La denuncia de Veronika Engler sobre las circunstancias de la muerte de su compañero y esposo, Jorge Tambero Zabalza, expone un cuadro terrible y aberrante de actitudes humanas incomprensibles, un proceso dantesco que durante un mes –hasta su muerte, el 23 de febrero– convirtió la internación hospitalaria del Tambero en una prolongación del maltrato, el dolor y la indignidad que vivió en las prisiones de la dictadura. El Tambero, quien durante 13 años fue uno de los nueve rehenes varones de la dictadura, sobrevivió a un cáncer de esófago detectado hace siete años, que condicionó su vida, por las dificultades extremas para alimentarse. Pero murió con un cuadro de insuficiencia renal, con una neumonía purulenta, afectado por una bacteria hospitalaria resistente, con un cuadro de covid, con líquido que rodeaba el pulmón y el corazón, que provocó un derrame pleural; sucio, desnutrido, postrado en una cama que le causaba un enorme dolor en las piernas, siempre boca arriba, sin poder comunicarse, sin una atención básica, a veces delirando.
En una entrevista con Brecha, Veronika descartó una intención premeditada y prefirió explicar ese proceso por la deshumanización generalizada que exhibían algunos médicos, así como parte del personal no médico: «Me cuesta creer que esa actitud esté tan generalizada. Algunos lo trataban correctamente, pero otros lo trataban como un bulto». Acotó que ese trato deshumanizado coincidía con otros relatos sobre la atención de pacientes durante la pandemia y que ella, personalmente, pudo comprobar tanto en el sanatorio del CASMU como en el Hospital de Clínicas durante el último mes de internación de su compañero. En una comunicación con un colega, el padre de Veronika, el doctor Henry Engler, afirmó: «En criollo: no le dan bola. Las órdenes médicas penetran 10 centímetros y se diluyen en el mar de los sargazos. No podemos decir: “Es porque es un hospital público o universitario”. Es porque no hay empatía. Es trágico. Pese a toda la invalorable ayuda tuya. Me acordé de Dante: “Los que aquí entráis, perded toda esperanza”».
EL COMIENZO DEL FIN
A mediados de enero el estado de Zabalza se complicó, debido a que una dilatación del esófago que permitiría que se alimentara se postergó en el Centro de Nefrología del Hospital de Clínicas, donde aparecieron casos de covid. Cuando finalmente se intentó la dilatación, se produjo un desgarro al introducir el endoscopio y el procedimiento fue postergado para los primeros días de febrero. Según el relato minucioso de Veronika, las dificultades para mantener la atención médica en medio del cuadro extremo de Zabalza se incrementaban. El seguimiento después de la operación del cáncer de esófago se hizo siempre con una tomografía por emisión de positrones (PET, por sus siglas en inglés), debido a la dificultad de interpretar las tomografías habituales por la presencia de ganglios grandes, inactivos, que no eran metastásicos. «Desde hace dos años que se está solicitando un PET, que, seguramente, habría evitado que el estado de salud de Jorge llegara a este punto de deterioro. Nunca se lo aprobaron y no sabemos si el Hospital de Clínicas insistió lo suficiente o fue negligencia o desinterés de quienes en la actualidad están a cargo del CUDIM [el centro de imagenología molecular, del que Henry Engler fue fundador y primer director]», contó Veronika.
En la madrugada del sábado 22, Zabalza sufría fuertes dolores en el pecho. «Llamé a la UCM. El médico descartó problemas cardíacos y propuso internarlo para hacerle exámenes», contó Veronika. Como era paciente de la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE), el personal de la UCM intentó trasladarlo al hospital Maciel, pero no había camas disponibles. Fue derivado a un sanatorio del CASMU. Un examen con eco Doppler reveló una insuficiencia renal y se decidió operarlo. «Me avisan que su vida corre peligro y que su estado es muy delicado. Le hacen diálisis», narró su compañera. Un riñón dejó de funcionar y otro fue entubado mediante una nefrostomía. Pero la operación se postergó, por la comprobación de una infección bacteriana. La situación general de Zabalza se agravaba conforme se volvía cada vez más difícil alimentarlo. «Les advertí que iba a empeorar y que había que tener una solución alternativa, porque lo que lograba ingerir no era suficiente. Además, tuvo diarrea en varias ocasiones, lo que empeoraba todo», añadió.
KAFKIANO
Veronika tuvo que recomponer la historia clínica de Zabalza, porque ASSE no se la entregó al CASMU. La comunicación entre instituciones comenzó a tener ribetes kafkianos: para concretar la dilatación del esófago era necesario trasladarlo al Clínicas, pero para ello se planteó que era necesario que la familia elevara un pedido concreto. La coordinación entre el CASMU y el Clínicas resultaba imposible, porque, según las autoridades de la mutualista, la dirección del Clínicas no respondía las llamadas telefónicas. El director del Hospital de Clínicas, Álvaro Villar, dijo después que nunca había recibido esas llamadas. «En todo ese tiempo existió una enorme confusión sobre qué institución se haría cargo de los análisis y la internación», contó Veronika.
El 3 de febrero, la vía por la que le suministraban los antibióticos y los medicamentos se tapó y, dadas las dificultades para colocarle otra, decidieron sacársela: «Le sacan la vía por donde le pasan los medicamentos, el antibiótico, el gluconato de calcio y la cortisona, y eso me preocupa. Insisto con que le coloquen. Un enfermero me dice que se la colocarán a las cuatro de la mañana, cuando tienen que sacarle sangre. A las cinco insisto. Me responden que no está ordenado sacarle sangre».
El 8 de febrero, con una infección bacteriana resistente, con una neumonía purulenta con esputos verdes y sangre, y con un cuadro de desnutrición aguda, Zabalza fue trasladado al Clínicas. Lo internaron en una sala de aislamiento en el piso 9. «El aislamiento es ficticio, lo que quedó demostrado con el contagio masivo de covid. Allí se comparten varios espacios e, incluso, el baño, lo que no tenía ningún sentido ni lógica», prosigue el relato familiar. Con la confirmación del PCR, fue trasladado a una sala de doble aislamiento en el piso 8, pero Veronika no fue informada de ese traslado. Zabalza estuvo solo en una pieza que da a un pasillo, que, a su vez, comunica con el puesto de enfermería. No tuvo la posibilidad de reclamar atención ni pedir ayuda, porque no hay timbre. Su única vía de comunicación era un celular, con el que llamaba a Veronika y a su suegro. En uno de sus mensajes dice: «Amor, estoy encerrado. Sala 10. No puedo llamar a los enfermeros, porque no tengo cómo hacerlo. He gritado, he aplaudido. No tengo cómo llamarlos, no tengo cómo estar informado de nada, no sé qué va a pasar». Veronika comprobó que no lo limpiaban: «Tenía muchas flemas, por las bacterias, y la barba sucia. Con una tijerita traté de recortarle la barba, le cortaba las uñas, pero tenía que limpiarlo con agua Salus porque no había agua».
Durante la tormenta del 13 de febrero, Zabalza logró comunicarse con su suegro y le dijo que estaba pasando un frío extremo. Al día siguiente, el lunes 14, le advirtió por teléfono a su compañera que desde hacía horas estaba totalmente empapado: «Amor, recurro a tu paciencia una vez más. Estoy mojado, todo mojado, desde hoy a las nueve de la mañana. Los médicos estuvieron, me revisaron, me taparon con una frazada y dijeron: “Ya venimos”. Y son las tres de la tarde». Cuando llegó a la pieza, Veronika comprobó que se le había salido la sonda de la nefrostomía y que estaba empapado de orina. Pidió que lo cambiaran y lo higienizaran, pero una enfermera solamente le retiró la sábana orinada, con la que le secó el cuerpo.
Veronika temía, además, por la salud mental de Zabalza, que le mandaba audios de despedida y expresaba el deseo de que sus cenizas fueran tiradas en el Cerro, en el memorial del Che. Como le explicó Veronika al responsable del piso, el doctor Martín Rebella, unas veces estaba totalmente lúcido («Hoy no me controlaron, o sea, no me tomaron la temperatura ni la presión, ni me dieron el desayuno. Están ahí, esperando que la quede. Yo les mando este testimonio. La cosa es así, porque, llegado cierto punto, se termina la humanidad») y otras veces deliraba («Tienen que conseguir un habeas corpus»). Rebella le confirmó a Veronika que Zabalza presentaba un cuadro extremo de desnutrición. Recién el 15 de febrero, de acuerdo al relato, intentaron suministrarle un complemento alimenticio, que ya no podía tragar, y después decidieron colocarle una vía parenteral para alimentarlo: «Ya era demasiado tarde, porque a esas alturas estaba severamente desnutrido y su cuerpo no tenía fuerzas para combatir las múltiples patologías y comorbilidades que lo aquejaban».
INCONSISTENCIAS
El recinto de los enfermeros cuenta con cámaras, pero, según la familia, estas no filman el cuarto de aislamiento, por lo que es imposible saber qué ocurría en la sala donde Zabalza permanecía solo, aislado. La noche del domingo 20, Veronika lo dejó dormido, después de haberle suministrado una pastilla de Zolpidem. «A pesar de que no podía hablar, lo dejé con un ánimo fantástico. Me señalaba con el dedo para arriba. “¿Te van a cambiar de piso?”, le pregunté. Negó con la cabeza. “¿Te vas a ir al cielo?” Volvió a negar con la cabeza y alzó el puño cerrado. “¿Vas a resistir?” Asintió. Lo deje roncando y con ese ánimo. A las cinco de la mañana se había arrancado todas las vías y todas las sondas. No sé qué pasó en el intermedio», narró Veronika. No sabe cuánto tiempo permaneció perdiendo sangre desde que se arrancó las vías y la sonda del pulmón: «Por error, cuando me devolvieron las cosas, me entregaron un bolso con trapos ensangrentados». A partir de ese momento no recibió más alimentación: «Le colocaron suero en un momento en que lo solicité, pero luego se lo retiraron. Desde entonces su deterioro fue en aumento, hasta culminar con su muerte». Descarta que conscientemente haya intentado suicidarse. Pero le escribió a su familia: «Su estado es lamentable y yo estoy al borde del colapso nervioso».
El 22 de febrero, temprano en la mañana, Rebella, de acuerdo a su relato, le comunicó a Veronika que no había nada más que hacer para revertir la situación de Zabalza. «Más tarde, ese mismo día, a eso de las diez, concretamos una reunión, en la que, además del doctor Rebella, participaron el doctor [Miguel] Martínez [decano de la Facultad de Medicina], mi padre, la hermana de Jorge, su hijo y yo». En esa reunión Rebella confirmó que Zabalza estaba desahuciado. Se acordó de que regresaría a su domicilio, en Santa Catalina. En el mismo momento en que se producía esa reunión, Villar ofrecía declaraciones a diarios e informativos de televisión sobre el estado de Zabalza. El Observador reprodujo sus palabras: «Su situación se encuentra en estudio, sin llegar hasta ahora a ser considerada grave». En Telemundo, reiteró: «Hasta el momento [la situación] no es grave, pero sí requiere cuidados médicos permanentes». El País consignó: «Zabalza se encuentra internado en una sala de cuidados intermedios, con “apoyo médico y enfermería las 24 horas”, dijo Villar. “Está controlado y no se plantea ingresarlo al CTI”, dijo». En su conversación con Brecha, Veronika fue terminante: «Villar estaba dando declaraciones a la prensa, diciendo que estaba estable. Mentía, porque decía que estaba en una sala de cuidados intermedios, cuando, en realidad, estaba en una sala de doble aislamiento por covid. Es impensable que Villar ignorara la situación de Jorge». (Véase en la página 23 la entrevista de Brecha con el director del Clínicas.)
MISTERIOS
El martes 22, sobre las 23 horas, Veronika, alojada en la casa de su prima para acceder más rápido al Clínicas, comenzó a recibir por teléfono las condolencias por la muerte de su compañero. Las llamadas tenían un origen. A las 22.30 Diego Burgueño publicó un tuit: «Acaba de morir Jorge Zabalza, un terrorista que si bien reconoció algunos casos de gravedad como delitos de lesa humanidad obvio [sic] que me recibió por 4 horas, lástima que como conclusión de dicho encuentro más allá de su reconocimiento creía viable la lucha armada nuevamente». Hijo del policía muerto en la toma de Pando en 1969, Burgueño parecía tener fuentes que le informaban sobre el estado de Zabalza en el Clínicas. Después borró el tuit, pero en otra comunicación dijo que su fuente era confiable.
Cuando logró comunicarse con el piso 8, una enfermera le dijo a Veronika que había visto a Zabalza unos 15 minutos antes, es decir que a las 23.10 aún estaba vivo: «Me dijo que él tenía 146 pulsaciones y estaba saturando bajo (84), pero que lograron colocarle la máscara de oxígeno. Le pide a otra enfermera que lo corrobore y me lo reafirma. También me informó que hacía un rato había estado un médico forense, que se vistió y estuvo con él alrededor de cinco minutos. Nos comunicó que lo dejó registrado. Me dice que me quede tranquila y descanse para estar temprano allí, por el traslado de Jorge a casa». El alivio por el desmentido de la muerte se mezcló con la noticia inesperada. ¿Qué hacía un médico forense cerca de la medianoche en una sala de aislamiento de covid? A la 1.45 del miércoles 23 el personal de enfermería registró la muerte de Zabalza, pero no pudo establecerse la hora exacta del deceso. Cuando Veronika preguntó por esa inusual visita, un tal «licenciado Óscar», enfermero encargado del piso, lo desmintió, se ofuscó y la increpó. Sin embargo, la presencia de ese presunto médico forense quedó registrada en las anotaciones de la enfermería. El sospechoso episodio fue denunciado en la dirección y es objeto de una investigación administrativa. Se presume que se trata de un falso médico, que ingresó al hospital exhibiendo un documento judicial falso. La incógnita perdurará, porque, después de una negociación en la que, pese al covid, Forestier Pose accedió a un breve velorio de dos horas, el cuerpo de Zabalza fue cremado sin la posibilidad de ordenar una autopsia.
Veronika resume las circunstancias que –tiene la convicción– comparten otros pacientes: «A Jorge no lo mató el cáncer de esófago, que ya no tenía; no lo mató la falla renal, que estaba controlada. La muerte de Jorge sucedió por no haber recibido la atención hospitalaria; por el EPOC agravado por las bacterias que contrajo en el CASMU y descuidaron en el Clínicas; por los 12 días en una sala de aislamiento debido al covid, que contrajo en una sala del Hospital de Clínicas; por la falta de comunicación entre instituciones e intrahospitalaria. Jorge pasó sus últimos días sufriendo y sabiendo que no se estaba haciendo lo suficiente. Jorge murió atormentado en el horror más espantoso».