En las notas a Ambient 1: Music for Airports (1978), el disco que cimentó un estilo, Brian Eno afirma que “la música ambient tiene que ser capaz de ajustarse a varios niveles de atención auditiva sin imponer ninguna en particular: tiene que poder ser ignorada tanto como resultar interesante”. Esta breve sentencia condensa lo que ya venía rumiando desde hacía años: los nuevos usos de la música (incluida la despectivamente nombrada “muzak”); el lugar del sonido ambiente en la vida diaria de las personas; los nuevos modos de atención; la capacidad de la música de “teñir” el entorno, de modificar el ánimo de las personas de manera casi subliminal; la música como estado antes que canción. Pocos años antes, el cuarto disco en ser publicado en el sello Obscure, del propio Eno, fue New and Rediscovered Musical Instruments (“Instrumentos musicales nuevos y redescubiertos”, 1975), de David Toop y Max Eastley, un disco que –como su nombre explicita– fusionaba lo nuevo y lo antiguo para explorar nuevas formas musicales. El joven Toop, que compartía muchas de sus inquietudes con Eno, se transformó rápidamente en un intérprete importante del circuito experimental británico en ambas acepciones, es decir como músico pero también como crítico y escritor en las revistas The Face y The Wire. En Océano de sonido. Palabras en el éter, música ambient y mundos imaginarios, publicado originalmente en 1995, Toop parte del ambient para proponer una forma alternativa de escuchar la música del siglo XX, un modo de repensar las divisiones establecidas de género, cultura, territorio, influencia, e incluso qué es la música.
Desde ese disco liminar, que lo estableció como un observador privilegiado, Toop se dedicó a la exploración sonora de manera abierta, lo que se refleja en su escritura del libro, que define como “una colección de pensamientos, miradas y experiencias diversas (que) rastrean una etapa de expansión, de apertura de la música a lo largo de los últimos cien años”. En Océano de sonido se yuxtaponen toda clase de textos, desde análisis musicales y culturales hasta sueños, desde entrevistas hasta diarios de viajes, en un libro que replica las técnicas del sampling y las formas abiertas de esta nueva música. Sin embargo, Toop opta por un claro punto de partida para esta aventura: el año 1889, cuando Claude Debussy asiste a una serie de conciertos y obras dramáticas provenientes de Asia durante la Exposición Universal de París, y especialmente a un concierto de gamelán javanés que cambiaría el rumbo de su composición. Según Toop, la música asiática tuvo una influencia decisiva en los nuevos rumbos de la música occidental de fines del siglo XIX y comienzos del XX, una premisa que comparte con Mathias Enard, quien la desarrolla con admirable pasión en su novela Brújula (2016). Las interacciones entre centro y periferia –con sus desbalances de poder– son una constante en el libro, tanto en el análisis de hechos pasados como en el presente, con las narraciones de los viajes del autor a las tribus del Orinoco o a la escena del noise japonés.
Toop identifica dos momentos en el ambient: uno al comienzo, asociado a lo propuesto por Eno, de sonidos tranquilos para relajarse, y una segunda instancia que “continúa la corriente subterránea perturbadora y caótica de nuestro entorno”. Resulta evidente que el autor se identifica con este segundo momento, más allá de su afinidad personal e intelectual con Eno, como una manera de mantener a distancia las tentaciones de la música como decorado y del exotismo musical como una nueva forma de colonialismo. No es que reniegue de las posibilidades de la música tranquila, sino que se opone a la complacencia de la repetición de formas, texturas y sonidos exitosos. Porque para Toop el ambient es más una forma de escuchar que de hacer música, un modo de apertura a nuevas experiencias sonoras alejadas de lo “formulaico”, una “música –fluida, rápida, etérea, abierta de miras, anclada en la temporalidad, erótica y matemática, inmersiva e intangible, racional e inconsciente, ambiental y sólida– (que) ha anticipado las palabras en el éter del océano de información”.
Pasaron 21 años desde la publicación de este libro hasta su traducción al español. Y a pesar de que el autor se excusa en una nota preliminar por lo que considera –con razón– un excesivo optimismo digital en algunos pasajes, Océano de sonido es un clásico indiscutible que, en nuestro mundo de baja atención y multitareas, nos interpela y nos empuja a nuevas formas de escucha, y a que la música no se incline ante las necesidades escapistas. Porque “en un mundo donde el abuso del grito se convirtió en la norma, la escucha pasa a ser un acto subversivo”.1
- “David Toop: Así suena el mundo.” Entrevista de Jorge Luis Fernández en diario Clarín, Buenos Aires, 24-III-17.