Cada vez que en estos diez años he escrito sobre Darnauchans el resultado ha sido básicamente desordenado. Es que debo luchar contra los recuerdos que llegan en un torrente imparable y que hacen imposible la objetividad periodística y el orden en la exposición.
Entonces, antes de que determinadas memorias y anécdotas tomen por asalto esta nota, voy a lo que más importa: el jueves 2 de marzo en el teatro Solís se llevará cabo a las 21 horas el primer homenaje de auténtico gran porte que se le hace al Darno. El único hasta ahora, además, en el que intervienen prácticamente todos los músicos que tocaron y grabaron con él, y un grupo grande de colegas cantautores con quienes compartió un montón de experiencias en los escenarios y fuera de ellos.
Vamos a las necesarias listas, que dan una idea bien precisa de la importancia del evento. Cantando las canciones del Darno estarán Fernando Cabrera, Dino, Estela Magnone, Samantha Navarro, Rubén Olivera, Eduardo Larbanois y Mario Carrero, Tabaré Rivero, Alejandro Spuntone, Rossana Taddei, Walter Bordoni y quien esto escribe. También participarán los músicos Bernardo Aguerre, Carlos da Silveira, Gustavo Etchenique, Shyra Panzardo y Alejandro Ferradás. Asimismo serán parte del evento –con sus testimonios– Washington Benavides, Nelson Díaz, Gustavo Ibarra, Ignacio Suárez y Macunaíma. La conducción estará a cargo de la comunicadora Mirtha Villa.
Contrariamente a lo que podría pensarse, doy fe de que este espectáculo no apunta a llevar al Darno al bronce ni intenta agregar ladrillos al pedestal de su mito, sino que se trata de una reunión de amigos que lo evocan vívidamente y que están disfrutando de esta convocatoria una enormidad. El clima en los ensayos es magnífico y de una conmovedora cercanía con el Darno, pero exenta de toda grandilocuencia o ese empaque que suele contaminar a tantos homenajes.
Sucede que todos quienes participaremos conocimos al Darno, el álter ego de Eduardo Darnauchans, pero también a Eduardo, la persona que resultó ser, y ello se reflejará sin dudas en el evento.
Lo que también se reflejará es al Darno tal cual era, lejos del estereotipo de “poeta de las tinieblas” que cierta prensa cultivó y que en nada era cierto. La poética de Darnauchans abordó, por cierto, la muerte, el suicidio y otras tinieblas, pero Eduardo, mano a mano, era una persona luminosa, brillante y dueña de un sentido del humor que se disparaba a la menor provocación con infalible puntería.
Es imposible, para todos quienes lo conocimos y compartimos escenarios y charlas con él, recordarlo sin una sonrisa en el rostro. Evocándolo con una sorda melancolía, pero sobre todo sonriendo, estamos preparando sus canciones.
Me encanta pensar que el Darno vuelve al Solís, escenario de algunas de sus grandes presentaciones tanto solo como, por ejemplo, en colaboración con Fernando Cabrera. El CD en vivo Ámbitos, que recoge la presentación conjunta de setiembre de 1990, es una buena muestra de esa presencia en nuestro principal escenario.
Como suele suceder con los auténticamente grandes, la ausencia del Darno incrementa su presencia. Cada vez se le menciona más y cada vez más nuevos cantautores declaran la influencia recibida de aquel pibe nacido en la capital y criado en Tacuarembó que fue nuestro más grande baladista, una de nuestras más bellas voces, un inspiradísimo y muy personal melodista y, por si ello no bastara, un letrista absolutamente único.
Tras una época inicial donde primaba la musicalización de diversos poetas –en especial Washington Benavides– por sobre sus propios textos (que los había pero en muy pequeña cantidad), Darnauchans explotó como letrista, desplegando una producción no demasiado extensa pero de una poética que no puede menos que ser tildada de genial.
Sus primeros tres discos, Canción de muchacho (1973), Las quemas (1974) y el exitosísimo Sansueña(1978), si bien son un impresionante aporte, no lo reflejan como letrista del modo en que lo harían discos como Zurcidor (1980), Nieblas y neblinas (1985), El trigo de la luna (1989) y El ángel azul (2005), que muestran al Darno en textos geniales como “Pago”, “No existe”, “Nieblas y neblinas”, “Flash” o “Como los desconsolados”.
Aun en su último disco de estudio, El ángel azul, cuando ya el viento de la vida se había llevado su prístina voz de los años más jóvenes y fértiles, la magia de su canto y su poética seguían presentes a pesar de todo.
Al igual que sucedió con Eduardo Mateo, se tejió toda una leyenda con la bohemia y la mala vida del Darno. Por cierto que hay mucho de verdadero en todo lo que se dijo, pero ante la magnitud de su obra y su figura, a esta altura ese aspecto poco importa.
Eduardo Darnauchans fue uno de esos creadores e intérpretes que no se parecen a ningún otro, más allá de las clarísimas y nunca ocultadas influencias de gente como Bob Dylan, los Beatles y el cantante pop francés de los sesenta Antoine. En el desarrollo de la música popular uruguaya hay un único Darnauchans. Él no se parecía a nadie y nadie se le parece a él, por mucho que lo intente (y obviamente hay unos cuantos que lo han intentado).
Me perdonará el lector que le cuente que al Darno lo conocí en una prueba de sonido en el teatro El Galpón una tarde de invierno de 1971. Y que fuimos amigos durante los siguientes 36 años, compartiendo, entre otras cosas, los dos ciclos Nosotros Tres (1976 y 1993) junto a un músico maravilloso y determinante en mi vida pero también en la del Darno: Jorge Galemire, quien debería estar este 2 de marzo en el Solís.
Ensayamos, tocamos, grabamos, viajamos juntos. Pero también nos prendimos del teléfono o compartimos charlas de boliche, empanadas, café o algunos otros líquidos. Pude aquilatar el mito del Darno de primera mano, pero también conocer al Eduardo que resultaba ser: genial, contradictorio, en ocasiones difícil, siempre con una broma y un comentario erudito a flor de labios, único e irrepetible.
Estuve en las sesiones de grabación de Las quemas y en especial de Sansueña y disfruté cada minuto compartido en los Nosotros Tres, donde, por ejemplo, en 1993 tuve el honor de cantar a dúo con él nada menos que “Los reflejos”.
Haber presenciado la gestación de Sansueña, entre el Darno y el Gale, es algo que siempre irá conmigo y de lo que me siento particularmente afortunado.
Más allá de la letra impresa, de este y todos los homenajes que seguirán viniendo, de los edificios, calles o plazas que llevan o llevarán su nombre, yo lo recuerdo en anécdotas mínimas que retratan su carnadura humana y no el brillo refulgente de su efigie y su nombre en una placa de bronce.
Convocando al lector nuevamente al Solís, el jueves 2, donde estará el Darno, cerraré esta nota con una pequeña y encantadora historia que retrata a Eduardo tal cual era.
En 1976, mientras hacíamos Nosotros Tres en el café-teatro Shakespeare and Company, de Punta Carretas, nos contrataron para ir a presentar nuestro espectáculo en Fray Bentos. La noche anterior a tener que tomar bien temprano el ómnibus para Río Negro, Eduardo se quedó a dormir en mi casa. Íbamos a dormir en el dormitorio que yo compartía con mi hermano, con sus dos camitas gemelas.
Como era de esperarse, nos quedamos charlando hasta las tres o cuatro de la madrugada, pese a tener que levantarnos a las seis.
Cuando a las cansadas apagamos la luz, tras unos segundos de silencio se escuchó la voz del Darno con sus inconfundibles inflexiones: “Loco… ¿te pusiste a pensar que cuando estamos en total oscuridad, millones de ojos de insectos nos miran desde sus agujeros en las paredes?”.
Único hasta en eso.