La vida en relación - Semanario Brecha

La vida en relación

Los vínculos con los demás pueden a veces traspasar los umbrales de la muerte; otras, por causas diversas, no llegan a concretarse, y, todavía otras, adquieren tanta importancia como poder ayudarnos en las instancias más difíciles. A tales vínculos humanos buscan referirse tres recientes estrenos de autor nacional.

Los vínculos con los demás pueden a veces traspasar los umbrales de la muerte; otras, por causas diversas, no llegan a concretarse, y, todavía otras, adquieren tanta importancia como poder ayudarnos en las instancias más difíciles. A tales vínculos humanos buscan referirse tres recientes estrenos de autor nacional.

Tal vez tu sombra (El Tinglado), de Federico Roca, dirigida por Lucho Ramírez, gira en torno a un joven dramaturgo que no logra sobreponerse al fallecimiento de su compañero. El recuerdo de éste parece cobrar vida a cada instante, al tiempo que el protagonista revisa el pasado, recibe el apoyo de una amiga, intenta comprender mejor a su madre –también enfrentando circunstancias diferentes– y hasta traba conocimiento con un par de muchachos que tal vez llegue a frecuentar en un futuro más o menos inmediato. Más que redondear puntos tan diversos –el amor, la muerte, la vocación, los gustos impostergables, las tradiciones judías–, a los cuales hace referencia a lo largo de la situación que motiva el texto, Roca los entremezcla con una naturalidad similar a la que encara el amor entre dos seres del mismo sexo. El trabajo de Ramírez bebe de idéntica naturalidad a la propuesta por el autor, al distribuir a los distintos personajes en escenas en las que el hoy y el ayer de la silueta central brindan la impresión de convivir. El elenco, integrado por Emilio Gallardo, Cristian Amacoria, Thamara Martínez, Felipe Havranek, Marcelo Mattos y la siempre vital Carmen Morán como la progenitora, se desenvuelve con soltura en una puesta para la cual, no obstante, haría falta una conclusión menos casual y más contundente que la que maneja.

Dos pájaros en la ciudad (Espacio, sala El Bardo), de P Morales y C Arbiza, con dirección de Gustavo Suárez Maya, retrata la imprevista atracción entre una joven mujer que acaba de romper con su novio y el vecino jubilado que le ofrece reparar el baño cuya humedad se filtra al piso de abajo. El encuentro de dos seres tan dispares da pie a una comunicación en la que se cuela un cierto toque de fantasía, a la cual la chica acude para lograr dejar a un lado su soledad. Algo quebradizo con respecto a la formulación de escenas sucesivas cuyos cambios requerirían, por parte de la dirección, un ritmo menos pausado, el texto resulta de todos modos oportuno al atender a los altibajos de una relación que ayuda a sus protagonistas a descubrir nuevos horizontes, aunque todo parezca rodar en contra. La comprensión y la entrega que Any Cardozo y Roberto Allidi dispensan a estos dos únicos personajes en escena elevan el interés de una propuesta que impulsa al espectador a olvidar por un rato el celular y prestar mayor atención a quien se le acerca.

Los ojos abiertos de ella (Zavala Muniz), de Raquel Diana, dirigida por Miguel Pinto, en fresca y trasparente clave poética, posa su mirada sobre una mujer que entabla un diálogo con un extraño que quizás la venga a buscar para conducirla a terrenos que nunca pisara. Terrenos que parecen alternar o confundirse con otras etapas de la vida, del amor y, ¿por qué no?, de la mismísima muerte, un acontecimiento para el cual no estaría preparada, pero sí podría evadir gracias a la colaboración –y el amor– de quienes han sabido rodearla. Viajera y guía, víctima y victimario, títere y titiritero, artista y creador, enamorada y enamorado… constituyen facetas de un encuentro a cara descubierta con la posibilidad de dar un paso definitivo que, en este caso, le sirve a la mujer para confirmar la existencia de las otras tantas pequeñas muertes que el diario vivir tiene reservadas a cada habitante de este mundo. Un hermoso texto con la discreción y la delicadeza que el espectador necesita para aceptar contemplar su propio retrato. Claudia Rossi y Fabricio Galbiati ponen una artillería de recursos a disposición del depurado trabajo de Pinto, un director alerta a desestimar el énfasis y los subrayados que tantas veces malogran los contenidos y que, por el contrario, sabe apreciar el poder de la palabra y la elocuencia de los gestos y los desplazamientos. El resultado es gratificante.

Artículos relacionados