El limpiador de pinceles que sabe alunizar - Semanario Brecha

El limpiador de pinceles que sabe alunizar

Verlo pellizcarse la nariz frente a una cámara es intuir que Salto no ha naturalizado su deuda con este hijo. Quizás por eso la capital naranja prepara la declaración de ciudadano ilustre del premiado artista y arquitecto César Rodríguez Musmanno, “Ojito” para todo el mundo.

Naciste el 5 de setiembre de 1927; ¿la unión entre arquitectura y plástica tiene fecha?

—Viene de los años 45, 46, cuando me encontré con Enrique Amorim y el maestro húngaro José Cziffery, que lideraba el taller de artes plásticas de la Asociación Horacio Quiroga, en Salto. También trabajé con un pintor argentino, Castagnino, que hizo el mural que está a la entrada del Club Uruguay de Salto, ahora restaurante. Yo limpiaba los pinceles de Castagnino, y a partir de ahí comencé a practicar y a promover la integración de arquitectura y plástica. Gran parte de mi obra consiste en murales que hice en la Biblioteca Municipal Felisa Lisasola, en la Regional Norte de la Universidad de la República, en el Centro de Recién Nacidos Problema (Cerenap), escuela 34, barrio La Chinita de Termas de Daymán.

—¿Algún detalle a resaltar de esos mojones?

—En los años sesenta trabajé en la escuela 81, Enrique Amorim, del barrio Parque Solari, cuyo predio fue donado por el escritor, y en la 98 del barrio San Martín; ésta es muy interesante porque sus aulas respetan los desniveles de la barranca donde fue asentada. En mi casa de la calle Zorrilla y Belén también hice murales, que posteriores adquirentes de esa esquina no conservaron.

—¿Los temas venían a ti o ibas a buscarlos?

—Ambas cosas, hice escuelas porque integraba la Comisión de Amigos de la Escuela Pública, muy importante en Salto, y mi afán de integrar arte y profesión comenzó antes de recibirme de arquitecto, en 1954, alimentado por la influencia de arquitectos y artistas fundamentales, como García Esteban. Todo eso fue potenciado por el magisterio de Cziffery, que no sólo me promovió sino que me ayudó a resolver problemas de integración que aparecían.

—¿Cuándo comenzaste a resolverlos solo?

—En el año 66 hice mucha obra integrada, como el monumento al arquitecto Armando Barbieri en la rambla salteña, y la subcomisaría de Termas de Daymán, que aúna arquitectura, pintura y escultura.

—En la que trabajaron los propios policías.

—Ampliamente, y luego repitieron la colaboración en la estructura recordatoria del cruce del Éxodo del Pueblo Oriental que está a orillas del río Daymán.

—¿Qué nuevos problemas trajo el tiempo?

—Fui evolucionando, un poco en base a estudios y en gran parte buscando colegas que estuvieran a favor de integrar el arte a la tarea. Que no fuera sólo una cuestión mía. Tuve respaldos pero no los suficientes, así que en toda ocasión que podía hablaba de esa integración.

—¿Hoy está más respaldada?

— Sí, hay debates que antes no existían.

 

QUÉ JUGADOR, EL ESPACIO.

—Tus realizaciones sugieren que el artista desplazó al arquitecto.

—No, la incorporación a la profesión de los razonamientos que integran arquitectura y plástica no fue algo imperativo, sino un intercambio de ideas.

—Pero en la práctica fuiste ensimismándote en materiales, no en planos.

—Fui adentrándome en el espacio, teniendo en cuenta el papel que juega en la contemplación que debe asegurarse a la obra plástica dentro de la arquitectónica.

—Una no debe primar sobre la otra.

—Exacto.

—Difícil, eso, ¿cómo amalgamás libertad creadora y estructuración disciplinaria?

—Trabajé un muro de una cooperativa de viviendas por ayuda mutua salteña con materiales empleados en su construcción, y con niños de esas familias le agregamos una paloma de la paz y dos pinos, símbolo del cooperativismo. En el diseño de la escuela 98, motivado por el interés y la colaboración también activa de los niños, incluí un espacio para jardín en cada aula, y luego ingenieros agrónomos sugirieron qué vegetales y flores plantar.

—Me gustaría completar la anécdota sobre tu alocución en una escuela cuando estabas proscrito, que esbozaste en el audiovisual que te dedicaron Aroztegui y Plottier.

—Fue, precisamente, en la 98. Estaba proscrito por la dictadura cívico-militar, recordemos que muchos “cívicos” la integraron, y la escuela me había pedido que no hablara frente al policía de uniforme que estaba ahí, en plena inauguración. Al mismo tiempo yo venía organizando reuniones de formación de una cooperativa en el Club Bancarios, vigiladas, también, por un agente uniformado. Entonces, en la escuela, me dio por tomar el micrófono y hablar de ciertas limitaciones a las libertades.

—No aguantaste.

—No, tampoco me fui al extremo.

—Dijiste que el corto lapso que estuviste preso alcanzó para volverlo inolvidable. ¿Por qué te llevaron?

—Era secretario del Partido Socialista en Salto y cuando disolvieron los partidos políticos, ligué; la fortuna quiso que recibiera mucho apoyo de gente en el exterior.

 

POR ESOS OJOS.

—Tu propuesta artística fue ganando en abstracción.

—Sí, lo que importa es que trabajé muchos murales a una escala adecuada para su incorporación directa a la obra de destino, y siempre usé materiales originales de la construcción, más o menos adaptados. Acá, por ejemplo (muestra), aumenté el tamaño del grano de arena de la mezcla, y esta obra (volante de varillas de hierro ondulado que, puesto a girar, no acepta detenerse) estuvo en una muestra de “Pincho” Casanova en el Centro de Exposiciones Subte. Y en la casa de Oliva hijo, el de Oliva Publicidad, en Salto, hay trozos de otra obra mía que también estuvo en el Subte (durante toda la entrevista Mirtha Talda, pareja y fiel asistente de “Ojito” desde hace 34 años, fatiga el hogar taller de la calle Campbell trayendo creaciones que el entrevistado menciona).

—¿Qué maestros añadirías a Cziffery?

—Trabajé con el admirable José Cúneo, salíamos a dibujar y a pintar en Salto. En la Intendencia hay una pintura de él en la que tuve el honor de estar presente, es el puerto visto desde arriba. Y venían docentes muy importantes de Montevideo a dar talleres, uno de ellos Armando González, “Gonzalito”. Ganó un concurso de la Intendencia de Artigas con una escultura del prócer y me invitó a diseñar juntos la base de ese monumento. Le propuse incorporarle un museo artiguista y le encantó, pero la última vez que viajé a Artigas porque íbamos a concretar todo el asunto con la Junta Departamental, los milicos me arrestaron y me tuvieron todo el día en la comisaría, lo cual frustró los planes. Es más, los milicos fueron al taller de Gonzalito, cargaron el monumento en un carricoche que tenían y lo llevaron primero a la Intendencia y después a Artigas, donde lo pusieron frente a una comisaría. Gonzalito, de rabia, los siguió un trecho en auto. Otro maestro, para mí, fue el gran informalista español Antoni Tàpies.

—Si tuvieras que definirte como artista, ¿qué dirías?

—Soy un artista plástico integrado a la arquitectura.

—¿Qué te interesa o preocupa reflejar?

—Me interesaron mucho el sol y la luna, tanto que hice un estudio para la carátula del semanario salteño Sol y Luna. El primero porque, como decía Cúneo, puestas de sol como las del río Uruguay sólo existen en Egipto y Uruguay, y la luna por aspectos vinculados a su débil luz, sin embargo imperante.

—¿Extrañás esos atardeceres?

—Sí, cómo no.

—¿Origen del apodo “Ojito”?

—Dicen que cuando nací el doctor Chiazzaro me agarró de una pierna y dijo: “Aquí hay un ojo”. Tenía ojos grandes.

  1. El documental César Rodríguez Musmanno fue presentado el 17 de octubre de 2015 en el Museo Nacional de Artes Visuales (Mnav) y subido con el título Amor al arte a Canal-M, de Montevideo Portal, el 11 de diciembre del mismo año (www.canalm.tv). Lo realizó, dirigió y editó Virginia Plottier con producción y entrevistas del artista plástico Joaquín Aroztegui; el sonido correspondió a Maximiliano Martínez y la música a Sofía Scheps y Julián Crispino.

 

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