“Soy como un muerto que abre lentamente la tapa del ataúd”, escribió el poeta Xu Lizhi, de 24 años, un año antes de suicidarse. El pasado 30 de setiembre se tiró por la ventana de su dormitorio en la ciudad de Shenzhen, donde trabajaba en la megaempresa taiwanesa Foxconn, ensambladora de iPhone, iPad, Playstation y Blackberry, entre las marcas más conocidas. La empresa es considerada el mayor fabricante de componentes electrónicos, y con 800 mil empleados es la mayor del país.
Foxconn había saltado a la fama en 2010 cuando comenzó una cadena de suicidios de sus trabajadores. Se calcula que ya son más de 20 los que decidieron quitarse la vida. Xu trabajaba en la cadena de montaje (uno de los puestos más opresivos del trabajo fabril), donde realizaba largas jornadas, con bajos sueldos y un trabajo repetitivo, monótono e intenso.
Llama la atención que la difusión mediática de su muerte haga hincapié en su condición de poeta y en que “las nuevas generaciones de jóvenes chinos, más formadas y más protegidas por sus padres que en épocas anteriores, tienen mayores problemas para adaptarse a la realidad de las grises e impersonales fábricas que mueven la economía china y, por ende, la mundial” (El Ciudadano, 2-XII-14). Como si el suicida fuese un inadaptado, cuando el tema es el tipo de trabajo que exigen hoy las empresas multinacionales. Para contener la ola de suicidios, Foxconn no tuvo mejor idea que colocar rejas en las ventanas.
Xu dejó el trabajo en Shenzhen porque al parecer no aguantaba más. Pero el día anterior al suicidio se había reincorporado al mismo puesto que había intentado dejar, ya que no encontraba nada mejor. Algunos de sus poemas hablan en voz alta sobre esas condiciones que lo empujaron a saltar por la ventana.
“Taller, línea de ensamblaje, máquina,
tarjeta de fichar, horas extra, salario.
Me han entrenado para ser dócil.
No sé gritar o rebelarme,
cómo quejarme o denunciar,
sólo cómo sufrir silenciosamente el agotamiento”.
Tal vez si Xu hubiera seguido el camino que aconsejaba Charles Chaplin en Tiempos modernos, hoy no habría que lamentar su muerte. La rebelión, la solidaridad entre gentes que se consideran de una misma clase social, no alcanzan para resolver la opresión que se vive en el puesto de trabajo, pero son el único camino conocido para recuperar lo que la línea de montaje aniquila: la dignidad.
Uno de los creadores de este tipo de “trabajo”, Frederick Taylor, consideraba que el obrero debía convertirse en un “gorila amaestrado”, apenas fuerza bruta “sabiamente” dirigida, y vigilada, por técnicos y capataces. Lástima que el camino que les propone el movimiento sindical a los obreros como Xu, el aumento de los salarios, no consiga compensar –ni ahí– su vapuleada dignidad.