brasil en 1856 en ancas de una oleada de inmigración alemana. El ingeniero Norberto Odebrecht asumió la empresa de su padre y fundó una constructora en 1944 en Bahía, cuyo crecimiento se vio facilitado por la escasez de materiales importados a causa de la Segunda Guerra Mundial. Casi cuatro décadas después Emilio sucedió a su padre, y en 2008 Marcelo, con sólo 40 años, fue elegido presidente de Odebrecht, convertida en una de las principales multinacionales brasileñas.
Como todas las grandes empresas, Odebrecht creció en tres momentos decisivos para el país: el despegue industrial de la década de 1950, el milagro económico del régimen militar en las décadas de 1960 y 1970, y el actual período, en el que Brasil se lanza como potencia global. En las tres instancias fue el Estado el que impulsó obras de infraestructura que llevaron a Odebrecht a colocarse como la principal constructora brasileña y la primera empresa mundial en construcción de obras hidroeléctricas.
La empresa se expandió y se ramificó, convirtiéndose en un grupo económico. Sólo en Angola tiene 40 mil empleados. En 1979 ingresó en la petroquímica con Braskem, una de las mayores del mundo en ese ramo, con 31 plantas en Brasil y Estados Unidos y un centro de investigaciones en Pensilvania. Aunque su fuerte siguen siendo las obras de infraestructura, en 2007 se expandió al área de biocombustibles con eth-Bioenergía, donde invirtió 3.000 millones de dólares con el objetivo de procesar 45 millones de toneladas de caña en 2015 y liderar el sector. Hoy apunta a producir plásticos a partir de etanol, en vez de petróleo.
Una de las peculiaridades de la multinacional es la aplicación de la “tecnología empresarial Odebrecht”, creada por el fundador, que consiste en fomentar “el emprendedurismo” interno, la delegación de poder en sus socios y la diseminación de conocimientos en la red empresarial. De sus trabajadores demanda que se comporten como empresarios-socios y no como empleados. Odebrecht creó foros para la difusión de conocimiento generado en la empresa a través de las “comunidades de conocimiento”, definidas como “ambientes virtuales de intercambio por medio de redes computarizadas”. El crecimiento internacional de la empresa se ha visto potenciado por el esfuerzo puesto en desarrollar una cultura organizacional que le permite sacar mayor provecho de sus empleados, articulada a través del Departamento de Conocimiento e Información para Apoyar el Desarrollo de Negocios. El actual presidente del grupo reconoce la deuda del empresariado con el legado estratégico de la Escuela Superior de Guerra, en declaraciones al periódico de la Asociación de Graduados de la esg: “La difusión en sus cursos de la doctrina de planificación del Estado de la esg viene contribuyendo efectivamente al proceso de desarrollo nacional”.
En efecto, buena parte del empresariado crecido durante el segundo gobierno de Getúlio Vargas (1951-1954) y bajo el régimen militar (1964-1985) fue influenciada por la doctrina de seguridad y la geopolítica castrense, que postulaba la expansión de las fronteras hacia el océano Pacífico. Hoy los empresarios siguen el mismo trillo, pero no lo llaman geopolítica sino negocios: más del 50 por ciento de las subsidiarias de las empresas brasileñas están en América Latina, y hasta el 70 por ciento de sus ingresos provienen del exterior. Cuatro de cada diez empleos de las constructoras están más allá de las fronteras brasileñas.
DONAR Y RECIBIR. En 2011 Odebrecht creó el área de Defensa y Tecnología, al amparo de la Estrategia Nacional de Defensa diseñada por el gobierno de Lula en 2008, que incluye acuerdos estratégicos con Francia para la fabricación de submarinos convencionales y nucleares. En su página web, el peculiar relato de Odebrecht insiste en que la empresa “contribuye con el Estado y las fuerzas armadas en el desafío de asegurar la autonomía tecnológica necesaria para garantizar la soberanía nacional”.
El área de defensa representa un porcentaje creciente de los ingresos de la empresa. En estos momentos está levantando un enorme astillero en la bahía de Itaguaí (en Rio de Janeiro), donde en pocos meses comenzará la construcción del primer submarino nuclear del país. A través de su subsidiaria Mectron, Odebrecht fabrica misiles antirradiación, siendo una de las tres empresas del mundo poseedoras de la tecnología para hacerlo, además de proveer misiles a la Armada, y satélites y cohetes a la Agencia Espacial.
Los gastos militares del Estado vienen creciendo y son una fuente de ingresos segura para las grandes empresas, que acceden a tecnologías de punta que luego transfieren a bajo costo al área civil. De ahí que todas las constructoras tengan por lo menos un pie en el área de defensa. Nada de esto es gratuito, por cierto. Si las grandes empresas crecieron al amparo de los programas desarrollistas del Estado, desde la edificación de Brasilia hasta las grandes hidroeléctricas, los vínculos no son sólo estrechos sino de mutua conveniencia.
Cuestionado porque su empresa construyó el puerto de Mariel, en Cuba, beneficiándose de un préstamo millonario del Bndes, Marcelo Odebrecht respondió en una columna de opinión: “El
Bndes no invirtió en Mariel. El Bndes financió las exportaciones de cerca de 400 empresas brasileñas, en un valor equivalente al 70 por ciento del proyecto. Si el puerto será de gran importancia para el socialismo cubano, fue el capitalismo brasileño el que más ganó hasta ahora” (Folha de São Paulo, 9-II-14).
Ciertamente, el capital brasileño se beneficia, y mucho, de los emprendimientos económicos del Estado. Esa es una de las razones por las que en el primer mes de campaña los partidos recibieron donaciones superiores a los 100 millones de dólares. De los diez mayores donantes, cinco son constructoras como Odebrecht (Gazeta do Povo, 31-VIII-14). En las elecciones de 2010, 54 por ciento de los parlamentarios electos –de todos los partidos– recibieron donaciones de las constructoras, las mismas que levantaron los estadios del Mundial, construirán equipamientos para los Juegos Olímpicos de 2016 y se beneficiaron con las grandes obras de infraestructura del Programa de Aceleración del Crecimiento.
[notice]Marina la liberal
Mário Augusto Jakobskind desde Rio de Janeiro
Cuando falta un mes para las presidenciales del 5 de octubre los sondeos más recientes sólo dan posibilidades de pasar a la segunda vuelta a dos de los 11 candidatos: la actual mandataria Dilma Rousseff y Marina Silva, postulante del Partido Socialista. Aécio Neves, del psdb, que hasta la aparición en escena de Silva figuraba como segundo en las encuestas, quedó casi por fuera.
Silva se presenta como representando a “lo nuevo” en la política brasileña, pero en realidad aparece rodeada de viejos personajes de la escena, y su línea económica no se distingue demasiado de la del liberal Neves, que la acusa, no sin razón, de haber clonado su programa de gobierno.
De hecho, Silva se rodeó de economistas como André Lara Resende, hoy residente en Londres y uno de los más allegados asesores del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, así como de Eduardo Gianetti da Fonseca, apóstol del neoliberalismo. Una de las banderas de Marina es la autonomía del Banco Central, clásica reivindicación liberal. Por otro lado, admitió que dejará de priorizar el Mercosur, para buscar acuerdos bilaterales, un cambio radical en la política exterior del país respecto a la última década. Su compañero de fórmula, el gaúcho Beto Albuquerque, apuesta en la misma dirección, y bastante más allá: son conocidos sus lazos con los representantes más fuertes del agronegocio y con el gran empresariado brasileño. En su campaña, Marina dice no aceptará apoyos de empresas armamentistas, pero ese es precisamente uno de los principales respaldos con que contó Albuquerque para llegar a ser diputado federal. Asimismo, una de las figuras más cercanas a Silva es Neca Setúbal, heredera del Banco Itaú, el más poderoso grupo financiero brasileño, y también el ex diputado federal del psdb Walter Feldman, otro hombre ligado a los mayores sectores económicos del país.
Por otra parte, la candidatura de Marina prácticamente liquidó a la del pastor evangélico Everaldo, que aparecía en los debates “hablando con Dios” y defendiendo un Estado mínimo. Los evangélicos, que mueven a decenas de millones de personas, se han volcado hacia la ex dirigente verde, pero le han advertido que se deje de paparruchas como coquetear con el voto de minorías como los homosexuales. Marina debió sacar de su programa toda alusión a la posibilidad de reconocer el matrimonio igualitario, por ejemplo, apenas fue “advertida” por Silas Malafaia, el más conservador de los pastores evangélicos.
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