Hace unos años, cuando estalló el escándalo entre Luis Suárez y el francés Patrice Evrá, el defensor de la selección uruguaya Álvaro “Palito” Pereira dijo lo suyo. “Lo de Evrá no me sorprende porque no tiene códigos. Lo que pasa en la cancha tiene que quedar en la cancha”, sentenció el lateral izquierdo del Getafe. Luego acotó: “Llevar este tema a tribunales es triste, porque el fútbol es en la cancha”.
Esos dichos de Pereira reflejan la visión tradicional del mundo del fútbol, y parecen responder a lógicas que han perdido peso de la mano de la lucha por la no discriminación. Pero aún hay gente que piensa esto: dentro de la cancha uno puede arrancarle los ojos al rival, pero el rival no tiene derecho a quejarse ni a responder una vez que el árbitro dio por finalizado el encuentro. Y si lo hace, “está manchando al fútbol”.
En los últimos días trascendió que el jugador de Defensor Sporting Nicolás Olivera supuestamente denunciaría al futbolista de Nacional Jorge Fucile porque le habría dicho “negro de mierda”. Lejos de analizar si se lo dijo o no (ahora parece innecesario que los jugadores y técnicos estén todo el día poniéndose la mano en la boca para hablar, dado que en este caso seguimos sin ver la imagen esclarecedora), preferimos comentar las repercusiones de las palabras de Olivera, que en minutos pasó de víctima a victimario (y no sólo en el sentido moral de “la familia del fútbol”, también en sentido formal, ya que según trascendió, ahora es el futbolista de Nacional quien iniciaría acciones legales contra el de Defensor por tratarlo de racista).
De hecho, el vicepresidente de la Mutual de Futbolistas Profesionales, Javier Benia, en declaraciones vertidas a la radio Sport 890 recogidas por El País (20-IV-16), manifestó que “nos llama la atención porque lo que pasa en la cancha queda ahí en la cancha”. Es decir, por ahí está mal que Fucile haya dicho eso, pero peor está Olivera por no habérselo bancado.
Yo le preguntaría a Benia: ¿quién establece eso? ¿Dónde está escrito? ¿Por qué si un tipo me insulta y yo lo denuncio el desubicado soy yo? ¿En qué parte del reglamento de la Auf está escrito que yo no puedo denunciar al que me agrede?
Me parecería sano que se legisle al respecto, y que los efectos de lo que pase dentro de una cancha no queden librados a las costumbres personales de cada protagonista. Si la Fifa establece que está mal insultar, castiguemos a todos los que insultan. Si, por el contrario, establece que es verdad lo que dicen Pereira y Benia, y si te putean dentro de la cancha te la tenés que bancar, que así sea. Y Olivera tendrá la chance de seguir jugando o no, en virtud de las ganas que tenga de ser insultado y no poder responder más que con otro insulto o con una agresión física.
Y en ese caso, si se decide que está mal insultar a un rival en un partido, la pena deberá ser igual para el que le dice “negro” a Olivera, “brasileño” a Gamalho, “gordo” a Polenta, “enano pelado con barba” a Novick, etcétera. Llegará el día en que todos los jugadores estarán suspendidos (porque putean casi todos) o se acostumbrarán a gritar cosas tales como “me has propinado menudo puntapié a la altura del abductor, maldigo tu nombre y el de tus ancestros”.
Luego habrá que dar otro paso y ver qué pasa con las agresiones físicas. No sé usted, pero yo prefiero que me insulten a que me pongan un planchazo como el que le colocó Olivera al jugador de Peñarol Alejandro Silva en el Franzini por el Apertura 2014, y que terminó con el aurinegro fuera de las canchas durante algunas semanas. Incluso el presunto insulto de Fucile llegó después de una jugada en la que el jugador violeta fue a buscar una pelota contra el lateral de manera vehemente. Si le pego un codazo en la nariz a Jordi Alba, y éste me responde: “La puta que te parió, sudaca mugriento”, ¿está bien que yo lo denuncie?
Pero ocurre que las reglas no escritas del fútbol, que tanto daño le han hecho en general, establecen que pegar una patada, poner una plancha o dar un codazo son situaciones “de juego”. Diferente es morder o escupir, o hasta agarrar de la camiseta. No entiendo a los delanteros que cuando se escapan y los agarran de la casaca se quejan como si les hubieran mancillado el honor de un modo irreparable. Como si prefirieran recibir una patada en la nuca. Yendo al ejemplo por antonomasia: si en lugar de morderlo, Suárez le hubiera pegado una patada a Chielini, el salteño hubiera sido titular ante Colombia.
Lo ideal sería que los jugadores no pegaran codazos ni insultaran, pero vivimos en un mundo que es de todo menos ideal. Hay jugadores que pegan cuando son superados, jugadores que pegan cuando se descontrolan, jugadores que pegan para provocar al rival. Con los insultos pasa lo mismo.
No todo insulto racista es racista, por más contradictorio que suene el comentario. Si un hincha le hace gestos de mono o le tira una banana a un jugador, además de quedar como un imbécil (sobre todo por lo caro que está el quilo), está ejerciendo una agresión racista y debe, sí o sí, censurarse. Diferente es el caso cuando la agresión sucede dentro de la cancha, entre dos protagonistas. En ese caso, como en el de la mano en el área, se debería medir la intención.
Reitero: el insulto “negro de mierda” es comparable al de “gordo de mierda”, “viejo de mierda” o “puto de mierda”.1 La diferencia radica en que los gordos y los viejos (incluso los viejos gordos) encuentran menos problemas para acceder a puestos de poder que los afrodescendientes y los homosexuales. Entonces el viejo se siente insultado y no discriminado (¡cómo se va a sentir discriminado el viejo si este país hace más de 20 años que es gobernado por septuagenarios!), mientras que el afrodescendiente se siente discriminado. Pero técnicamente (si se puede hablar de una técnica del insulto) el insulto es el mismo. Sólo que uno lo decodifica como: “Sos más viejo que yo, y por ende las chances de que mueras antes que yo son elevadísimas”, mientras que el otro escucha: “Sos negro, es decir, pertenecés a una etnia que históricamente se ha visto menoscabada en sus derechos, y te lo recuerdo ahora para hacerte calentar, porque si te pego una piña capaz que me echan”.
Ambos insultos son igualmente reprobables, desde el punto de vista de quien los emite. La clave está en generar leyes parejas y de aplicación general. Concebir al insulto como una agresión más sin pelota (similar a la de un codazo o la de tirarle tierrita en los ojos al arquero) puede contribuir a solucionar el problema. Y así uno, cuando putee, tendrá bien claro que si el árbitro lo oye lo podrá echar. Y que si no lo oye, no existió.
Retomando la analogía, pasó lo mismo con las manos en el área: hoy si el defensor tiene una mano despegada del cuerpo y la pelota da en ella, es penal. Proponemos que si quien emite el insulto tiene el adjetivo calificativo despegado de la moral y las buenas costumbres, reciba tarjeta roja.
Porque, como decía el delantero panameño José Luis Garcés: así es la vida, y así es el fútbol.
- Si te dicen “negro de mierda” es roja. Si te dicen “negro querido”, no. ¿Ven que el problema es el “de mierda” y no el “negro”? Entonces castiguemos a quien diga “de mierda”, sea cual fuere el sustantivo precedente.