La publicación Ballet Nacional Sodre. 80 aniversario. 1935-2015, realizada por la periodista Virginia Arlington, directora de la editorial Palabra Santa, tiene la virtud de no atosigar al lector con fechas y nombres que por sí solos no dicen nada, sino que por el contrario lo sumerge en la vida, las anécdotas e historias de los más destacados bailarines, coreógrafos, vestuaristas y escenógrafos que se brindaron en cuerpo y alma al ballet en estas latitudes.
Con una prosa clara y con ritmo, la autora recoge el aporte de todos esos actores carismáticos, llenos de magnetismo, temperamentales y talentosos (también extravagantes, tiranos, e incluso algunos un poco locos), uruguayos y extranjeros, que dejaron su impronta en el Bns. Las fotografías que acompañan la edición los muestran en su esplendor y permiten un conocimiento más cabal de lo que fueron aquellos comienzos. Las magníficas ilustraciones de Eduardo Vernazza, los bocetos de vestuario de Elizabeth Thompson de Borrás, José Echave , Carlos Carvalho (escenógrafo y vestuarista), Miguel Battegazore y Carlos Kur, entre otros, permiten apreciar el cuidado de los detalles y el arte con que todo esto se hacía.
Primeras puntas. La publicación comienza con un breve detalle del estreno de Nocturno Nativo, la primera producción llevada a escena por el Bns en noviembre de 1935, bajo la dirección del maestro Alberto Pouyanne. Inmediatamente, Arlington repasa los mayores logros del Uruguay de comienzos del siglo pasado y da cuenta de la sensibilidad reinante, del país pujante y civilizado, herencia del batllismo, contexto en el que fue creado el Servicio Oficial de Radio Eléctrica Sodre, “para encargarse de la ‘información y la cultura en general’”. También se alude a la presentación en nuestros principales proscenios de ilustres visitantes como Vaslav Nijinsky, Anna Pavlova e Isadora Duncan, entre otros bailarines que ayudaron a gestar entre los montevideanos el gusto por la danza y el ballet, así como a forjar una consideración social y cultural sólida para este arte, hasta el momento en que “Uruguay estaba pronto para abrazar a sus propios bailarines”. Es así que el 27 de agosto de 1935 –se lee en el libro aniversario– por resolución 4599 “se vota una partida para pago de elementos para la formación de un Cuerpo de Baile” y se especifica que las bailarinas –no dice nada de los bailarines– ganarían entre 5 y 25 pesos mensuales.
Comienza así la odisea del Cuerpo de Baile que Arlington repasa con base en testimonios de sus protagonistas, y divide oportunamente en capítulos titulados con las posiciones del ballet: primera, segunda, tercera, cuarta, quinta y sexta (esta última agregada por el ballet moderno). La etapa fundacional dirigida por Pouyanne está prácticamente dedicada a ese maestro, que es recordado por varios de los principales bailarines de la época, como Olga Banegas, Marina Korolkova, Hugo Capurro, Olga Bérgolo, Alfredo Balcón y Alfredo Corvino –todos ellos integrantes de los primeros elencos del Cuerpo de Baile del Sodre–. En ese sentido, el libro no sólo recrea la trayectoria de la compañía sino que actúa como homenaje a todos aquellos que ayudaron a consolidar los valores artísticos para los que fue creada. Muchos de ellos con increíbles historias de vida, como Corvino, que comenzó siendo boxeador y por influencia de una tía se presentó al Cuerpo de Baile del Sodre y llegó a integrar el Ballet Jooss, el Ballet Ruso de Montecarlo, y a ser maestro codiciado de la mismísima academia de Pina Bausch, además de integrante de la División Danza de Juilliard. O Miguel Terekhov, otro de los primeros integrantes del Cuerpo de Baile, fundador junto con su esposa de la School of Dance de la Universidad de Oklahoma en 1961, según reseña la autora; al igual que los famosos Sakharoff, Clotilde y Alexander, que intercambiaron sus conocimientos y cimentaron las primeras experiencias de danza contemporánea con el Cuerpo de Baile.
También desfilan por las páginas del libro aniversario personajes casi cinematográficos, protagonistas de una “segunda” etapa de la compañía y de intercambio artístico con el exterior, como Roger Fenonjois (que revitalizó los ballets clásicos) y su esposa Lolita Parent, estrellas de la Ópera de París que optaron por radicarse en Uruguay y formar parte del ballet estatal. Y el enigmático Max Balzac, de quien se puede leer “que era acróbata. Que lo llevaron preso más de una vez por escandaloso. Que las mujeres morían por él. Que tenía un físico tremendo. Que tejía. Que tejía en calzoncillos en la calle. Que lastimó a una mujer con un cuchillo. Que asesinó a La Brooy, un comerciante británico que en realidad no era un comerciante, sino un agente de inteligencia militar de su país”. Y muchas cosas más.
A partir de la década del 50 –se reseña en el libro– la compañía, que por aquel entonces tenía al frente a la rusa Tamara Grigorieva, comienza a ser nombrada como la Cenicienta del Sodre. La sucesión de nombres es interminable, e incluye los aportes de los italianos Lía Dell’Ara y Giovanni Brinatti, y del checo Vaslav Veltcheck, de quien se dice que era algo paranoico, no iba a trabajar cuando el horóscopo pronosticaba un día malo y cerraba todas las cortinas del estudio con pánico de que alguien le copiara la coreografía. Una “tercera” etapa o de los argentinos tiene lugar cuando desembarca en Uruguay una serie de artistas provenientes del Teatro de La Plata, a impulsos del nuevo director de la compañía, el polaco Yurek Shabelewsky, al que “le corría disciplina soviética por las venas”. Los legendarios Tito Barbón y su esposa Margaret Graham (Peggy), Eduardo Ramírez, Mischa Dimitrievich y Leonor Farulla inyectaron nueva vitalidad al Cuerpo de Baile, que por aquel entonces y luego de que la ola de franceses de principios de la década siguiera nuevos derroteros, estaba de capa caída, narra Arlington. Es la época de las presentaciones al aire libre en el parque Rivera, de funciones de El lago de los cisnes y Sueño de una noche de verano, en una de las cuales debutó una niña llamada Sara Nieto, como pajecito negro de China Zorrilla.
Un dato que pocos recordarán, y que el libro rescata, es que la Escuela Nacional de Danza, inaugurada gracias al impulso de Peggy y Tito, abrió sus puertas nada menos que en la Torre de los Panoramas, la casa del poeta Julio Herrera y Reissig.
EN BUSCA DEL ESPACIO PERDIDO. Lo que sigue es más conocido por todos: el trágico incendio que la noche del 18 de setiembre de 1971 dejó a la compañía sin infraestructura –sólo sobrevivió al fuego la sala B– durante 38 años. Bailar en improvisados escenarios, aguzar el ingenio para hacer rendir los escasos recursos, la imposibilidad de incorporar nuevos “elementos”, el alejamiento del público y el inevitable debilitamiento del vínculo con la comunidad. Hasta llegar a la refundación del Auditorio Nacional Adela Reta y la revitalización del ballet a cargo de Julio Bocca. Todo está reseñado en el libro con lujo de detalles.
No hay en el texto grandes omisiones, especialmente si tenemos en cuenta que una edición aniversario no es el espacio más apropiado donde buscar un análisis crítico en profundidad con todos sus bemoles. El enorme valor del ejemplar radica fundamentalmente en la mirada coral, en la recopilación de decenas de testimonios de quienes protagonizaron la historia de la compañía, en el cuidadoso entretejido de sus recuerdos y vivencias. También en el hecho de que esta publicación viene a llenar un estante casi vacío en la biblioteca, ya que prácticamente no existe material bibliográfico al respecto. Son muy pocos los textos dedicados a la danza y particularmente al ballet en Uruguay, y en ese sentido este es un material más que bienvenido.
Entre las curiosidades que contiene cabe mencionar el fragmento “Think in three”, de Edgardo Hartley, y la carta del coordinador en Omán de la presentación del Bns en el sultanato de la península arábiga, uno de cuyos pasajes menciona: “la bailarina utilizando un top deja muy expuesto el resto del tronco; esto complica un poco el fragmento referido al ‘nacimiento’ (mucha acción cerca de la ‘ingle’), también desaconsejable”. Queda demostrado –al repasar el resurgir de los últimos años– que el Bns, con los criterios y las personas correctas, con una política presupuestaria acorde a las circunstancias que permita la supervivencia del proyecto a mediano y largo plazo, puede lograr lo que se proponga. Las mayores conquistas de la nueva gestión no sólo tienen que ver con las proezas sobre los escenarios de acá y del mundo, sino también con la estocada a la burocracia, las posibilidades de desarrollo para los artistas y la danza en general, el respeto y el apoyo que ha despertado en la comunidad, la recuperación de un núcleo de irradiación cultural que estaba perdido. Sería deseable que las autoridades vinculadas a la cultura que hicieron esto posible aplicaran la misma regla, brindando más apoyo a los emprendimientos culturales independientes.