En La arqueología del saber, Michel Foucault plantea una serie de interrogantes a propósito de la noción de obra. El nombre de un autor es pasible de desdoblamientos inesperados o aperturas, lo que torna difícil el trazo concluyente (o totalizante) de aquello que escribió: «¿Basta agregar a los textos publicados por el autor aquellos otros que proyectaba imprimir y que no han quedado inconclusos sino por el hecho de su muerte? ¿Habrá que incorporar también todo borrador, proyecto previo, correcciones y tachaduras de los libros? ¿Habrá que agregar los esbozos abandonados?». Entre los libros concebidos como tales se entretejen, entonces, versiones preliminares, tachaduras, páginas arrancadas. Se trata de esa gran constelación textual que se despliega a lo largo de una vida consagrada a la escritura; el «inmenso bullir de rastros verbales», en palabras de Foucault.
El recorrido intelectual de Roland Barthes (Cherburgo, 1915-París, 1980) es, ante todo, eso: inmenso bullir de conceptos y tentativas, de formulaciones teóricas y esbozos. La firma barthesiana se multiplica a sí misma, asume el fenómeno de una diseminación incitada por el deseo propio y el de sus lectores. Y en ese movimiento de archivo incorpora resonancias inéditas que complejizan el sentido de su obra. La editorial Eterna Cadencia publicó El léxico del autor, que contiene las sesiones de su seminario en la École Pratique des Hautes Études, entre 1973 y 1974. Poco antes, en 1972, Barthes recibe la propuesta editorial de escribir su autobiografía (dicha propuesta se materializará, en 1975, en Roland Barthes por Roland Barthes). Las sesiones del curso y la escritura del libro se anudan en una misma investigación; la premisa consiste en confundir deliberadamente el seminario y la producción del texto autorreferencial: «Yo no puedo llevar a cabo dos libros juntos (un seminario y un libro): la esquizofrenia es necesaria o inevitable», afirma.
Hay una voluntad de goce en la elaboración de estas clases, dirigidas a apenas una quincena de estudiantes: Barthes excede las demandas, genera tensiones en el horizonte de expectativas, se libera de los adjetivos que inscriben los discursos en formas tranquilizadoras de lo ideológico. Contra los estereotipos de las instituciones oficiales de enseñanza que, bajo los efectos del poder, producen un lenguaje de repetición, su seminario es el laboratorio de un libro en construcción. El profesor inicia sus clases envuelto en la perplejidad, esa que consiste en enunciarse desde una posición incierta (el opuesto a la voz autorizada del académico). El léxico del autor es un libro-proyecto que aborda las contingencias y los bloqueos de la escritura. También es una experimentación pedagógica: «El objeto del seminario es hacer ante ustedes, con ustedes, el libro que debo hacer». Para decirlo con palabras de Jacques Rancière (El maestro ignorante): no hay maestro explicador, sino presuposición igualitaria. El libro no se escribe de modo unilateral, se hace en el equilibrio justo de las distancias sociales y las proximidades afectivas: no ante, sino con. Se ensaya un campo operacional de investigación en el que la indagación de la propia vida se colma en la vecindad de la voz del otro.
Entre la escritura como una práctica del deseo y la formalización impuesta por las retóricas universitarias, se abre una auténtica aventura intelectual. Para Barthes, este proyecto pedagógico-investigativo se enmarca en lo que da a llamar la mutación, que supone el pasaje del «seminario-circo» (1971-1972) al «seminario-falansterio» (1972-1973). De un lado, el profesor que da la clase para una audiencia numerosa; del otro, la experiencia ya comentada, limitada a una cantidad restringida de estudiantes. En el artículo «Los jóvenes investigadores» (El susurro del lenguaje), publicado en 1972, Barthes expresa: «El trabajo (de investigación) debe estar inserto en el deseo. Si esta inserción no se cumple, el trabajo es moroso, funcional, alienado, movido tan solo por la pura necesidad de aprobar un examen, de obtener un diploma, de asegurarse una promoción en la carrera». El léxico del autor implica un desplazamiento hacia formas no disciplinarias del saber. Contra la palabra gregaria y los sentidos establecidos, el curso es una experiencia de riesgo en la que confluyen una visión hedonista del texto y una pedagogía de la igualdad.
LIBROS. ROLAND BARTHES
Las clases en el falansterio
↑ El léxico del autor, Traducción de Alan Pauls. Eterna Cadencia, Buenos Aires, 2023. 464 págs.