Las ventajas del humor - Semanario Brecha

Las ventajas del humor

Tres obras: “Un Cacho de vida”, “Los Vanderhoeven” y “El médico a palos”

“El médico a palos”

Se sostiene que la risa puede ser uno de los caminos más adecuados para sacar a relucir características humanas dignas de ser corregidas o, por lo menos, entendidas. A veces, en el teatro, la risa viene acompañada por música. En otras ocasiones, basta la palabra.

Un Cacho de vida (del Centro), de Favio Trinidad con dirección de Hugo Blandamuro, alude desde el mismo título a las canciones del argentino Cacho Castaña, varias de las cuales, entre el tango y casi el bolero, dibujan los entretelones de la relación que inician un hombre y una mujer de mediana edad. Ambos acaban de cortar vínculos con sus respectivas parejas y al compositor le interesa, desde sus letras, tocar temas tan inevitables como el paso del tiempo, la soledad y la posibilidad de descubrir nuevos horizontes. Asuntos que afloran en el repertorio elegido para que Graciela Rodríguez y Sergio Durán, muy bien apoyados por Alberto Lamaita en los teclados, los desgranen con identificación, entrega y energía, tanto por separado como cuando unen sus voces. A Trinidad, por su parte, le corresponde la nada menuda tarea de complementar las partes musicales con un texto que ilustre las coincidencias y los obstáculos que le brindan sus tonos al encuentro expuesto a la platea, un compromiso que salva con una buena medida de humor, los necesarios toques de comprensión y el acertada criterio de buscar que lo que se canta se vincule con lo que se dice, esa difícil ecuación tan cara al género de la comedia musical. La dirección de Blandamuro consigue, a su vez, que la fórmula funcione con fluidez, al tiempo que Rodríguez y Durán, desde el canto o el diálogo, captan de inmediato la adhesión de la platea.

Los Vanderhoeven (Arteatro), de Joselo Olascuaga a partir de pasajes de la novela La gansada, del rosarino Roberto Fontanarrosa, dirigida por Carlos Viana, entre la parodia y el mismísimo cómic, le echa el ojo a las relaciones familiares, amorosas y hasta laborales de un inefable grupo de personajes. Antes de que el amor fructifique o casi, éstos van dejando al descubierto sentimientos tan poco presentables como la envidia, la ambición desmedida y la desconsideración con respecto a quienes los rodean. Las ocurrencias de la novela parecen encontrar un buen entendedor en Olascuaga y, por fortuna, la correspondiente proyección en el trabajo de Viana, quien empuja a sus ocho actores –con la debida precisión– a armar y desarmar una sabrosa sucesión de escenas, las cuales, a menudo, traen aparejados elementos imprevistos. El octeto –integrado por Cynthia Patiño, Agustín Martínez, Antonella Puga, Gustavo Aguirre, Camila Santos, Javi Martínez Barzi, Luis Greca y Pablo Bonilla Caride– extrae reconocible partido de sus caracterizaciones y la platea se divierte de principio a fin.

El médico a palos (Circular, sala 2), de Molière, con dirección de Juan Graña, demuestra que la agudeza, el sentido crítico y la gracia del maestro de la comedia francesa resultan tan vigentes hoy como cuatro siglos atrás. Así lo prueban los enredos de patrones, servidores, aprovechados y oportunistas de una trama que, sin obstáculos a la vista, refleja rasgos de hipocresía, ambición, avaricia y simulación que el ser humano sigue sacando a relucir cuando menos se lo espera. Con desparpajo y avasallante energía, el elenco irrumpe en el espacio a partir de una original bienvenida a la concurrencia que brinda una parlanchina criada. De allí en adelante, las rápidas idas y venidas de la historia se encargan de demostrar la actualidad de un asunto que Graña ilustra con el ritmo, la intención y el humor que Molière se merece, bien apoyado por un elenco donde se destaca el ímpetu que Gustavo Bianchi inyecta a la silueta de Sganarelle, el delictivo aire que Ignacio Estévez y Sebastián Martinelli suministran al par de pillos Lucas y Valerio, y las acomodaticias reacciones que Oliver Luzardo consigue adjudicar a Geronte, el dueño de casa de rigor. El vestuario de Hugo Millán, la banda sonora de Fernando Ulivi, las luces de Pablo Caballero y el aporte de la coreógrafa Norma Berriolo, por su parte, agregan un atractivo marco a esta puesta al día de un clásico indiscutible.

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