La escena tiene lugar en una oficina de Montevideo. Cuatro mujeres conversan con ese tipo de plácida complicidad que da la frecuentación diaria. Tienen edades diferentes, pero básicamente un par son jóvenes y las otras dos veteranas. Nadie sabe por qué han expulsado del ritual del té los temas personales o de trabajo. Se fue dando simplemente. Todas lo han notado, pero no lo mencionan por miedo a que se rompa el encanto. A veces alguna siente, mientras prepara el té o camina hasta el lugar de encuentro, el temor de que nadie encuentre un tema ese día. No sucede. Esta vez la más joven cuenta apasionadamente un documental sobre la extracción de rubíes. Está conmovida: “Cómo pueden romper toda esa piedra, para sacar una piedrita así de chiquita. Destrozar toda esa naturaleza. Pobres piedras…”. “Pero esa ya no siente”, dicen a coro las veteranas, y se festejan mutuamente. Las jóvenes no entienden. Las otras rescatan de su memoria el poema de Darío: “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo/ y más la piedra dura porque esa ya no siente…”, y llegan gloriosas hasta “no saber adónde vamos ni de dónde venimos”. Se ríen para disolver cualquier énfasis didáctico. Una googlea e imprime “Lo fatal” y se lo alcanza a la más joven, que retoma el relato de los rubíes. Y es fin de cita.
Otra escena –lejana– se corresponde con esta. George Steiner, el gran comparatista, ha aceptado una entrevista. Está momentáneamente de espaldas a sus entrevistadores mientras busca un libro en su biblioteca. Sorprende que elija a Hemingway, podría pensarse que es demasiado norteamericano para su paladar europeo y políglota. “Es extremadamente raro, aun tratándose de grandes escritores, que logren dar un sentido nuevo a una palabra, pero nadie ha resignificado tanto la palabra ‘y’ como Hemingway.” Ya tiene un libro en la mano: Fiesta. “The sun also rises” es un título tomado del Eclesiastés, explica, y se pone a leer: “Atravesamos el bosque y el camino se bifurcaba…”. Es el pasaje en que los dos amigos viajan en ómnibus desde Pamplona. “Son muy unidos y cada uno cree que el afecto es sincero”, explica Steiner, que retoma la lectura del pasaje que va describiendo el paisaje y donde la “y” está usada de una manera idiosincrásica y maravillosa. El ómnibus pasa por Roncesvalles. El lugar es mencionado distraídamente, como un mero dato de la topografía, y sin embargo anuncia la traición que va a ocurrir en esa amistad. “Roncesvalles –sigue Steiner– es el lugar donde Rolland, el sobrino de Carlomagno y héroe del cantar de gesta francés, es traicionado, entregado a los sarracenos y muerto en medio de una feroz carnicería. El genio de Hemingway está en que no explica eso. Sólo da una palabra, ‘Roncesvalles’, que evoca esa traición y presagia la que está por ocurrir entre los amigos. Entretanto ellos hablan banalidades, dicen que ‘hace frío’. Es el corazón helado de la traición, y sólo un gran artista puede decir tanto sin decir nada.” Ya nadie sabe qué significa Roncesvalles, y las nuevas ediciones de la novela de Hemingway vienen con una nota al pie que explica la vieja historia. “Mis alumnos de Oxford, Cambridge, Harvard, ya no reconocen el significado de Roncesvalles –se lamenta Steiner–. Sin embargo, Hemingway escribía para un público extenso y general, pero podía creer que la palabra Roncesvalles alcanzaba. Esa nota al pie mata todo el efecto y rompe el encanto. Creo que pronto precisaremos una nota al pie para saber qué es Elsinore, y seremos incapaces de reconocer ‘La Mancha’. Esto asusta.” Su idea es que “somos lo que recordamos”, lo que aprendemos es lo único de lo que nadie podrá despojarnos.
Borges, admirado por Steiner, decía que tenía la cabeza llena de versos. En varios idiomas y de muchas épocas, no faltaba el que reúne estas dos escenas. Dice: “pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente”.