—Dijiste en público que escribir un libro te lleva siete años. ¿Lo confirmás?
—Sí, pasa que soy caótica, escribo dos o tres en simultáneo y les doy su tiempo. Después salen más o menos escalonados. Así en la tierra como en el cielo, por ejemplo, salió en 1997, La Casita Azul en 2001, El pueblo de Mala Muerte en 2006 y Nadar de pie en 2010. Ahora estoy trabajando dos novelas que comencé en 2005,2 soy obsesiva con las correcciones y las disfruto en igual medida.
—El género novela parece menos amigable que el del relato breve para un receptor niño.
—Después de Harry Potter la extensión es lo de menos; en ese sentido su autora aportó una bienvenida inflexión, me parece. De hecho, en Argentina han venido publicándose novelas para niños de 8 años y, más cerca, para niños de 6.
—¿A los 6 años consumen novelas?
—A través de la maestra o el adulto que les lee en voz alta; esto va unido a que el Estado estuvo promoviendo fuertemente, en los últimos años, el ingreso de la literatura en la enseñanza, y a que los docentes tienen una suerte de obligación, a mi criterio, de construir lectores. Lectores, por suerte, hubo y habrá.
—Te desmarcás de los lamentos por su extinción.
—Si bien registro que hay cantidad de gente que no lee, pienso que tampoco está probado que todo el mundo deba leer. Los encasillamientos y las polarizaciones son perjudiciales en cualquier ámbito de la vida.
—¿Cuál sería, en este punto, un justo medio?
—En mi experiencia de visitar muchas escuelas he comprobado que donde hay un mediador de lectura apasionado, la mayoría de los chicos devienen apasionados. Y donde hay uno que lee por cumplir, los alumnos no recuerdan ni el título de la obra. Y en Argentina, como te decía, hubo tanto movimiento desde el Estado y también desde privados para fortalecer la lectura, que es falso afirmar que se lee menos. Lo percibo más como un discurso mediático que como una realidad, lo cual no quiere decir que esté afirmando que la lectura es una práctica masiva, sino que registro que los movimientos organizados a su favor comenzaron a dar frutos. Frutos, como los de toda política, que demandan tiempo para prosperar, debemos ser pacientes y anhelar que no perezcan.
—¿Pueden perecer por iniciativa del gobierno?
—O las escuelas pueden quedarse sin fondos para comprar libros, y sin libros no hay literatura. Y el trabajo con los adultos es fundamental, porque sin un adulto lector tampoco llega un niño a un libro. Si no te gusta leer, considero que no podés ser docente, así de drástico.
—Si no te gusta leer literatura, porque podés ser un docente muy lector de pedagogía y didáctica.
—Claro, todo el mundo lee libros de información y divulgación, y a los padres no lectores les encanta que los hijos lean para aprender.
—Por el prestigio del conocimiento.
—Y porque cuesta mucho erradicar la visión utilitaria de la literatura, el que todo deba servir para algo. “Ya que leés, aprendé”, piensan, sin reparar en que la mejor lectura es la que se ejerce para nada. Y leyendo para nada, leés para un montón.
—¿Cómo aplicaste esta concepción a tu obra y a tu vida?
—Creo que soy lectora, antes que escritora; leo en todos los formatos, impreso, digital, varios libros a la vez, escribo reseñas sobre libros, leo teoría sobre literatura infantil y juvenil, y descanso leyendo para mí, cartón lleno. También escribí en publicaciones, como Radar Libros y La Mancha, histórica revista fundada, entre otros, por Graciela Cabal y Graciela Montes, y en revistas de otros países.
—¿Llegaste a una definición de qué es literatura infantil?
—Es complicado, porque negarla sería negar la existencia de la infancia; creo que, tal como dice María Teresa Andruetto, es una literatura sin adjetivos. Y como los 30 chicos de una clase tienen todos intereses distintos, yo haría, aunque me maten las editoriales, un libro diferente para cada uno a principio de año, para llegar a fin de año con 30 libros intercambiados.
—Los harías con base en sus propuestas.
—Con tres o cuatro preguntas a cada chico ya está, es lo que hacen las bibliotecarias de las bibliotecas escolares, municipales y comunitarias, tienen a los lectores en la cabeza y cuando les comento algún libro, ya sacan: “Ese puede gustarle a Tomás”. El librero también, si es…
—Posta.
—Posta (ríe), charla contigo tres minutos y te da el libro que seguro te gustará.
—Una combinación perfecta de gurú y psicoanalista.
—Exacto. No me crié en una familia lectora; vivíamos en el campo, y mi recorrido lector se lo debo a la encargada de la librería donde los adultos nos dejaban, con mis primos, cuando hacían compras en la ciudad. Recuerdo hasta el olor del piso de ese lugar, porque los libros que me gustaban estaban en el estante más bajo, lo que me obligaba a casi acostarme para ver los lomitos de la colección Robin Hood.
- El taller “Cómo reconocer y seleccionar libros de calidad para niños, niñas y jóvenes” fue organizado en el Centro Cultural de España el 16 y 17 de setiembre por la sección Uruguay de la Organización Internacional para el Libro Infantil y Juvenil (Ibby, por sus siglas en inglés), que preside la maestra y bibliotecóloga Adriana Mora. Contó con ponencias de la escritora cubana Emilia Gallego Alfonso, las escritoras argentinas Nora Lía Sormani y Sandra Comino, y la maestra y bibliotecóloga uruguaya Ana María Bavosi.
- Sandra Comino nació en Junín el 8 de enero de 1964; su primera novela, Así en la tierra como en el cielo (reeditada por Sudamericana en 2013), fue finalista del premio Norma-Fundalectura, y la segunda, La enamorada del muro (reeditada por Santillana en 2016), recibió en 1997 el primer premio del concurso A la Orilla del Viento, del Fondo de Cultura Económica de México. La Casita Azul (reeditada por Comunicarte en 2009) recibió en 2001 un premio iberoamericano de novela en La Habana, Cuba. Comino publicó 13 títulos más y recibió el premio Pregonero, de periodismo gráfico, en 2014.