Hace añares que Chabela Ramírez es todo un referente en la comunidad afrodescendiente montevideana. Nacida en el barrio Palermo, pariente de candomberos de Ansina, empezó a bailar candombe de niña, y en la década del 70 ya cantaba y tocaba el piano en Carnaval, proyectándose casi de inmediato por la belleza de su voz y por su carisma. En el correr de los años ochenta empezó a definir un enfoque politizado con respecto al candombe. Su militancia de amplio espectro incluyó el feminismo, la lucha contra los prejuicios hacia los negros, un africanismo que terminó redundando en un empeño de “resacralizar” el candombe. Su posición convocó adhesiones y también controversia. Tuvo participación en la fundación de Mundo Afro y lidera el coro femenino Afrogama.
Chabela fue la figura central de la tesis de doctorado (defendida en 2015) de la etnomusicóloga francesa Clara Biermann. Percatándose de lo absurdo de que una artista tan relevante en su comunidad y tan original no tuviera un disco propio, Biermann se encargó de estructurar formas de financiar esta grabación y edición.1 La musicóloga participa también en todos los coros.
El candombe ocupa un lugar importante en el disco, pero hay varias canciones en otros ritmos asociados a lo “afro”, y los tambores de candombe a veces aparecen junto con otros instrumentos de percusión de origen africano (esencialmente berimbau y shekere).
Chabela tiene una voz preciosa. Cuando la emite en forma lisa, es un timbre de rara pureza, condimentado con una ligera ronquerita y un poco de vibrato. En los candombes más activos ella saca a relucir una voz más encorpada. En “Llora milongón” usa un vibrato más pronunciado que recuerda a Lágrima Ríos. Por supuesto que se mueve con gracia y soltura sobre el ritmo de los tambores, despliega una cantidad de matices, desde la fiesta contagiosa en los candombes alegres hasta la compenetración mística en las oraciones o la expresión de dolor cuando comenta distintas formas de sufrimiento.
Aparte de los tambores, las bases rítmico-armónicas están hechas con no más de dos instrumentos, en combinaciones a veces bien interesantes (marimba y percusión en “Elegua quiere tambó”, contrabajo con arco y bandoneón en “Uno”). Hay agrupaciones más comunes de piano y bajo, y de guitarra y bajo, pero es interesante cómo, en “Candombe candomblé”, el guitarrista Alejandro Luzardo adopta un toque de inspiración en la música popular africana. Sobre esas bases muchas veces hay arreglos de vientos escritos por Leo Méndez, cada uno con su sonoridad y estilo particular, siendo especialmente llamativo el de “Soy el tambor”, entre rústico y refinado. A diferencia de otros discos de músicos vinculados a la comunidad candombera (por ejemplo, el de Eduardo Da Luz o el colectivo Música Negra de la ciudad de Montevideo) los tambores no llegan a dominar. La mezcla o la toma relegó un poco los chicos y el golpe en los cueros, y esto quita bastante del camine, del baile y de los diálogos de los tambores –sin proporción con los maestros que los están tocando–. Quizá haya sido una opción, que contribuye a concentrar la atención en la voz y en las letras.
El repertorio incluye un par de composiciones de Chabela, quien además dice unos textos que introducen cada canción, como en los espectáculos de los conjuntos lubolos. Entre los autores de las demás canciones figuran algunos de los compositores más reconocidos en el ámbito de las comparsas (Rodolfo Morandi, Emilio López Rey, Julio “Gonzalito” González, Eduardo Da Luz, quien participa también como cantante). “Elegua quiere tambó”, del cubano Luis Griñán (difundida por Celia Cruz) abre el disco, enfatizando el enfoque africanista-religioso que aparecerá también en “Candombe candomblé” (de Chabela) y en el medley “Alabanza a los orixás”. En los temas propios o en los ajenos, la temática común en los candombes de comparsa (raíces, ancestros, África, esclavitud, pobreza, celebración del tambor, las condiciones de vida del conventillo) predomina en forma neta, y ese contexto lleva a que terminemos asimilando como político y militante incluso el tango “Uno” –aquí “correctizado” como “Uno-a”–: “pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina”.
- De tambores y de amores, Perro Andaluz PA 6717-2, con los apoyos del Fonam, Société Française d’Ethnomusicologie, lp36, Anr. 2016.