El conservadurismo suele asociarse con la aversión al cambio y la consecuente defensa del estado de cosas establecido. Está bien. Los conservadores creen, con toda razón, que desconocemos el grado exacto en que las formas tradicionales de la vida en común influyen sobre el conjunto de la vida social. No sabemos lo que ocurriría si, por ejemplo, abandonásemos ciertos rituales, como enterrar a los muertos, o ciertos tabúes, como el incesto. Temen que el abandono de alguna de esas instituciones históricamente asentadas, o incluso su mera reforma, traiga consigo consecuencias negativas no previstas. De cada una de las potenciales transformaciones de la vida social, el conservador espera lo peor. Y, por lo tanto, se resiste a ellas. Todos somos algo conservadores en este sentido, algunos más y otros menos. No está mal. Un cierto grado de conservadurismo probablemente sea inseparable de la prudencia.