Algo que, a primera vista, parece insostenible. ¿Cómo una historia de secuestro y abuso por parte de pastores evangelistas puede devenir en un espectáculo musical? La narración de la protagonista presentada en la ficción bajo el elegante nombre de Arlett Dupont nos da esta respuesta y demuestra que en la escena el cruce de mundos puede ser posible. Es un gran mérito de la actriz Alicia Alfonso sostener los momentos aberrantes del relato, más ligados a lo real, e intercalarlos fluidamente con la impecable interpretación en vivo de temas de
Edith Piaf y Jacques Brel que actúan como válvula de escape.
Begérez se interesa aquí por un personaje desvalido, que fue secuestrado, golpeado, abusado y alimentado con comida de perros durante los tres meses que duró su cautiverio. Una heroína que logró escaparse increíblemente de sus captores, a pesar de su grave deterioro físico. Y no sólo se interesa por la historia de Arlett sino que dibuja el perfil de sus monstruosos secuestradores a partir del relato de la víctima, y desliza una crítica a la prensa y los medios electrónicos en su deshumanizado acercamiento al tema. Un micrófono central con el que el personaje interactúa todo el monólogo, es la amplificación perfecta para darle voz a este ser que vivió acallado durante su terrible cautiverio. El micrófono y la voz de Alicia Alfonso son suficientes para mantener al público atrapado en este cruel relato.
Tal vez no sean novedosos ciertos recursos ampliamente trabajados en el formato del monólogo. La utilización de proyecciones que por momentos resultan un mero soporte decorativo, la conversación con una mascota que introduce el diálogo, el desdoblamiento de la actriz en otros personajes. Tampoco el descubrimiento de un recurso psicológico de sobrevivencia que apela a la imaginación y a los mundos paralelos. Pero Begérez logra utilizarlos al servicio de su puesta en escena donde construye acertadamente ese pasaje entre el horror y la esperanza, cada vez que deja deslizar un cuadro musical con canciones en francés como “Dans ma rue” y “Padam”. Esos dos mundos de Arlett son los que vivencia el espectador cada vez que la iluminación transforma la escena desde el frío calabozo hasta el brillo del estrado musical. Y esa difícil transición de estados es muy bien trabajada por Alfonso, quien destaca en su trabajo vocal.
Muchas veces la realidad supera la ficción, y es lógico que este sea uno de esos casos. Una filmación hecha por los captores de la víctima real (Sonia Molina) muestra el extremo al que llegó su devastación, tanto que ella misma expresa no querer verse. Un testimonio de los alcances a los que puede llegar el hombre en nombre de Dios, como cita el programa de mano. Construida desde el horror, esta puesta intenta delinear un cuadro esperanzador, entendiendo que lo humano en sus posibilidades ligadas a la vida y al arte puede ir más allá de lo aberrante y superarlo con creces.
Teatro El Galpón, Sala Cero.