Mucho color, empaste, grafías y figuras elementales que se entreveran, que se atraviesan. Círculos. Remolinos. Trapecios. Formas alargadas y oblongas, como gotas por caer. Hay un pájaro contenido en una de ellas, envuelto en colores de fuego y de hielo. No hay predominio de un color: la paleta es profusa, se anuda y se suelta, sorprende. Pero hay en los óleos una estructura compositiva bien trabada y las relaciones cromáticas finalmente decantan. La intensidad de la creación –impulsiva, enérgica– no se agota en sí misma ni se disuelve en el caos, deja un margen para la participación del espectador. Hay que salir al encuentro de la pintura, conectarse.
Esta exposición1 de Santiago Achugar Díaz (Caracas, 1978 – Montevideo, 2017) había sido programada con mucha antelación, pero la inesperada muerte del joven obligó a realizar otra selección y le dio un espesor emotivo singular. Comprende 28 pinturas sobre papel canson y sobre tela, seis dibujos en grafo sobre papel, ocho dibujos con lápices de color, dos collages. La variedad de caminos explorados y de técnicas marca la pauta. Santiago está en sus búsquedas: en sus pinturas pugna por conquistar un espacio, un lenguaje –o varios–, sin atarse a preconceptos. Busca una expresividad personal que ora lo conduce a la abstracción, ora a la figuración insinuada o a un geometrismo informal. Ha viajado y recorrido museos en muchas ciudades, incorpora lenguajes y maneras de un modo espontáneo. No hay una retórica ni pose en sus planteos. Hace lo que le gusta y cómo le gusta, aunque su búsqueda no esté exenta de dolor, como en todo verdadero artista. Ese grado de autenticidad es poco frecuente, le otorga a su producción un carácter insumiso y lo coloca en un sitial inclasificable. En la “Serie de las aureolas” el humor está presente con rasgos de ingenuidad y frescura. Una sucesión de formaciones celulares con caritas en su interior parecen vibrar: tres líneas de colores diferentes separan la boca, la nariz y los ojos de un mundo exterior indefinido. A veces estos tricontornos encierran varios rostros, en una comunión de sentidos, los ojos siempre cerrados como la emanación de un sentimiento placentero. También hay algo de humor en los dibujos a lápiz que componen la “Serie de los personajes”. Pero además de los rostros de trazo suelto y graciosamente infantil, en este caso la formación de contornos óseos que delimita las figuras da lugar a otras lecturas. Escribe Ignacio Iturria sobre su obra: “El artista es alguien que nace sorprendido muy fuertemente. Esa sorpresa es continua y va en aumento. Los demás se sorprenden, él se sorprende de sí mismo por encima de todo… los ojos se agrandan, todo es un acontecimiento”. No sabemos hasta dónde hubiera aumentado la sorpresa de Santiago. Pero deja una obra de singular poderío expresivo, que ha quedado registrada en un hermoso libro (Santiago Achugar Díaz Archivo, Ediciones Renacimiento, Montevideo, 2017). El tiempo dirá si su obra se incorpora al canon de la pintura uruguaya. Pero esto a él seguramente no le hubiera importado. Estaría trabajando con una leve sonrisa. En el centro de uno de los collages pegó un recorte con el siguiente texto: “Es un momento de genuina revelación, donde la tecnología nos ha permitido alcanzar mayor profundidad”. La obra es un collage de dimensiones regulares, bastante embadurnado y oscuro: lejos de hacer una apología del poder de la tecnología, el artista deja deslizar un sarcasmo. Pero la revelación es real y genuina, es la señal de esa sorpresa incesante de quien está inmerso en sus búsquedas creativas.