El nombre del director Andrew Jarecki le resultará familiar a más de uno, por haber sido el autor de un documental único en su especie, tan imponente como desestructurante: Capturing the Friedmans (2003). Durante su visionado, todas las seguridades del espectador iban dinamitándose una a una, continuamente llevado a dudar de las conclusiones a las que había llegado quizá cinco minutos antes. La película se enfocaba en una familia atípica, los Friedman, destruida luego de la acusación de dos de sus miembros por cargos múltiples de pederastia. Recargado de información y materiales de archivo, el abordaje daba cuentas de la paranoia colectiva generada en torno al caso, de una insólita caza de brujas, de procesos judiciales por lo menos dudosos, y repercusiones terroríficas.
Debe de ser difícil para cualquier cineasta arrancar con una ópera prima de este calibre, por las expectativas que se generan sobre él y por colocar una vara de calidad demasiado alta. Luego de esta experiencia magistral, Jarecki no tuvo suerte al pasarse al terreno de la ficción: con el largometraje All Good Things se enfocó por primera vez en la figura de Robert Durst, deteniéndose en su tórrida historia conyugal. Durst, hijo de un magnate del negocio inmobiliario, se vio envuelto en sospechas tras la misteriosa desaparición de su esposa; se le acusó de varios asesinatos más, pero fue absuelto por la justicia. El enfoque ambiguo que Jarecki le dio al episodio en su momento no satisfizo a la crítica en general, y esa película apenas alcanzó un 33 por ciento de aprobación en el sitio Rotten Tomatoes. En su estreno, el mismo Durst se comunicó con Jarecki por teléfono y le expresó su admiración por el retrato que había construido en torno a su figura.
Esta serie documental1 de la Hbo expone a lo largo de seis capítulos una inagotable serie de evidencias obtenidas durante una investigación de siete años, y profundiza con frialdad quirúrgica en una vida marcada, como su título bien lo indica, por una buena cantidad de muertes. Durst no solamente fue acusado del asesinato de su esposa en 1981, sino de la ejecución de su mejor amiga en su propio apartamento, en el año 2000, y la de un vecino en 2001, cuyo cuerpo fue desmembrado y arrojado al mar.
No son los únicos decesos que circundan al enigmático personaje, y el sólido documental, dotado de materiales de época, archivos policiales, entrevistas con testigos clave, ahonda también en una infancia traumática, en la compleja relación que el mismo Durst entabla con Jarecki, y en una serie de entrevistas exclusivas que accede a darle, seguramente como una forma de blanquear su imagen pública. El resultado es de un suspenso continuo, un recorrido profundamente intrigante, dotado también de revelaciones sorprendentes y de giros que no corresponde adelantar aquí. Muy en la línea de documentales que ahondan en la psicología de personajes extremos (Herzog, Morris, Oppenheimer), Jarecki además se las ingenia para desplegar sutilmente su visión crítica sobre una temática mayor: el sistema judicial estadounidense, sus carencias y sus múltiples contradicciones.
Claro que en la comparación con esos monstruos, The Jinx flaquea un poco, quizá por la relación entre cantidad y calidad; el cúmulo de datos pue-de ser excesivo para una conclusión terminante y sin cabos sueltos. Quizá carente de la complejidad psicológica de Grizzly Man (Herzog) y The Imposter (Layton), la profundidad temática de Nieblas de guerra (Morris) o el vuelo inquisitivo de The Act of Killing o The Look of Silence (Oppenheimer), aun así se trata de una experiencia de incuestionable autenticidad, tan escalofriante como las demás nombradas.