Este texto no lo escribo apenas como réplica a la columna de opinión «Las raíces del desvarío», publicada en este semanario el día 5 de febrero de 2021 por Marcelo Aguiar Pardo, en la que él menciona mi nombre varias veces, por haber leído mi ensayo titulado «La discriminación psíquica en la era covid-19», publicado en la revista Extramuros, número17. Escribo aquí para solicitarle a Aguiar Pardo que me pida disculpas, porque en su columna mi nombre aparece citado varias veces como ejemplo de las personas a quienes sus palabras agraviantes están dirigidas. Su pensamiento se centra en quienes el autor llama «negacionistas», en función de nuestra actitud de negar la pandemia; su óptica focaliza mi texto debido a que, según él, constituye «un caso» paradigmático de algunas voces que «dos por tres surgen [y] que muestran las cartas sin complejos». Por supuesto, me resulta un honor que me considere representante del conjunto de personas que niegan la pandemia y, por supuesto, creo que es el deber de todas las personas que escribimos el «mostrar las cartas sin complejos». Intentaré argumentar brevemente aquí la razón por la cual considero que él debería pedir disculpas no solamente a mí, sino a todas las personas que podrían sentirse aludidas por su texto, y que debería hacerlo de modo público del mismo modo que hizo públicos sus agravios.
En primer lugar, la frase despectiva citada arriba no menciona qué cartas son las que deberían estar ocultas ni tampoco ofrece una razón que justifique su afirmación de que mi ensayo debería provocar en mí algún tipo de complejo. Es interesante que quienes expresamos nuestro escepticismo con respecto a la pandemia encontramos en esa columna de Brecha, y en otras publicaciones como las que mencioné en mi texto en Extramuros, a varios «psicólogos» dispuestos a diagnosticarnos de modo honorario, a diestra y siniestra. Aun si fuera con la mejor intención, debo decirles a las personas que utilizan términos psicológicos para juzgar a otros que están actuando éticamente en una zona limítrofe con el ejercicio ilegítimo de una profesión.
Reitero aquí que creo oportuno considerar la profesión de Aguiar Pardo. La mencioné en mi texto no por considerar que una persona debería ser médico para hablar sobre la pandemia, sino para ejemplificar la actitud de algunos columnistas de los medios de comunicación que se atribuyen la potestad de realizar interpretaciones psicológicas y diagnósticos clínicos o que consideran que tienen tal sapiencia que se autodeclaran capaces de determinar quién conoce la realidad y quién la está negando.
Esa práctica es algo que evidentemente le es muy cara al columnista, y el uso de la palabra complejos no es el único ejemplo, sino solamente una muestra, ya que se pueden encontrar muchos más botones en su texto. El título, sin ir más lejos, atribuye a mi texto la cualidad de ser una de «las raíces del desvarío», una afirmación que considero sumamente grave. En primer lugar, porque escribí mi artículo luego de muchos meses de cuidadosa reflexión y de repaso de lecturas llevadas a cabo a lo largo de los años en mi carrera. Por supuesto, él puede estar en total desacuerdo con lo que afirmo, pero de ninguna manera a mi ensayo le cabe el juicio de ser una «raíz de desvarío». No sólo sus (des)calificaciones aparecen injustificadas en su texto periodístico, sino que son hechas con extrema liviandad, como si tuviera algún privilegio por estar en un medio de comunicación que lo ampararía para aludir a la insania por su condición de autor.
Que alguien, en una discusión cotidiana o callejera, le diga a otra persona que está delirando puede ser algo gracioso, pues es algo que se entiende como una broma, pero que una persona use ese término en una columna en un semanario de larga trayectoria como lo es Brecha deja de ser algo gracioso, debido a que quien lo lee entiende que está frente a una fuente de información seria, atendible. Tomada en serio, la palabra desvarío se encuentra fuertemente asociada a la patología psíquica y, específicamente, a una de las más severas, como lo es la psicosis, que se caracteriza por un discurso de tipo delirante, tal como lo muestra el creador del psicoanálisis. Por ese motivo, le niego a este columnista la potestad de opinar sobre los desvaríos de nadie, porque nunca, en toda mi vida profesional, he realizado un diagnóstico fuera de contexto.
Escribía Freud: «… probablemente valga la pena ensayar el estudio de los correspondientes casos patológicos siguiendo las premisas aquí desarrolladas y encaminar también de acuerdo con ellas su tratamiento. Así se resignaría el vano empeño por convencer al enfermo sobre el desvarío de su delirio, su contradicción con la realidad objetiva, y en cambio se hallaría en el reconocimiento de ese núcleo de verdad un suelo común sobre el cual pudiera desarrollarse el trabajo terapéutico».1
Gracias a Freud, podemos llegar a entrever la razón de la palabra desvarío en el título de la columna. La definición de negacionismo como la «actitud que consiste en negar ciertas realidades o hechos históricos…» que cita Aguiar Pardo en una columna anterior me llevó a aseverar en mi texto desvariante que nadie tiene derecho a hacer tal juicio debido a que, como escribí allí, «ninguna persona puede atribuirse el privilegio de ser conocedora de la realidad tal cual es, más allá de toda duda». Este y otros párrafos que el columnista cita de mi texto, él mismo los califica como verdaderos: «Esas afirmaciones pueden ser consideradas, además de verdaderas, triviales». Tiene derecho a considerarlas triviales; no tengo inconveniente en que exprese ese juicio crítico. Sin embargo, tan triviales no las debe de considerar, porque enseguida, él mismo se dedica a buscar ejemplos históricos para justificar mis afirmaciones. Dichos ejemplos históricos pueden agregarse a los mencionados por Rafael Bayce en su artículo «Elogio del negacionismo» (Extramuros, número 18), en el que presenta abundante evidencia histórica de personas que fueron consideradas «negacionistas» en un momento dado, pero luego fueron reivindicadas por su notoria contribución a la ciencia.
De modo sorprendente, luego de haber apoyado mis afirmaciones, Aguiar Pardo realiza un recorrido muy somero por una serie nutrida de filósofos; este vistoso aunque irrelevante paseo parecería estar dedicado a explicarles a sus lectores las razones de su crítica a mis afirmaciones, las que él mismo calificó de verdades poco antes. La actitud escéptica con respecto a la pandemia correspondería a quienes están «impulsados por una desconfianza un tanto genérica en el discurso oficial y no necesariamente conscientes sobre sus implicancias filosóficas». Seguidamente, Aguiar Pardo intenta revelar las implicaciones filosóficas de tal actitud, que él describe así: «Caer en ese error de calibración demuestra estar cegado por un relativismo cognitivo verdaderamente preocupante».
Me corresponde, entonces, tranquilizar al columnista. Él mismo dijo que mi texto «muestra las cartas sin complejos», entonces, no debería pensar que escondo el marco filosófico en el que se encuadra mi pensamiento. Justamente, yo exhibo de modo inequívoco cuál es la base filosófica, epistemológica de mi planteo, a saber, el pensamiento del lógico Charles Sanders Peirce. Nada es más lejano de su visión de la verdad que esa reflexión de Aguiar sobre relativismo, posverdad y otras acusaciones que pedalean en el vacío, y que abundan en su columna de Brecha. Para conocimiento de sus lectores, el principio del realismo semiótico peirceano al que hice referencia es: «Toda búsqueda de conocimiento se orienta por la verdad; esa esperanza de descubrir lo real la define el filósofo Peirce (1839-1914) como aquello que es como es de modo independiente de la opinión de cualquier persona. Tanto la duda como la convicción de que existe una verdad hacia la cual nos orientamos son los principales móviles del pensamiento y de la búsqueda del conocimiento, en la ciencia y en la vida cotidiana». Hay que hacer un malabarismo extraordinario para, a partir de ese encuadre filosófico, concluir, como lo hace Aguiar, que mi posición es la que él dice, y que se encuentra del todo alejada de lo que yo propongo, como puede comprobar el lector a partir de esa cita de mi ensayo en Extramuros.
No espero que mi duro crítico tenga la formación suficiente para saber que Peirce es el fundador de la corriente de pensamiento llamada pragmaticismo, ni tampoco que conozca sus implicancias filosóficas. El pragmaticismo me lleva a sostener que, tanto el relativismo asociado a la teoría representacionista como el positivismo que se inscribe en una teoría presentacionista, tienen implicancias que no son mutuamente excluyentes. El presentacionista habla de datos duros experimentados pero no entendidos y el representacionista se refiere a la comprensión de dichos datos mediante diversas clases de signos. Yo adhiero a la perspectiva peirceana que sostiene que: «Esos son, sin embargo, meros puntos de vista diferentes sobre los cuales [ni el representacionista ni el presentacionista] debería encontrar nada absolutamente contrario a su propia doctrina». Por ende, le explico al arquitecto que afirmar que nadie puede estar seguro de ser conocedor de la realidad más allá de toda duda no implica necesariamente caer en un relativismo epistémico. Se puede muy bien sostener que los datos duros experimentados son los que limitan y guían nuestro proceso colectivo, dialógico y siempre falible de llegar a entenderlos.
No entiendo, entonces, a quién se refiere cuando él dice: «Toda referencia a lo real, a la objetividad, a los hechos debe ser puesta entre comillas, ironizada con desprecio». Eso muestra que no tiene ni la menor idea sobre la postura epistemológica de Peirce ni tampoco sobre la que yo expuse. Si desea conocerla mejor, así como mi crítica al constructivismo y al construccionismo social, dos adhesiones teóricas que él me atribuye sin ningún fundamento, lo remito a la lectura de mi tesis doctoral que está disponible en internet.2
También lo desafío a que encuentre una frase irónica o que manifieste desprecio en el texto sobre el que supuestamente está escribiendo. Si de veras quisiera dialogar con mi texto, Aguiar debería aplicar lo que defiende en su columna, es decir, apoyarse en algo que realmente tenga al menos un grado mínimo de objetividad. La propuesta que hice en mi ensayo de Extramuros es que está surgiendo una nueva forma de discriminación de índole psíquica de parte de profesionales amparados por los medios de comunicación y, lo que es más grave, legitimada por un miembro del GACH. Este último, por ser profesional de la salud mental, tiene aún mayor responsabilidad por cuidar que no se atente contra el bienestar psicológico de la población. Con ese fin, un psiquiatra de prestigio, que además cumple un rol público, debería evitar realizar interpretaciones y diagnósticos psicológicos fuera del contexto clínico, ya que es su misión primordial el proteger la salud mental, en todo momento. Le aclaro un punto que aparentemente se le escapó: mi observación se dirige a cuestionar una falta a la ética profesional de parte de personas en ese rol profesional, que evalúan psicológicamente a personas que no son sus pacientes fuera del contexto clínico. Una pena realmente que este planteo, que se encuentra en el corazón de mi ensayo, no haya sido siquiera mencionado por el columnista Aguiar en su columna. Él juzgó más relevante imaginar y construir un contrincante relativista hecho a la medida de lo que él quería decir; eso hizo que gran parte de su texto no hiciera otra cosa que pedalear en el más absoluto vacío discursivo.
Por eso y por los epítetos discriminadores, descalificadores y agresivos sin ningún sustento dirigidos a «todos los negacionistas», le solicito que nos pida disculpas.
* Doctora en Psicología del Desarrollo.
1. Freud, S. (1937), «Construcciones en el análisis», en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 2007, tomo XXIII, pág. 269.
2. Michel, M. (2006), O Self Semiótico: Desenvolvimento interpretativo da identidade como processo dramático, Universidade Federal do Rio Grande do Sul, Brasil. Disponible en: http://hdl.handle.net/10183/7783.