El diálogo resulta, a menudo, el camino más corto para buscar el entendimiento entre las partes, meta a la que no siempre se llega en los términos pensados. Tal lo que ilustran espectáculos recientes a través de circunstancias, en verdad, muy diferentes.
Los invisibles de siempre (La Gringa), del argentino Claudio Gotbeter, dirigida por Joselo Olascoaga, apuesta con espíritu simbólico a retratar el vínculo entre un hombre y una mujer que se conocen en el espacio aledaño a un cementerio. Surge entonces entre ellos un intercambio de alusiones a la vida y la muerte en un plano más bien elíptico, el cual no impide un proceso de comunicación que culmina en un par de conclusiones dignas de consideración, a lo largo de un texto que, más allá del interés de algunos de sus argumentos, impresiona como forzado. Un punto que Olascoaga no consigue ahuyentar, a pesar de la entrega de Mayela Arteaga y Facundo González Duera en dos papeles de difícil resolución.
Otelo: la tanguedia (Solís, sala Delmira Agustini), una puesta de Polizón Teatro escrita y dirigida por Enrique Permuy a partir del texto shakespeareano, cuyas alternativas de amor y celos el autor elige expresar en clave moderna y tanguera. Esteban Cortez y Virginia Arzuaga, como Otelo y Desdémona, danzan con impecable entendimiento, al tiempo que combinan con hábil manejo el buen decir y la gestualidad. Además de la pareja en crisis, andan por allí Casio y Yago, animando una puesta circular que, habida cuenta de las proyecciones efectuadas en derredor, no descarta el tono íntimo que los bien elegidos temas musicales sostienen sin dificultad. Vale la pena apreciar el exigente trabajo de Permuy a propósito de lo que un gran texto es capaz de inspirar. Por cierto que, además de los excelentes Cortez y Arzuaga, también responsables de la coreografía, el espectáculo dispone del aporte de Roberto García y el propio director en escenografía, Lucía Tayler en iluminación y Graciela Abeledo y Verónica Lagomarsino en vestuario.
Rabiosa melancolía (El Galpón, sala Atahualpa), escrita y dirigida por Marianela Morena con el aporte de Malena Muyala en la dramaturgia musical, propone la observación de un cuadro familiar compuesto por la madre –que encarna la misma Muyala– y sus tres hijos, a cargo de Mané Pérez, Lucía Trentino y Agustín Urrutia, cuarteto que se expresa en todo momento a través del canto, efectuado sin acompañamiento instrumental. El cuadro en cuestión resulta harto elocuente al revelar no sólo las tiranteces entre los vástagos, sino también el vínculo con una progenitora cuya condición conviene no revelar. Parece al mismo tiempo inspirada la idea de mostrar al cuarteto reunido en un reducidísimo entorno del cual nadie puede salir. Lo que cada uno dice a través del canto –los cuatro cumplen muy bien con la tarea– sirve asimismo para redondear el diseño de los personajes en una propuesta que podría extenderse a lo largo de unos quince minutos. Dura, en cambio, una hora, sin que en dicho lapso se incluyan puntos para desarrollar y luego arribar a alguna conclusión. El planteamiento inicial era merecedor entonces de una trama que a Morena no le pareció que valiese la pena. Valía.
Los indeseables (La Gaviota, sala 2), de Diego Araújo, con dirección de Vic Quimbo y el propio Araújo, presenta una original mirada al vínculo amistoso del tímido Jesús (Iván Swamson) con el desenvuelto Lázaro (“Turco” Márquez), quienes, no en vano, se verá que podrían aludir a los personajes bíblicos. La historia, por cierto, se desarrolla en los tiempos que corren, y uno y otro tienen algo para hacer pensar en cuanto a las tan mentadas diferencias entre los seres humanos, diferencias que todavía hoy conllevan la incomprensión de una sociedad que dista mucho de resultar integrada en el mejor de los sentidos. El texto de Araújo incorpora la voz en off de un relator con la chispa del caso y apuesta a una estructura teatral de tono ceremonial que ayuda a redondear su significado ejemplarizante. Swamson y Márquez defienden sus papeles con una sinceridad acorde a los enunciados –casi siempre sabrosos– que Araújo les tiene reservados. El asunto, más allá de algunos estiramientos, divierte y da para pensar.