En agosto del año pasado se cumplieron 60 años de la primera publicación, en Francia, de Lolita, de Vladimir Nabokov. Inútil recordar lo muy conocido: que el escándalo fue mayúsculo, que fue prohibida en varios países, y su autor acusado de pornógrafo. Pero remontada la corriente adversa en ancas de la apertura de los años sesenta, llevada al cine por Stanley Kubrick con guión del propio Nabokov, Lolita se convirtió en un clásico, además de haber fundado un paradigma y un mito. (De publicarse por primera vez en estos tiempos, la suerte de Nabokov, quizá, no sería mejor que la que le tocó en su momento.) Pero esa seducción mezcla de perversidad e inocencia de Lolita debería incluir una advertencia con resonancias judiciales: archívese después de leerse. O mejor, olvídese después de leerse. Esto es, lea y sueñe con las Lolitas todo lo que quiera, señor maduro –no sólo el presidente de Venezuela, todos los maduros del mundo–, pero guay con intentar llevar a la vida real esas vergonzantes obsesiones.
Y ahí está Roman Polanski para probarlo. En 1977, en un momento estelar de su carrera –ya había conocido el gran éxito de El bebé de Rosemary en 1968, y de Chinatown en 1974– el director francopolaco bajó más de la cuenta la edad de su objeto de deseo. Acusado de violar a Samantha Geimer, de 13 años –aunque el asunto quedó en una sentencia por relaciones ilícitas con una menor y llegó a un acuerdo económico con la familia de la chica–, Polanski estuvo preso 42 días, obtuvo la libertad bajo fianza y huyó de Estados Unidos temiendo que el juez anulara el acuerdo y él terminara purgando varios años de prisión.
Nunca más pisó Estados Unidos, cuya justicia tiene larga memoria y más largo empeño y que rechazó las sucesivas peticiones de Polanski para cerrar el caso. Como reside alternativamente en distintos lugares –París y Cracovia, especialmente–, los acuerdos de extradición de cada país con Estados Unidos –por ejemplo, Francia no los tiene, Polonia sí– hacen variar su situación. En 2009 fue detenido en Zúrich y sometido a arresto domiciliario mientras las autoridades suizas decidían si conceder o no la extradición solicitada por los juzgados estadounidenses. En noviembre de 2015 la fiscalía de Cracovia decidió no recurrir la sentencia del Tribunal Supremo que había rechazado la petición de extradición otra vez solicitada por Estados Unidos. Polanski, casado con Emmanuelle Seigner, reconstruida su carrera en Europa, podía respirar. Pero hace tres días el gobierno polaco anunció su intención de impulsar de nuevo su extradición: un libreto que se apaga y luego resurge, como pesadilla. Que la primera ministra Beata Szydlo sea ultraconservadora y católica –no se sabe si el nombre tiene algo que ver–, y aproximadamente de la misma edad que tiene ahora Samantha Geimer, podría ser o no un factor coadyuvante. No es la única coincidencia en la vertiginosa vida de Polanski. En una cárcel de California, con casi su misma edad, sigue preso el instigador del espantoso asesinato de su esposa Sharon Tate y otras siete personas, en 1969. El criminal con una esvástica en la frente, que gozó de una extraordinaria sobrevida mediática gracias al costado más imbécil de la cultura pop –que no ha terminado: lo siguen, hoy, un libro titulado The Girls, de una escritora veinteañera llamada Emma Cline, y la serie Aquarius para la Nbc, con David Duchovny, sobre la investigación en torno a los asesinatos de la “familia Manson”–, tampoco puede pisar el territorio de Estados Unidos, por lo menos aquel que esté fuera de la prisión de Corcoran. En los últimos dos años el octogenario Manson fue noticia porque Afton Elain Burton, de 26 años, quiso casarse con él, “porque lo amaba”. El matrimonio se frustró cuando se supo que la intención de la enamorada era ser la propietaria legal del cadáver de Manson –algo supuestamente no muy lejano de concretarse–, para exhibirlo cobrando la entrada, descontando que el interés masivo por ver los restos de un satánico famoso la harían rica.
Coincidencias y asimetrías. Por ahora, hay que acordar que señalan que Estados Unidos no es un territorio propicio para Polanski. Y que su vida es un libreto de esos que él podría filmar mejor que nadie.