¿Quiénes son los músicos de la vuelta? Esa manada un poco indefinida que parece incluir desde artistas consagrados hasta alguna persona aficionada que, cuando puede, toca en algún bar gratis para un par de conocidos. Me pregunto si este tipo de acepciones generales, más que incluir, ayudan a que se pierdan algunas caras entre la muchedumbre, que siempre están ahí, pero el foco nunca les apunta, porque si todos son artistas, nadie lo es.
Una de esas caras ha tocado en mil proyectos: conjuntos folclóricos rioplatenses como Ciruja Tango, Takuareé y el proyecto de Clara García; conjuntos más experimentales junto con Alessandro Podestá y Ernesto Díaz; acompañando a referentes como Dino, e, incluso, revisitando la canción romántica de principios del siglo XX con El Cuarteto del Amor. El guitarrista, cantante y a veces flautista Javier Alves Bellini ha estado en la vuelta, un poco atrás, logrando que se viera solo su sombra.
En El nido, su tercer álbum solista, lanzado el 9 de agosto por Bandcamp, hay algo muy rústico. Para empezar, es instrumentalmente despojado: una voz y una guitarra a las que se les suman voces, percusión o bajo en alguna que otra canción. Por otro lado, hay dos grandes pilares estéticos: el folclore uruguayo y la línea experimental latinoamericanista de Los que Iban Cantando, sobre todo de Luis Trochón y un poco menos de Jorge Lazaroff. Esto, desde un punto de vista no solo musical, sino también letrístico: el disco tiene una poética tanguera-milonguera que muestra una conciencia política izquierdista pero muy oscura, en la que las metáforas parecen volverse literales.
Por momentos, la línea más folclórica queda a la vista, sin vueltas. Pero lo interesante es cuando ese lado más Trochón-Lazaroff aparece, aunque de manera distinta. Mientras que estas influencias estiran raíces latinoamericanas en un sentido más continental, Bellini siempre parte de esa línea tanguera-milonguera uruguaya, lo cual ayuda a ordenar mentalmente el proceso: canciones de corte más tradicional que se van estirando en otras hasta tensar su sentido. Es que, incluso, hay una diferencia cualitativa: sus influencias fueron buenos músicos con un interesante acercamiento a la guitarra, pero Javier es un buen guitarrista folclórico con un interesante acercamiento a la guitarra. No es ni mejor ni peor, sino otro guitarrismo, tanto estético como técnico.
La estética del disco, aun así, no tiene límites estrechos. En toda la grabación se escuchan ruidos de ambiente, pifies, algunas cosas que parecen no estar terminadas, incluso a nivel estructural. De hecho, en el sitio web se encuentra lasiguiente descripción:«Trabajo artesanal que desde su concepción no aspira a la perfección interpretativa ni al lujo sonoro, es más bien la evidencia de un período de búsqueda en el entendido de que un trabajo musical no tiene por qué ser la conclusión ornamental de un proceso».De alguna manera, aquello que es propio de la estética musical es llevado, conscientemente, al plano de la forma, la estructura y la grabación: si va a ser un disco rústico, que de verdad lo sea.
Bellini comenta: «Por más que los temas tienen muchas cosas sin resolver, fueron muy laburados, porque mientras estuve en Brasil estudiando la música de allí, tuve pila de tiempo para tocarlos, retocarlos, darles para atrás, para adelante, sacar lo que no se debía, volver a ponerlo. Después me di cuenta de que, en lugar de tenerlos resueltos, me gustaba más resolverlos en el momento. Hay cosas que resolví grabándolos, me dejé ir con los dedos y quedó lo que quedó. Eso, a nivel creativo, me parecía muy interesante: seguir buscando hasta en el momento de grabar».
Si lo espontáneo es algo así como un tiempo efímero, lo mismo pasa con el paradigma temporal del disco. Todas las canciones, excepto la última, rondan entre el minuto y poco y los dos minutos. El disco ni siquiera llega a los 20 minutos y, sin embargo, hay una densidad de contenido muy grande, con letras extensas, muchos pasajes y cambios musicales. Todo en poco tiempo, como si estuviera condensado, como si en realidad durara el doble.
Y así, otro disco más que pasa volando entre nosotros sin que nadie lo note. Sí, el músico tal vez no ha hecho mucho para hacerse conocer, pero, a la vez, ¿hay condiciones para que lo haga? Es verdad que no es música para un público masivo, pero también es pertinente aclarar que no siempre la masa es masa adrede, sino que, más bien, lo es de forma inconsciente. Tal vez la conciencia consista en buscar y buscar, hasta que el foco apunte hacia las sombras.