Según la Unesco suman 6 mil las lenguas en peligro de extinción, la mayoría situadas en la Polinesia, el África subsahariana y Sudamérica. Cada tanto llega la melancólica noticia de que un idioma está por morir junto a su último hablante. Así de teatral es la salida de escena de una lengua. Y conmovedora. El 21 de enero de 2008 murió junto a Marie Smith, la última de los eyak, el idioma de su infancia. En 1992, al morir en Turquía Tefvic Esenc, el idioma ubyh se deshizo en silencio.
La última alarma llega de Sudáfrica, donde Hanna Koper y sus dos hermanas nonagenarias son las últimas hablantes de nuu, la lengua del pueblo san, generalmente conocidos como bosquimanos, antiguos pueblos cazadores-recolectores. Detrás de la desaparición de una lengua siempre o casi siempre se esconde un genocidio. En sentido literal del asesinato de los hablantes nativos y en el del sometimiento de una cultura. Otras veces, como ocurrió en Alaska y en la Amazonia, la explotación predadora deja a los pueblos indígenas sin sus fuentes naturales de supervivencia o los expulsa de su hábitat. En Sudáfrica “el genocidio es responsable de la extinción de las lenguas”, explica en un reciente artículo de The Guardian, Matthias Brenzinger, director del Centro para la Diversidad del Lenguaje en la Universidad de Ciudad del Cabo. La colonización desplazó históricamente a las tribus san, “mataban a todos los hombres y se quedaban con las mujeres jóvenes”, a las que sometían a una asimilación forzosa.
Hanna Koper tiene 95 años y no ha olvidado que, cuando niñas, las obligaban a callar diciéndoles que su idioma era feo, era ruido. Algo similar le escuché decir a una catalana respecto a tiempos del fascismo español, cuando el catalán estaba prohibido. Se sabe que hoy es obligatorio. Sorprendentemente, hay veces en que el silenciamiento de una lengua ha sido revertido. Eso argumenta también Brenzinger, quien trabaja junto a otros lingüistas y a las hermanas Koper para hacer un registro escrito de la lengua nuu en peligro. Están haciendo también grabaciones, pero dice que no se trata de trabajar para el museo, y por eso enseñan también la lengua en una escuela a niños de la misma etnia. “Con las lenguas nunca se sabe –argumenta–. El hawaiano estaba prácticamente extinto cuando hubo un movimiento que lo impulsó, y hoy se cuentan 2 mil hablantes naturales de esa lengua.”
Aquí cerca, los mapuches están peleando por un mapezugun, que en mapuche significa la oficialización de su lengua. El 18 de mayo se manifestaron en Temuco y exigieron una co-oficialización de su lengua no folclórica, y una detención de la castellanización forzada. Luchan contra el monolingüismo empobrecedor. La poeta paraguaya Susie Delgado, poeta también y sobre todo en guaraní, escribió hace ya un par de décadas en Brecha sobre la riqueza de la convivencia de las lenguas y la larga resistencia del guaraní.
Es posible que no haya una imagen de soledad equiparable a la de esos últimos hablantes ancianos que van a morir junto a su lengua. Por eso mismo tal vez no haya una lucha más hermanadora que la de un pueblo que lucha por defender su palabra.