La vida plana - Semanario Brecha

La vida plana

El experimento llamado el Holómetro del Fermi National Accelerator Laboratory en Estados Unidos quiere descubrir si, en realidad, vivimos en un holograma.

Un experimento llamado Holómetro

En la adolescencia uno suele hacerse preguntas extrañas. Si nuestra vida será una sitcom que miran unos extraterrestres. Si no seremos parte de un experimento parecido al de The Truman Show. Ese vértigo existencial, esas cosquillas estomacales y mentales, solíamos asociarlas a la literatura de Kurt Vonnegut, Stanislaw Lem, Philip Dick o Borges. Cualquiera que haya leído Desayuno de campeones se habrá sentido un poco estafado cuando todo el mundo se volvió loco con The Truman Show y la genial idea de un mundo fabricado a la medida de un individuo. Vonnegut lo había hecho primero y mejor, porque la locura de Dwayne Hoover se desataba a través de un gran malentendido, es decir, la fortuita conjunción de un vendedor de autos a punto de perder la razón y un escritor de ciencia ficción que inocentemente le daba su libro. Dwayne, que estaba esperando recibir un mensaje, lee en las páginas de Trout las palabras del Creador del Universo que le dicen que él es el único ser vivo con libre albedrío y que el resto son robots. ¡Eso lo explicaba todo! Y Dwayne se dispone a romper esa ilusión construida a su alrededor, a puñetazos…

Vonnegut nos acostumbraba a ese tipo de cosas, plantaba cientos de ideas en cada novela, bajo la forma de supuestos cuentos de Kilgore Trout, previsiblemente los cuentos que el propio Vonnegut no quería escribir, pero cuyas ideas eran demasiado buenas para desaprovechar. Como el de los trozos de levadura que creen que la vida no tiene sentido, porque se la pasan reduciendo moléculas de alcohol y lo que no sabían –porque no podían abstraerse de su limitado universo– es que estaban haciendo champagne. El abstraerse del propio universo y sus reglas aparentes, esa capacidad de mirar el cuadro más amplio, es lo que provoca el vértigo y las cosquillas y el placer de leer. El mismo vértigo que está en el poema “Ajedrez”, de Borges, y el juego de piezas en guerra, que no saben que son movidas por la mano de un jugador, del jugador, que es movido por Dios y aquel maravilloso verso final “¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza, de polvo y tiempo y sueño y agonía?”, donde la palabra agonía resume de manera tan perfecta el abismo.

La poesía y la ciencia, tan separadas, producen muchas veces vértigos similares. ¿Es posible que nuestro universo tridimensional sea sólo una ilusión? Eso es lo que tratan de averiguar en el Fermi National Accelerator Laboratory, en Estados Unidos. El experimento, llamado el Holómetro, quiere descubrir si, en realidad, vivimos en un holograma. “Al igual que los personajes de televisión que no saben que su universo tridimensional existe sólo en una pantalla de televisión en 2-D, es posible que nosotros no nos hayamos enterado de que nuestro espacio tridimensional es sólo una ilusión. La información sobre todo en nuestro universo podría estar codificada en pequeños paquetes bidimensionales”, dice el comunicado de prensa de Fermilab.

“Acérquense lo suficiente a la pantalla de tevé y verán los píxeles, pequeños puntos de datos que componen la imagen si se alejan. Los científicos creen que la información del universo podría estar contenida de manera similar, y que el tamaño del ‘píxel natural’ sería diez trillones de trillones más pequeño que el átomo, una medida a la que los físicos se refieren como la escala de Planck.”

El equipo que trabaja en el experimento está compuesto por 21 científicos de Fermilab, el mit y las universidades de Chicago y Michigan.

“Queremos saber si el espacio-tiempo es un sistema cuántico al igual que la materia”, dijo Craig Hogan, director de Fermilab. “Si obtenemos resultados, cambiarán completamente las ideas sobre el espacio que hemos venido usando hace miles de años.”

Y es que aunque probablemente la conciencia de los trozos de levadura de estar haciendo champagne no haga el champagne más rico, la pregunta sigue siendo si sus vidas serían menos miserables. Por suerte, siempre se puede volver a la literatura

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