La tejedora - Semanario Brecha
El adiós a Mariana Picart Motuzas (1973-2021)

La tejedora

Mariana Picart nació en Fray Bentos y fue licenciada en Artes Plásticas y Visuales, magíster en Enseñanza Universitaria de la Udelar, docente en las facultades de Artes y de Arquitectura, Diseño y Urbanismo. Productora y curadora, performer y poeta, desarrolló diversos eventos artísticos y culturales liderados por el lenguaje performativo. Presentó sus propuestas en festivales y residencias en Uruguay, Argentina, Brasil, Japón, Alemania y Canadá.

Mariana Picart en su presentación en Poesías Performáticas, en el Centro Cultural de España, en 2019 Paola Scagliotti

El río, la calma. Dos niños caminan sobre las piedras de la orilla, investigando, recolectando, tirando alguna cosa al agua, oliéndose las manos, acompañándose, aprendiendo, accionando. Algo así era compartir el universo de la performance junto a Mariana, la Motus, Mari, Motukis: las múltiples variantes que, entre amigas, amigos y amigues teníamos para nombrarla. En este gran vendaval emocional que me ha dejado su partida (me cuesta mucho escribir la palabra muerte), es muy difícil ser objetiva. Tengo el pecho oprimido y no puedo controlar mi pensamiento. Pero un poco así andábamos, éramos en nuestros procesos creativos, en los que nos dejábamos atravesar la una por la otra en lo concreto y en los aparentes sinsentidos de nuestro razonar y sentir. Ejemplo de ello fue Ataque de caspa, performance en proceso presentada en 2017 en el Instituto Nacional de Artes Escénicas, en el marco del Festival Internacional de Danza Contemporánea del Uruguay. Yo atravesaba momentos difíciles, pero recibí su invitación para participar –ella siempre abriendo puertas– e inmediatamente fluimos de nuestras emociones al texto y a la acción. Un poco, era un ritual; otro poco, una transmutación para sanar más allá de lo estético plástico visual.
Fue en una de nuestras idas a Brasil que concluimos que teníamos formas parecidas, un lenguaje familiar en el accionar. Nos convertimos en «las uruguayas» y así nos arrimamos, reafirmándonos tanto en la creación como en la amistad.
Nos habíamos conocido en 2001, en la Escuela de Bellas Artes. Durante el transcurrir de la carrera nos fuimos encontrando en acciones que en ese momento no sabíamos cómo denominar. Recuerdo fotografiarla sobre un gran tambor que teníamos en el taller que compartíamos en ese momento: quizás ese fue el origen. Luego la invité a participar de mi primera acción-intervención y, sin dudar, se unió por el 2004. La seguí en varias oportunidades como espectadora y colaboré con el registro de las situaciones escénicas que generaban junto con Héctor Bardanca, extrañamente maravillosas y potentes. Por esos tiempos apareció Chica alquímica: ahí planteaba su relacionamiento con las medicaciones que, desde ya hacía bastante, la acompañaban y la tenían en permanente contradicción. Más adelante comenzó a suceder –o comencé a percibir– que quienes participaban como espectadores de sus acciones no estaban afuera. En un juego sutil, Mariana comenzaba a integrarlos y dicha acción empezaba a ser de todos. Las expresiones en los rostros de los presentes eran de lo más variopintas, pero brevemente se desdibujaban y todos terminaban –terminábamos– fundidos en una gran vibración de zumbidos de abejas, aceptando de sus frutas y sus mieles.
Rizoma y pliegue eran palabras muy presentes en ella. Así, transitaba en su vida-obra, se llenaba y se vaciaba de legados ancestrales lituanos, de la infancia, la tierra y la naturaleza, de lo más crudo e injusto del mundo, y lo replanteaba en delicadezas de flores sensoriales. La Motus era entusiasta, rebelde, filosa, solidaria, amorosa, alentadora, generosa, altamente intelectualizada y sabiamente niña. Una gran artista desafiante y, sobre todo, una gran amiga, de la cual creo necesario se comience a escribir y reconocer su historia. Es que de tránsitos artísticos como el suyo tenemos mucho por investigar y aprender: la vida y obra de Mariana es inmensa y deriva en muchísimas puntas o hilos.
Desde un atardecer de ensueño en orillas sanduceras del río Uruguay, este litoral que nos atraviesa y une, lloro, agradecida de lo compartido y de tanto que nos has dejado por reaprender. ¡Volaremos a Japón! Hasta siempre, Motukis San del Corazón.

EN OTRAS PALABRAS

«Me impactó desde la primera vez que vi una de sus performances, allá por 2004, junto con Héctor Bardanca en Bellas Artes. Creo no equivocarme mucho si digo que, en nuestro medio, nadie trabajó como ella la corporalidad del desnudo de manera tan sistemática a lo largo de tantos años. El cuerpo mujer, el cuerpo depositario de sustancias medicinales, el cuerpo que pisa barro, huevos, harina, y la ritualización del cuerpo embadurnado con alimentos y plumas, piel frotada con líquidos. Otra punta: en sus acciones rompió la distancia con la audiencia. Metiendo en el juego, en el baile, el cuerpo de los otros, le ganó a la censura de lo íntimo. Mariana tuvo un diálogo fluido con la filosofía y la poesía. Esas acciones en las que involucra al cuerpo colectivo se ligan con el juego como dador de sentido. Se veía a sí misma como “lanzadora de dispositivos” que provocaban y motivaban. A partir de su lectura de H. G. Gadamer, decía que, en la acción, el performer es sujeto de ese juego, pero no productor; el juego es el sujeto en el que todos se involucran: “Pasamos a ser jugadores y uno pierde el control… esa es la plena realización del movimiento”.1
Mariana deslindaba la experimentación de categorías, dejando de lado los marcos teóricos si estos encasillaban la acción; apostaba a la noción viva del cuerpo en la que la práctica fuera productora de pensamiento y la teoría fuera nutriente de las prácticas, en esa línea de «cuerpos intensivos y de cuerpos que se afectan».
Por último, celebro su infatigable entusiasmo por armar equipos interdisciplinarios para tal o cual intervención, que luego ella ponía en funcionamiento como gestora de artes performáticos colectivos. Por esa calidez productiva tan suya es que tantos artistas de todo el Cono Sur la saludaron desde las redes en su viaje final. La vamos a extrañar porque era una dadora, una artista “con” los otros, muy de tejer afectos en comunidad.»

Luis Bravo

«La vi por primera vez en el museo Blanes de Montevideo. Reptaba su cuerpo desnudo, absolutamente vulnerable, de espaldas al piso de mármol frío. Su piel blanca y su largo cabello oscuro, el helado piso y decenas de cajas de medicamentos: pastillas, supositorios que, uno a uno, fue colocando en su vagina, en un ritual íntimo llevado al espacio público. Así era: crudo, cruel, inhumano, casi intolerable. Entre esa performance y las últimas hubo un cambio radical: tuve la suerte de disfrutar de ese proceso. Vinieron las flores en su cabeza, las hojas, el tecito, las semillas, la danza, la música suave, la voz, el canto, las ropas simples y su cuerpo protegido en una naturaleza extremadamente cuidada. Ya no reptaba: abrazaba, decía, contaba y cantaba.»

Gabi Alonso

«Su cuerpo en performance flotaba libre por el aire, el piso, la arquitectura. En estas manifestaciones, Mariana se transformaba y generaba conexiones casi visibles con el entorno. Recuerdo algunos de sus rituales, cómo su cuerpo invocaba la espiritualidad y el placer físico, el deseo, sus formas complejas y múltiples manifestaciones, todo un flujo de pulsión de vida en éxtasis.»

Wagner Rossi Campos

«Mariana es una referente imborrable de la performance en Uruguay: como artista, como gestora y como cómplice atenta y generosa. Como investigadora, sé que quería impulsar una cartografía histórica de la performance en Uruguay por medio de un abordaje de escritura grupal que queda, ahora, para quienes se puedan sentir atraídos al reto. Me habría encantado que ella hubiera sacado adelante ese proyecto. Su presencia era ágil y contundente a la vez, desplegaba una particular pregnancia performática. En las piezas de Mariana, la palabra y el convite surgían como pulsiones personalmente indispensables, generando una apertura energética, profundamente afectiva.»

Graciela Ovejero Postigo

«Sus manos entramaban espacios en los que se encontraba con los propios hilos rojos, invitaba y desarmaba el plano. Pequeños hilos que tejen seres desde una habitación, hilos delgados que atraviesan paredes, derribadas desde la creación eterna. Rojo, plazas violetas, manzanas deliciosas, uñas en negro y rojo. Era todo por la chica nómade.»

Mariángeles Barbé

«Proponía un juego novedoso, provocador, crudo y sensible al que nos invitaba a sumarnos, al que era difícil ser indiferentes. Deambulábamos juntas entre elefantes, lanas rojas, raíces de tutía, té de Japón y torta con merengue. Ahora siento que me propone este nuevo juego al que, como otras veces, me sumo. En la marcha iré construyendo sentido.»

Giovanna Barufaldi

«En estos últimos meses, en los que estaba metida en su casa sin salir por cuestiones preventivas, me mandaba unas fotos, por el celular, de unos volúmenes pequeños que colgaba en la cortina de la casa, realizados con hilos y piolas de color, y me invitaba a que hiciera historias sobre lo que veía. Sé que no era la única a la que le enviaba historias sobre estos “macaquitos”; ella pidió a muchas personas que registraran en audios sus interpretaciones. Su idea era hacer una exposición de fotografías con estos relatos y me había encargado la “curaduría” como parte del juego. Sí, nos divertíamos con muy poca cosa.
Ella no se decía artista ni pedía remuneración en las actividades que apuntaban a un fin social; estaba dispuesta a la colaboración gratuita cuando a la causa la creía justa. También escribimos artículos juntas sobre arte y performance.Ella le llamaba así a lo que hacía, para simplificar la cosa, pero entendía que se trataba de otra cosa, que era imposible de encerrar en una palabra, en una categoría. Incluso se enojaba cuando le decían que la performance es una práctica que clausura el sentido abierto del arte, porque justamente ella entendía el arte en su apertura existencial y en devenir. Muchas veces le preguntaron por qué no se abocaba sólo al arte, pero para ella el arte era algo más en su vida que las “performances”: incluía los vínculos afectivos, las actividades de docencia y la investigación.»

Magalí Pastorino

«Se fue como transitó este lado de la existencia: sin concesiones. Se fue con entereza, poniéndole el pecho a las balas, con su fortaleza y fragilidad a flor de piel. Se fue entera, honesta, haciendo lo que siempre supo hacer: poniéndole el cuerpo a la vida… y a la muerte también.»

Nico Spinosa

«Extremadamente comprometida con su trabajo, buscaba la verdad por encima de todo.»

Cecilia Stelini

1. Véanse sus declaraciones en Arte de acción en Uruguay desde 1985 al presente, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=-V9OHrTjI8Y).

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