Siguen apareciendo historias de los campos de concentración nazis aún hoy, luego de más de 70 años de haberse clausurado, y con ellas se renueva nuestra capacidad de asombro.
El jueves 31 de marzo Reino Unido difundió 900 documentos que describen las atrocidades sucedidas a británicos que fueron recluidos en estos campos. Estos registros son parte de los Archivos Nacionales, contienen solicitudes económicas que fueron entregadas al gobierno británico entre 1964 y 1965, e incluyen detalles espeluznantes de las vivencias de los prisioneros y las secuelas que quedaron en sus cuerpos, sus mentes y sus vidas.
En esos papeles se relatan casos de torturas, asesinatos, ahogamientos, trabajos forzados, palizas reiteradas, todas prácticas corrientes en aquel contexto. Sin embargo, entre las muchas historias reveladas resalta la escabrosa anécdota de Harold Le Druillenec, quien fue testigo de casos de antropofagia en el campo de Bergen-Belsen, en el departamento de Baja Sajonia, al norte de Alemania, y el único británico con el dudoso privilegio de poder vivir para contarlo. “La ley de la jungla reinaba entre los prisioneros. Por la noche matabas o te mataban y por el día el canibalismo se extendía”, señalaba este hombre en sus notas. En el campo “no había comida, ni agua, y dormir era imposible”. Entre sus escritos describió otras situaciones que padeció en otro campo de Hamburgo, mencionando torturas y castigos mediante ahogamientos, golpizas y crucifixiones “a todas horas del día”. La solicitud de reparación económica de Le Druillenec fue aceptada y se le concedieron en ese entonces 1.835 libras, equivalentes a unos 43 mil dólares en la actualidad. Los fondos para estos reclamos provienen del compromiso que asumió la República Federal de Alemania en 1964 de brindarle al Reino Unido la suma de 1 millón de libras (21 millones de euros actuales) para resarcir a todos los afectados de este país.
Sin embargo, debido a los requisitos que establecía el gobierno británico para conceder estos resarcimientos económicos, no todas las peticiones tuvieron éxito: los reclamantes debían haber permanecido en alguno de esos centros por un mínimo de tres meses, ser ciudadanos británicos y debía considerarse que padecían secuelas físicas permanentes. En los años sesenta aproximadamente 4 mil personas enviaron sus cartas solicitando estas compensaciones, de las cuales el Ministerio de Relaciones Exteriores sólo concretó 1.015. Detrás de estos muchos rechazos existen historias y experiencias removedoras, como el caso de Johanna Hill, quien por las habituales palizas de la Gestapo perdió la posibilidad de ser madre, pero no le concedieron la ayuda por haber estado recluida sólo un mes y medio.
Idéntica respuesta recibió Ludmila Kokrda, quien estuvo cinco años y medio presa bajo el régimen nazi e incluso permaneció un año en el campo de Ravensbrück, al norte de Berlín. Durante esos años fue sometida a trabajos forzados en condiciones infrahumanas y con alimentación insuficiente, pero el hecho de que tanto ella como su marido no fueran ciudadanos británicos determinó que no recibiera la indemnización. Otra víctima que recibió una negativa fue Bertram “Jimmy” James, quien estuvo cautivo en Sachsenhausen (Brandeburgo), pero desde el gobierno británico arguyeron que “no llegó a padecer los tratamientos inhumanos y degradantes propios de un campo de concentración”, ya que las condiciones de ese campo “no eran de ninguna manera comparables” a las de otros centros. Aun así, en 1968 se decidió que las personas de ese campo fueran también resarcidas y James recibió 1.192 libras (unos 28 mil dólares actuales).
Todos estos documentos permanecieron reservados por más de cinco décadas, pero este es el primer gran paso: el gobierno de Reino Unido planifica liberar otros 3 mil archivos similares en 2017. Seguro que seguiremos conociendo más historias sobre aquel infierno.