El exministro de Economía griego, que hace cinco años condujo las negociaciones de la deuda de su país que tanto conmovieron al mundo, grabó la mayor parte de sus discusiones con el Eurogrupo, una de las estructuras de poder más opacas de la UE. Este mes difundió los registros.
Cuando en enero de 2015 Syriza, la Coalición de la Izquierda Radical, ganó las elecciones en Grecia, pocos esperaban que el pequeño país mediterráneo se convirtiera casi de inmediato en el centro de una disputa que tendría en vilo a toda Europa y bastante más allá. Desde hacía ya cinco años, la economía helénica estaba absolutamente controlada por una troika de acreedores conformada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (Bce) y el Fondo Monetario Internacional (Fmi), que le imponían recorte tras recorte para pagar una deuda astronómica. “Planes de ayuda” le llamaban a ese recetario de ajustes, que condujo a que en cuatro años el Pbi griego se contrajera más del 25 por ciento, el salario real perdiera otro tanto, las jubilaciones y las pensiones perdieran un 50 por ciento, el desempleo trepara al 27 por ciento de los activos y los jóvenes emigraran por cientos de miles.
Poco le importaba a la troika, que exigía a Atenas un superávit fiscal del 4,5 por ciento destinado exclusivamente al reembolso de la deuda. Syriza era el único de los grandes partidos griegos que no estaba implicado en esas políticas, aplicadas por igual por gobiernos socialdemócratas y conservadores. Surgida en 2004 a partir de una alianza entre partidos y movimientos de diverso pelaje (ecologistas, trotskistas, maoístas e independientes), la Coalición de la Izquierda Radical llegaba al gobierno propulsada por enormes movilizaciones sociales y con un programa que comprendía la renegociación total de las medidas exigidas por la troika y daba prioridad “al salvataje de la gente y no de los bancos”, no se cansaba de repetir el entonces primer ministro, Alexis Tsipras.
Debido al débil poder económico del país y su carencia de aliados de peso, las autoridades políticas y financieras de la Unión Europea (UE) no creían que Atenas se atreviera realmente a desafiarlas. Pero por un tiempo no fue así, y una verdadera pulseada se instaló entre el enano griego y sus acreedores. Detrás de Syriza se alineó toda la “izquierda radical” europea, comenzando por los españoles de Podemos, que estaban en pleno auge, y los portugueses del Bloque de Izquierda. Esos partidos apostaban a que si Grecia demostraba que era posible hacerles frente a los defensores del statu quo, en su versión neoliberal o socialdemócrata, en la Europa del sur podría comenzar a surgir una alternativa.
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Yanis Varoufakis fue quien tomó las riendas de las negociaciones con el Eurogrupo, una estructura informal –y de una opacidad a prueba de balas– integrada por los ministros de Finanzas de los 19 países de la zona euro y las máximas autoridades monetarias y políticas de la UE. Nacido en una familia acomodada, formado en las mejores universidades inglesas y exasesor del primer ministro socialista Yorgos Papandreu, este roquero aventurero aficionado a los largos viajes en moto y la teoría de juegos no formaba parte, ni mucho menos, de los cuadros de más a la izquierda de Syriza, pero se convirtió rápidamente en un cuco para sus interlocutores.
La línea determinada inicialmente por el Ejecutivo de Syriza era plantarle cara al Eurogrupo e ir lo más lejos posible: extender el programa de asistencia financiera vigente desde 2012, obtener una moratoria de los pagos de la deuda, reducir el objetivo de superávit fiscal destinando el margen logrado a aliviar la situación de los más pobres y relanzar la economía, y frenar las privatizaciones en curso. Muchísimo más que lo que estaban dispuestos a aceptar los acreedores.
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Las reuniones de negociación comenzaron en febrero de 2015. Serían 13 y durarían seis meses. Cuál más tensa. A partir de la cuarta, Varoufakis decidió grabarlas. “Comencé a pensar en hacerlo al final de la primera, que duró más de diez horas”, contó el viernes al portal francés Mediapart, que pudo escuchar, junto con la revista alemana Der Spiegel, las 15 horas de registro. “Me encontraba en el centro de chantajes, ataques, críticas y presiones, y debía dar cuenta de lo sucedido al primer ministro, a mi gabinete y a los periodistas griegos. Le pedí a mi secretaria que gestionara las minutas de la reunión y me dijo que no existían. Yo no podía creer que la UE no tuviera un registro de reuniones en las que se jugaba tanto”, dijo Varoufakis para explicar su gesto. En 2017 reveló en un libro de memorias, Conversaciones entre adultos –que el año pasado Constantin Costa-Gavras llevó al cine–, los trazos gruesos de la pulseada de 2015. “Ahora quise darle carnadura a todo aquello, que se pudieran apreciar las mentiras reiteradas de esta gente, que mentía incluso sobre lo que habían acordado antes entre ellos mismos. Quise que quedara claro el desprecio con el que nos trataban, su pretensión de convertir cuestiones políticas e ideológicas y resoluciones de las que dependía la vida de millones de personas en meros problemas técnicos, como si ellos tuvieran la verdad revelada de lo que había que hacer y los otros –nosotros, el pueblo griego– fuéramos malos alumnos que se equivocaban en una cuenta”, dijo en una entrevista televisiva.
La petulancia de Wolfgang Schaüble, el ministro de Finanzas alemán de entonces; Christine Lagarde, directora general del Fmi (hoy presidenta del Bce); Mario Draghi, máximo jerarca del banco comunitario, y Jeroen Dijsselbloem, el socialdemócrata holandés que presidía el Eurogrupo, había quedado más que en evidencia a lo largo de sus intervenciones públicas durante la crisis (el germano dijo que lo único que había que discutir era el precio que los griegos debían pagar y que lo que se decidiera en Atenas en las elecciones era puramente anecdótico y no le importaba a nadie). Pero la fuerza de este testimonio histórico, sugiere Mediapart, está en la revelación pornográfica del modo de funcionamiento de estos tecnócratas: sus manipulaciones, sus maniobras, quedan al desnudo sin taparrabos alguno. También la extrema debilidad del único aliado con el que Varoufakis, ingenuamente, pensaba contar, el socialista francés Michel Sapin, y la sumisión absoluta de los demás ante la omnipotencia del mandamás alemán, particularmente sensible en los representantes de países del Este que décadas atrás orbitaron en torno a la Unión Soviética. Una sumisión visible incluso en la deferencia, rayana en la alcahuetería, con la que se dirigían a Schaüble (“estoy de acuerdo con Wolfgang”, dice Mediapart, fue una de las frases más pronunciadas en las reuniones del Eurogrupo) y en el bullying al que sometían a Varoufakis. Wolfgang no se privaba, en cambio, de rezongar a sus alumnos cuando estimaba que no habían sido lo suficientemente severos con el descarriado ni de poner en penitencia al chico malo para que escarmentara.
Cuando Varoufakis anunció, a fines de junio de 2015, que el gobierno griego había decidido someter a referéndum lo acordado hasta ese momento con los acreedores –acuerdo que iba, grosso modo, en sentido contrario al programa de Syriza–, los insultos le cayeron de todos lados. La reunión se terminó con un hecho inédito: la expulsión de Varoufakis y la adopción de una resolución “de todos los ministros de la zona con excepción de Grecia”. Varoufakis preguntó entonces a los servicios jurídicos del Consejo de Europa si era posible ese tipo de decisión, cuando hasta ese momento, y desde hacía años, las declaraciones finales del Eurogrupo habían sido tomadas por unanimidad. Le respondieron que el Eurogrupo era “una estructura informal no sujeta a los tratados ni a legislaciones escritas”. Y a llorar al cuartito. Fue la última reunión en la que participó Varoufakis, quien fue excluido de las negociaciones no sólo por sus adversarios, sino por el propio gobierno de Atenas, que ya estaba culminando su propia voltereta y se aprestaba a pasar por encima del “No” al acuerdo, opción que había arrasado en el referéndum al que el propio gobierno había convocado.
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La sobredosis de mentiras y secretismo es lo que habría llevado a Varoufakis a revelar en 2020 el detalle de lo sucedido cinco años atrás. Según dijo el viernes a Mediapart, tanto Nueva Democracia, el partido de derecha que actualmente gobierna su país, como Syriza lo responsabilizan de sus propias agachadas. “El ministro de Finanzas acaba de justificar haber cedido hoy el control de créditos inmobiliarios a fondos buitre como pago por mi ‘intransigencia’ de 2015, mientras Syriza sigue afirmando que fue mi estrategia de negociación lo que condujo a la capitulación de Tsipras tras el referéndum, cuando yo siempre había contado con su respaldo”, afirmó.
También el fracaso de su intento de lograr que el Eurogrupo publicara las minutas de sus discusiones hicieron que Varoufakis decidiera dar el paso. “Miren el caso del coronavirus. Los ministros mantuvieron una teleconferencia la semana pasada. Lo único que se sabe es que la reunión no dio ningún resultado. ¿Tenemos derecho, en tanto ciudadanos europeos, a saber lo que dijeron en nuestro nombre?”, dijo.