El programa de entrevistas “Café negro”, emitido durante casi tres años por Tevé Ciudad de Montevideo y conducido por el escritor Mario Delgado Aparaín, incorporó una nueva avenida al publicarse, a fines del año pasado, en formato de libro. Un tomo que incluyera todas las entrevistas era inconcebible en términos editoriales –el ciclo llegó a contar con más de un centenar de invitados vinculados al campo de la cultura–, de manera que se hizo necesario establecer un criterio de selección. Ése, según explica el propio Mario Delgado Aparaín en el prólogo, fue uno de los desafíos que se le presentó al proyecto. Finalmente, el libro optó por recoger los encuentros con aquellas personalidades signadas por “dos acontecimientos políticos de tremenda importancia en los años setenta y ochenta que, para bien y para mal, marcaron a fuego su creación: la dictadura cívico militar y la apertura democrática”. Los términos pueden resultar algo vagos, se trata al fin y al cabo de dar un encuadre y una cierta unicidad al libro.
Sin embargo, Voces de café negro no consiste en la transcripción de las entrevistas, va más allá del mecánico –y agotador– traspaso de códigos. Es que, el lenguaje televisivo explota una serie de posibilidades semióticas que, al volverse grafismo en el papel, se pierden irremediablemente: puesta en escena, atmósferas, gestos, sutiles inflexiones de la voz y silencios. La apuesta del programa era un “homenaje a las tradicionales tertulias de café, tan caras a los uruguayos”; lejos del frío estudio televisivo, por momentos la conversación alcanzaba puntos de fuerte intimidad. Todo hablaba de un trabajo de producción sumamente cuidado, difícil de trasladar a un libro de entrevistas sin que se perdieran aspectos sustanciales.¿Qué tan necesario es, entonces, dicho libro? ¿Qué relación establece con el ciclo emitido? Se podría decir que se trata de instancias relativamente autónomas de un mismo proyecto. Voces de café negro consiste en una treintena de textos confeccionados por el propio Mario Delgado Aparaín pensando en esta nueva e imprevista modalidad. Con la ayuda del periodista Andrés Falca, encargado de transcribir y jerarquizar fragmentos del programa, el autor de La balada de Johnny Sosa acomete un arduo trabajo de periodismo literario.
El arco se tensa en un espectro amplio de perfiles: desde Aureliano “Nano” Folle a Daniel Vidart, desde Mariano Arana a Fernando Cabrera. En su pluralidad, se cumple una especial función de hipervínculo, pues cada apartado, con sus referencias y obsesiones, guiños y remembranzas, articula nexos (a veces inesperados) con otras personalidades de la cultura, de ayer y de hoy. La lectura lineal del libro puede llegar a agotar al lector más avezado, pues la prosa que propone Delgado Aparaín tiende –y dependiendo del grado de confianza que tenga con el invitado– a cargarse de una adjetivación por momentos demasiado efusiva. Sin embargo, todo se dinamiza cuando el libro aborda, dando un anclaje material definitivo, ciertas anécdotas que gravitan en el imaginario nacional, episodios de la historia reciente (y no tanto) que muchos conocen de oídas, pero contados de primera mano. Un ejemplo es el relato a cargo de Washington Benavides sobre la quema, en la plaza de Tacuarembó, de todos los ejemplares de Tata Vizcacha por parte de un grupo de estudiantes de derecha, hacia mediados de la década del 50.
Cada apartado se abre con una semblanza del invitado, dotada casi siempre de una dosis de comicidad. Luego, el discurso va intercalando pasajes en estilo directo (las “voces”de las que versa el título) con apreciaciones y ocurrencias del propio Mario Delgado Aparaín. Éste orienta la conversación o la deja fluir libremente, arroja reflexiones e introduce giros en el ánimo del entrevistado. A través de este procedimiento de escritura, se reproduce de manera más o menos fiel la oralidad de la tertulia y se retrata la “personalidad” de diversos exponentes del campo artístico nacional. Como suele suceder con este tipo de publicaciones, el disfrute que el lector pueda obtener de sus páginas dependerá del interés que tenga por la obra de los distintos invitados; también del gusto por la forma adoptada por el autor del libro, un auténtico cruce entre el oficio de la creación literaria y el carácter informativo de la crónica periodística.