Una de las razones de la debilidad de la economía argentina, y sus recurrentes crisis, es que buena parte del excedente (o sea, de la plusvalía) no se invierte productivamente, y que en una proporción elevada, sale del país. Esto es, a diferencia de lo que sostienen muchos neoliberales, la dificultad central no es la supuesta falta de ahorro, sino de inversión (en términos de Marx, de acumulación de capital).
En otros términos, mientras la historia neoliberal hace eje en bajar la “absorción” (compuesta por el consumo, el gasto estatal y la inversión) para equilibrar el sector externo, el enfoque que defendemos plantea que la acumulación del capital, o sea, la reinversión de la plusvalía para reproducir en escala ampliada la producción, es la clave del desarrollo de las fuerzas productivas en el sistema capitalista. En Keynes, Kalecki y muchos poskeynesianos, aunque no en el keynesianismo bastardo, la inversión también juega el rol central del crecimiento. En particular, en Argentina, la debilidad de la inversión es la causa de la baja productividad de la economía, lo que a su vez está en la base del desarrollo deformado (o desarticulado) de la economía, las crisis cambiarias recurrentes y las periódicas recesiones.
LA PREVIA AL PRÉSTAMO DEL FMI. La fuga de capitales en los últimos años ha sido un elemento decisivo de la crisis argentina. Entre 2016 y agosto de 2018 el acumulado de formación de activos en el exterior es de 54.916 millones de dólares. A su vez, el déficit agregado de cuenta corriente entre 2016 y junio de 2018 es de 63.872 millones de dólares (cifras del Instituto Nacional de Estadística y Censos). O sea, entre fugas de capitales y el déficit de cuenta corriente suman 118.788 millones de dólares.
Por otra parte, la inversión extranjera directa acumulada, desde 2016 hasta agosto de 2018, fue de sólo 16.405 millones de dólares. La inversión de cartera, en cambio, fue de 81.466 millones de dólares. Esto es, cinco veces superior a la directa. El correlato de esa inversión de cartera es el incremento del endeudamiento entre diciembre de 2015 y junio de 2018 en un 56 por ciento. De manera que la economía se mantiene a base de endeudamiento. Todo apunta a lo mismo: la extrema debilidad de la acumulación productiva.
Por otro lado, en setiembre y octubre de 2018 el Banco Central de la República Argentina (Bcra) contiene (al menos parcialmente) la salida de capitales con base en tasas de interés cada vez más elevadas. Con el agregado de que el desarme de las carteras de Lebac tiene como contrapartida el crecimiento explosivo de las letras de liquidez del Bcra (Leliq). Las Leliq son letras a siete días, y en estos momentos están pagando una tasa del 73 por ciento anual. En lo fundamental, son utilizadas por los bancos para integrar los encajes. Tengamos presente que el Bcra eleva los encajes al 44 por ciento sobre el total de los depósitos y le permite a los bancos integrar esos encajes con Leliq (también con notas del Banco Central). Con eso el Bcra busca que los bancos capten depósitos, por los cuales pagan una tasa anual del 40 por ciento, aproximadamente, por depósitos a 30 días.
O sea, los bancos disponen del bonito negocio de cobrar 73 por ciento de interés al Bcra y pagar el 40 por ciento a los ahorristas. Por supuesto, las tasas “vuelan”. Por ejemplo, el costo promedio de un adelanto de cuenta corriente –un instrumento de financiamiento común de las empresas– se ubica, en la primera semana de octubre, en el 79 por ciento anual (información de La Nación). Esto es, en medio de la recesión, con las ventas y la producción derrumbándose, la tasa de interés, en términos reales (descontada la inflación), es de por lo menos el 35 por ciento.
Pero, además, dado que el stock de estos títulos es de unos 434.000 millones de pesos, con una tasa del 73 por ciento, el Bcra pagaría intereses por unos 317.000 millones de pesos. Esto es, el gobierno de Macri desarma la bomba de las Lebac armando la bomba Leliq.
La otra deuda en fuerte crecimiento es la que toma el gobierno de Cambiemos mediante las letras de tesorería (Letes). Las Letes son de corto plazo, están exentas de impuestos y se emiten en pesos y dólares. A fin de desarmar las Lebac, el gobierno permite suscribir con Lebac en pesos las Letes en dólares. Por eso el 70 por ciento de su demanda viene de los inversores (entre ellos hay inversores institucionales, por ejemplo, la Administración Nacional de la Seguridad Social) que desarman sus carteras de Lebac. Las Letes en dólares a 210 días pagan una tasa del 4 por ciento; su stock, en agosto, era de unos 14.100 millones de dólares. A ello se sumó, naturalmente, la deuda contraída con el Fmi.
DEBILIDAD ESTRUCTURAL. La fuga de excedente no es un fenómeno nuevo en Argentina. Por caso, entre 2002 y agosto de 2018 la formación de activos externos del sector privado no financiero fue de 158.592 millones de dólares. De estos, 103.676 millones corresponden al período 2002-2015.
De todas maneras, durante buena parte de la primera década de los dos mil esa salida de plusvalía pudo ser financiada con el superávit de la balanza de bienes y servicios. El tipo de cambio alto, primero, y la suba de los precios de las materias primas, después, fueron decisivos para que esto ocurriera.
Sin embargo, no se superó el carácter atrasado del capitalismo argentino. De hecho, la inversión en términos del Pbi se mantuvo en los mismos promedios que en los años noventa –la década de la supuesta “acumulación financiera”– y muy lejos de los niveles asiáticos (los de Corea del Sur o China, por caso). Una expresión de esta debilidad es la baja participación de Argentina en las exportaciones mundiales: apenas el 0,3 por ciento del total (a lo que se agrega un 0,4 por ciento de participación en las importaciones, ambas cifras corresponden a promedios del período 2010-2016 publicados en 2017 por la Organización Mundial del Comercio).
En ese marco, a partir de 2010 el balance de cuenta corriente pasó a ser deficitario. En los años que van desde 2010 a 2015, el déficit acumulado de cuenta corriente fue de 49.026 millones de dólares. En ese lapso la inversión extranjera directa fue de 56.930 millones de dólares. Y hubo una salida de capitales por 41.987 millones de dólares. Este desequilibrio se manifestó en la continua caída de las reservas internacionales. A partir de este punto, la dinámica del elevado endeudamiento que alentó el gobierno de Macri sólo podía desembocar en una nueva crisis desde el momento en que comenzara la retirada de los capitales especulativos y se cortara el crédito.
ALGUNAS CONCLUSIONES. En primer lugar, la fuga de capitales es la expresión de una lógica de la clase dominante nativa. Esto es, los capitales no salen porque lo ordene alguna potencia colonial, sino porque la burguesía argentina lo considera conveniente para sus intereses. Por eso el fenómeno abarca a poseedores de capital dinero de todos los colores, desde convencidos ultraliberales hasta patriotas en dura lucha contra la “patria financiera”.
En segundo término, dado que el centro de los problemas del desarrollo es la no inversión, se explica que las crisis no sean del tipo de las que ocurren en los países capitalistas industrializados. Estas últimas se caracterizan por la sobreproducción y sobreacumulación (o sobreinversión) de capital. La crisis argentina típica tiene por base la falta o debilidad de la inversión. Por eso suele estallar por el lado externo.
En tercer lugar, al poner el eje en la no inversión y la salida de plusvalía, se evidencia que las soluciones al atraso, la dependencia y las crisis recurrentes no pasan por recetas del tipo “imprimir todo el dinero que haga falta”, como pretenden algunos partidarios del keynesianismo bastardo. Tampoco sosteniendo la demanda con base en el déficit financiado con deuda creciente. Este tipo de experimentos sólo preparan el estallido de renovadas crisis.
En cuarto lugar, desde el enfoque que defendemos, el crecimiento de la deuda externa es, en lo fundamental, un producto de la salida de excedente. De hecho, la deuda externa ha servido para financiar la fuga de capitales. Con esto no pretendemos negar que la deuda agrava los problemas de la acumulación y es también una causal de salida del excedente. Lo que queremos enfatizar es que no se trata de un factor autónomo, tal como pretenden algunos planteos que abonan la creencia de que los problemas del capitalismo argentino se podrían solucionar con reformas del tipo “no pagar la deuda”, sin afectar de alguna manera sustancial las relaciones sociales de producción.
En quinto lugar, los déficits recurrentes en el sector externo y la tendencia a superarlos vía tipo de cambio alto (baja de salarios, empeoramiento de las condiciones laborales) constituyen otra manifestación de la debilidad del capitalismo argentino. De ahí que la salida de la crisis que propone el capital (y que ha expresado el Fmi) pase siempre por aumentar la explotación del trabajo. En particular, en el cuadro recesivo argentino –disminución del consumo, de la inversión, de la actividad industrial– los salarios van “en caída libre”, atenazados por las devaluaciones, la alta inflación y la creciente desocupación.
En sexto lugar, sostener el tipo de cambio por medio de altísimas tasas de interés, además de debilitar más la inversión, aceleró las condiciones para que la crisis cambiaria y la recesión deriven en una crisis financiera de proporciones. Esta ocurre cuando los bancos no pueden recuperar los créditos concedidos, se multiplican las quiebras y se desvalorizan masivamente los capitales. Estas dinámicas son características del desarrollo de la crisis y siempre agravan la situación de la clase trabajadora y los sectores populares.
Por último, se plantean tres preguntas claves. La primera es acerca de qué se hace con el excedente. La plusvalía, ¿termina en una cuenta en Suiza o en Panamá, etcétera, o se reinvierte productivamente? La segunda se refiere a quién produjo esa plusvalía. Pregunta que nos lleva al espinoso asunto de la explotación del trabajo. Y la tercera pregunta es quién decide qué se hace con el excedente. Pregunta que interpela a la propiedad privada del capital. De ahí la alternativa que va a la raíz del problema: deben ser los mismos productores –los que generan el excedente– los que decidan qué se hace con él. Pero para esto, hay que desarmar el poder del capital.
Rolando Astarita es docente de Economía en la Universidad Nacional de Quilmes y en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
(La versión original de este artículo fue publicada en octubre de 2018 en rolandoastarita.blog, bajo el título “Crisis, fuga del excedente y deuda externa”. Brecha publica fragmentos mediante una licencia de Creative Commons).