La era victoriana, hoy - Semanario Brecha

La era victoriana, hoy

"Hedi". Túnez/Francia/Bélgica, 2016.

"Hedi". Túnez/Francia/Bélgica, 2016.

Una de las cartas de presentación de esta película1 es tener a los hermanos Dardenne entre sus coproductores. Las otras son el premio a la ópera prima y a mejor actor obtenidos en el Festival de Berlín del año pasado. Con eso y todo lo extraño que tiene ver un filme árabe en nuestras carteleras, la expectativa era grande, y favorable.

Hedi es tunecino, tiene 25 años y la vida arreglada, por las costumbres y por su familia. Trabaja como vendedor para la Peugeot, y si en casa lo manda imperiosamente su madre, en la oficina lo sobreutiliza su jefe. Está a punto de contraer matrimonio –arreglado por su madre, por supuesto– con una bonita joven de su misma clase social. El entusiasmo y sobregiro materno en lo que respecta a su futuro y su presente quedan bien claros a los pocos minutos de película. Que Hedi es un volcán a punto de explotar, también. Si en la pantalla ni madre ni novia ni hermano ni futuros suegros parecen sospechar algo distinto tras la estólida mansedumbre de Hedi, no sucede lo mismo con el espectador, a quien las expresiones del acosado protagonista lo ponen a esperar un inminente estallido. El encuentro entre las dos familias, con los exagerados requiebros mutuos, parece amenazado por ese volcán interior. Las breves citas en el auto con la novia también. Como en una antigua receta de suspenso, el espectador sabe lo que los personajes se empeñan en no saber. Y a su manera, aunque sin cadáveres ni policías, esta es una película de suspenso. El suspenso no sobre “quién”, sino sobre “cuándo” y “cómo”.

El primer plano es una cerrada y parsimoniosa toma de las manos de Hedi anudando la corbata sobre su camisa blanca, el uniforme de ejecutivo que señala su ruta laboral. Es la primera, pero no la única de las obviedades que el director y guionista debutante Mohamed ben Attia va a desplegar en su película. Una decidida apuesta a los contrastes empieza con el hecho de que ese manso oficinista dibuja cómics, su sueño es que lo publiquen y dedicarse a eso. Vive en una ciudad llamada Kairouan, pero su jefe lo manda a representar a la firma en un balneario llamado Mahidia. Allí conoce a Rym, una mujer cinco años mayor, que encarna y representa todo lo contrario de lo que vive y sufre Hedi. Rym es bella, desenfadada, libre. Su trabajo como parte de un equipo que entretiene a los turistas la hace jugar, cantar, bailar, y ¡viajar! El muchacho conoce el amor y el sexo a lo grande, en alas de una recién descubierta libertad. Mientras las idas y venidas a su casa en Kairouan siempre suceden en vueltas por callejones oscuros y opresivos, su vida paralela en Mahidia transcurre en espacios abiertos: playa, arena, ese hipnótico Mediterráneo. El protagonista encuadrado en la abierta horizontalidad de la costa se reitera, así como sus viajes en auto entre dos ciudades, dos vidas, dos mundos. Podría ser una película más de iniciación, de rebeldía juvenil contra un mundo congelado, con la peculiaridad de enseñar la opresión sufrida por un varón en una sociedad de religión musulmana –encarnada además en una potente figura femenina–, el tipo de sociedad donde lo que suele señalarse es la opresión hacia las mujeres. Esa situación al revés de lo conocido es una de las puntas más atractivas del filme, pero se ha preferido atender, más que a la complejización del tema de la cerrazón de ciertas costumbres, a las nada ocultas referencias a lo sucedido en Túnez en 2010. Entonces, un movimiento democrático contra el régimen autoritario de Ben Ali fue llevado adelante sobre todo por jóvenes, y fue llamado –bueno, se hablaba de la “primavera árabe”– “la revolución de los jazmines”. Esas referencias prolongan los significados de una película que, más allá de un cuidadoso trabajo expresivo –la abundancia de planos cerrados, la cámara en mano, las “tomas de nuca”, tan usuales en las películas de los Dardenne–, de su originalidad de drama amoroso tipo era victoriana encuadrado en el hoy de sociedades donde lo antiguo y lo nuevo están lejos de llegar a alguna forma de concordia, roza puntas interesantes que deja de lado para, en cambio, abusar de oposiciones y simetrías que bordean la obviedad.

 

  1. Hedi. Túnez/Francia/Bélgica, 2016.

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