Las tablas de mi ley - Semanario Brecha

Las tablas de mi ley

El surfista que latía en el skater emergió en la desembocadura del arroyo Pando y entre ambos convencieron al dibujante de pintar tablas en Honolulu. Allí vive el artista uruguayo Eduardo Bolioli, que anduvo por Montevideo exponiendo obra y exponiéndose a recuerdos.

Foto: gentileza Sergio Bolioli

—Fuiste dos veces a Hawai, ¿motivos de esos saltos?

—Desde chico anduve como maleta de loco; mi padre, pastor, teólogo y autoridad de la Iglesia Metodista, nos arrastraba a los destinos que iban encomendándole. Por ejemplo, de Buenos Aires fuimos a Ginebra, y mi padre empezó a porfiar que lo necesitaban acá; nos volvimos en el peor momento, 1972.

—¿En qué día y año naciste?

—Trece de junio de 1961. En 1979 le advirtieron a mi padre que saliera, gracias al secretario general de la Onu conseguimos visas para toda la familia y fuimos primero a Ithaca, en el estado de Nueva York, y luego recalamos en Nueva Jersey. Comencé la carrera de artes visuales en una universidad de Manhattan pero extrañaba el humor apacible y los buenos modales de Uruguay, la agresividad de los neoyorquinos me había superado, y en 1984 volví y me quedé bastante antes del primer viaje a Hawai.

—¿Cómo apareció ese destino?

—Amigos con los que me juntaba en el legendario boliche La Currica, en La Paloma, me propusieron ir a la meca del surf y acepté; quería involucrarme con la industria del surf porque notaba que mi talento para el dibujo podía facilitarme un rápido acceso a un trabajo como ilustrador de las revistas especializadas que leía. Y deseaba pintar tablas, de surf y de skate.

—¿El surf nació en Nueva Jersey?

—No, en la desembocadura del arroyo Pando, en Pinamar. Cuando volvimos a Uruguay en 1972 habíamos estado en Barcelona, donde mi padre invitó a cada integrante de la familia a elegir un recuerdo de esa ciudad. Elegí un skate (¿qué tendrá que ver con Barcelona?), y me lo traje cuando acá faltaban por lo menos dos años para que comenzaran a aparecer. En esa etapa de niñez y adolescencia lo único que había visto de surf era a Goofy, o sea, Tribilín, sobre una tabla.

—Pará, venías hablando de skate.

—Es que el skate surgió cuando los surfistas decidieron continuar la práctica en tierra. Entonces, yo inventaba cosas por las mías con el skate, hasta que, estando en Pinamar, en una casa que le prestaron a mis padres, fui al gimnasio del balneario con el skate y unos surfistas que estaban ahí me dijeron: “Si nos pasás esos trucos, mañana, que cambia el viento, te enseñamos a surfear”. Al otro día, con 17 años y 45 quilos, me paré sobre la tabla en la primera ola. Y quise vender todo lo que tenía, para comprarme una.

—Hablemos de la primera vez en Hawai.

—La primera vez estuve diez años allá y cumplí el objetivo de pintar tablas de surf y de skate, y de introducirme a tal punto en la industria que terminé siendo director de arte de una empresa internacional de artícu-
los para surfistas. En 1992 la marca Absolut Vodka me encargó una pintura para la campaña publicitaria de Absolut Hawai, trabajo en el que me habían antecedido monstruos como Andy Warhol y Keith Haring. Luego, el director de Absolut Hawai me ofreció mudarme a Uruguay para coordinar la campaña uruguaya de la firma, y acepté de mil amores; acababa de casarme con una uruguaya y esperábamos un hijo. Al poco tiempo de estar acá Absolut fue comprada por Seagram y me quedé varado, sin trabajo, y sin un peso, porque el representante artístico que tenía en Nueva York me robó toda mi obra. Llamé a mi hermano, que estaba allá y quería venirse, pusimos un bolichito en La Paloma y estuvimos dos décadas rebuscándonos como baristas y relacionistas públicos para empresas de bebidas. En un momento, cansado de no llegar a fin de mes, dije basta, hablé con mis hijos y me volví a Hawai.

—¿Año?

—2014. Allá le pedí trabajo de lo que fuera a un amigo, que me dijo: “Vos no servís para trabajar, dedicate a pintar; te doy una muestra en setiembre”. Estábamos en mayo.

—¿Era dueño de una galería?

—De una tienda de indumentaria para surfistas; cada tanto la desalojaba para ocuparla, durante un mes, con obras plásticas.

—¿Nombre de ese amigo salvador?

—Shaun Tomson, fue surfista profesional. Para su tienda pinté tablas de surf e hice un cuadro que pude vender bien, porque otro amigo surfista sudafricano lo subió a su Facebook y me atrajo no sólo un comprador sino varios seguidores. Fue mi reingreso al mundo artístico.

—Quienes asistieron a tu muestra en el World Trade Center ¿vieron un pop reconvertido para tablas de skate?

—Vieron mezcladas las influencias que recibí en la vida, desde los tapices étnicos que traía mi padre de sus viajes a Centroa-mérica hasta el grafiti neoyorquino de los ochenta, todo enmarcado en el privilegio de haber asistido a la misma universidad que Keith Haring.

—De la cual egresaste.

—No, y lo resalto cuando charlo con jóvenes: la importancia cardinal de titularse. Uruguay es un país que te obliga a pelear tu subsistencia todos los días, con uñas y dientes; con mi perfecto manejo del inglés podría dar clases de arte en cualquier colegio privado. Pero me falta el papelito.

 

  1. Cuatro décadas rodando, arte sobre tablas. La exposición de 12 tablas de skate intervenidas por Eduardo Bolioli estuvo en el Lobby Torre 3 del World Trade Center de Montevideo del 29 de setiembre al 14 de octubre 2016 (www.eduardobolioli.com).

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