Los asaltos a medios de transporte e instituciones de todo tipo han alimentado la ficción cinematográfica desde los lejanos tiempos de la mítica El gran robo del tren (1907), del pionero Edwin S Porter, como lo pueden atestiguar, por ejemplo, los amantes del western con una interminable lista de películas en las que los villanos de turno desvalijaban la diligencia. En el presente caso, cabe señalar que los atracadores en cuestión no son tan malos como aquéllos –faltaba más: a uno de los cabecillas se lo denomina nada menos que el “Uru”, por uruguayo, y lo interpreta nuestro conocido Rodrigo de la Serna–, y si se habla de malos o, en los tiempos que corren, de gente que juega doble, esta historia hace alusión a jefes bancarios prontos a sacar tajada y hasta a autoridades de organismos superiores, las cuales nunca se sabe para qué lado se van a inclinar. De ahí a que el título1 tenga tan en cuenta el dicho “el que roba a un ladrón…”, para aludir a quienes emprenden aquí la tarea de apoderarse de lo ajeno por la fuerza.
La casa bancaria elegida para ser atacada se ubica en la actual y activa Valencia y, si bien no se escucha a nadie expresarse en valenciano, la mayor parte de los personajes, encabezados por el estimado Rodrigo, resultan más malhablados que un chofer en hora pico. Al libretista Guerraecheverría y al realizador Daniel Calparsoro les corresponde en la ocasión el mérito de hacer funcionar con agilidad un asunto que involucra diversas siluetas de un lado y de otro de la ley. A los dos cabe asimismo achacarles que algunos manejos y ciertas conclusiones del relato no se planteen con la claridad meridiana que al espectador de los productos hollywoodenses del género se le exponían sin obstáculos a la vista. Quizás las plateas de hoy son, en definitiva, menos exigentes en cuanto a la verosimilitud de lo que sucede en la pantalla. Se sabe, eso sí, que lo que los asistentes en general demandan es que pasen cosas, y en ese renglón la historia no defrauda; historia, en suma, en la que a cada rato se oye mencionar a un uruguayo que, a pesar de ser un atrevido asaltante, luce menos condenable que varios respetables y encopetados pájaros de presa que lo rodean. Por supuesto que De la Serna desempeña su cometido actoral con la comodidad del caso y está bien acompañado por un vasto elenco encabezado por el siempre creíble Luis Tosar en el papel del “Gallego”, como aquí llaman a cualquier habitante de no importa qué lugar de la península. “El crimen no paga” puede ser otro dicho popular que quienes vean la película consideren, al menos, para replantear su validez a Calparsoro y los suyos.
- Cien años de perdón, España/Argentina/Francia, 2016.