En plena Guerra de Secesión, en unos bosques de Virginia, un soldado de la Unión (Colin Farrell) es herido en batalla. Moribundo, comienza a arrastrarse entre los árboles, hasta que una niña que se encuentra recogiendo hongos lo ayuda a llegar a un posible refugio: una gran casa que oficia como colegio de señoritas. Lo que podría pensarse como un entorno hostil (un hogar enemigo) ofrece una particularidad: todas sus moradoras son mujeres, de las más variadas edades. En particular, tres de ellas suponen una gran tentación para el lesionado, e igualmente, el robusto y amable soldado supone una revolución hormonal para este cúmulo femenino, justamente en una época en que los hombres escasean.
Al comentar esta película,1 muchos cronistas establecen la comparación con la original de Don Siegel de 1970, protagonizada por Clint Eastwood. En esas críticas se reiteran un par de manidas preguntas: qué necesidad había de hacer una remake, y qué tiene en este caso la directora Sofia Coppola para agregar. Como sea, es bastante curioso que no se noten las grandes diferencias. La película de Siegel era un cuadro típico de su época, en sintonía con los spaghetti westerns y mucho cine de antihéroes, ex convictos y psicópatas, personajes que, lejos de de-senvolverse de acuerdo a lo esperable, tenían un accionar prácticamente antisocial. Tenía sus méritos, principalmente en desdibujar ciertos estereotipos de soldados heroicos (tanto los del Sur como los del Norte eran presentados como potenciales violadores) y haciendo un notable uso del flashback, en los cuales se demostraban las constantes mentiras en las que recaía el protagonista. Pero en concordancia a su época, la película tenía excesos de subrayado, algún momento gore y también bastante misoginia. Se trata, básicamente, de un acercamiento a la malicia de un puñado de personajes despechados y psicopáticos.
Si bien el argumento es el mismo, el tratamiento de Coppola es completamente diferente, al punto de que se trata claramente de otra película, con otro enfoque y una mirada prácticamente opuesta. Aquí los personajes tienen una psicología mucho más terrenal y accesible, y existe siempre una coherencia en el accionar de cada uno. No hay particular malicia en ninguno de ellos, sólo tentaciones e intereses contrapuestos. Vemos cómo una situación extraordinaria puede convertirse en un desmadre, una tragedia inesperada, sin que exista nadie en particular al que culpar. Para generar esto, Coppola potencia ciertas situaciones de incomodidad: las tres mujeres en disputa para el soldado son justamente Nicole Kidman, Kirsten Dunst y Elle Fanning, por lo que se entiende su vacilación. Cada una de ellas tiene, además, una personalidad especial, diferencias de edad e iniciativas disímiles.
Habría que leer la novela original de Thomas Cullinan para ver cuál de las adaptaciones es más fiel a su estilo, pero lo cierto es que esta película es intensa de principio a fin, está lograda con una sutileza y un refinamiento estético excepcionales y supone además un notable estudio de comportamientos, a los cuales difícilmente podríamos sentirnos ajenos. El seductor es una de las películas de este año, y seguramente la mejor obra de su directora hasta la fecha.