En su cumpleaños número 52, el 20 de mayo de 1976, el senador Zelmar Michelini era asesinado en Buenos Aires junto al diputado nacionalista Héctor Gutiérrez Ruiz, y los ex militantes del Mln Rosario Barredo y William Whitelaw. El 20 de mayo de 1985, el primero en democracia, los parlamentarios fueron homenajeados en el Legislativo. Allí comenzaba a funcionar una comisión investigadora que vio frustrada su labor luego de que testimonios tendientes a aclarar los crímenes fueran filtrados en El País. La aprobación de la ley de caducidad en 1986, sumado al fracaso de eliminarla a través de un referéndum tres años después, desplegaron un manto de silencio y todo lo relacionado con las violaciones de derechos humanos del terrorismo de Estado desapareció de la agenda política. El 20 de mayo de 1996, veinte años después de los asesinatos, el silencio se convertía, por primera vez, en una forma de marchar para denunciar la impunidad. Hoy, a cuarenta años de estos asesinatos, se realizará una nueva Marcha del Silencio. Por ellos, por todos.
Cecilia Michelini, presidenta la Fundación Zelmar Michelini (Fzm), es la sexta hija del senador asesinado por el Plan Cóndor y tenía 19 años cuando eso le ocurrió a su padre. Retornó del exilio con la apertura democrática en 1985 y ese mismo año se fue a España, donde vivió ocho años. Volvió, pero por poco tiempo; por segunda vez eligió irse al exterior hasta que se instaló en Uruguay en 2007. Al siguiente año, Elisa Delle Piane, esposa de Michelini, y sus diez hijos crearon la Fzm para honrar su memoria y difundir su trayectoria.
Ahora, Cecilia puede ver con claridad que su permanencia fuera del país tuvo que ver con intentar eludir el dolor en torno a la pérdida de su padre. “A partir de ahí me apagué. Fue como un apagón en mi vida. Y creo que hasta que no se creó la fundación no volví a alumbrarme. Esas cosas no las elegís, reaccionás como te sale. No reaccioné, no pude llorar”, cuenta en el libro La voz de todos, la primera biografía de Michelini.
En entrevista con Brecha, Cecilia contó que visualizar avances de Destino Final, un documental –estrenado en 2008– en el que Mateo Gutiérrez, hijo de Toba, recrea las circunstancias de la vida y de la muerte de su padre, le permitió comenzar a encontrarse con su historia, proceso que de alguna manera consolida “poniéndose a los hombros” la Fzm.
Por el cuádruple asesinato han sido procesados en Uruguay el ex dictador Juan María Bordaberry (fallecido en 2011) y el ex canciller Juan Carlos Blanco, y en Argentina el general retirado Jorge Olivera, a quien se le atribuyen, además, 107 secuestros y desapariciones. Cecilia no cree que haya justicia porque no se conoce toda la verdad: “Sinceramente, acá en Uruguay nunca se investigó”. Tampoco tiene expectativas por ahora en el Grupo de Trabajo por Verdad y Justicia, que este año preside su hermano Felipe.
La figura de Zelmar es uno de los símbolos del terrorismo de Estado. La Fzm dedica hoy sus esfuerzos a que se conozcan otras facetas del dirigente, en particular su pensamiento político del que “se dice poco”.
—¿Quién es Zelmar Michelini?
—Ante todo es mi papá. Conviví mucho con él los últimos años de su vida. Después poco a poco, por cosas que he leído, amigos, y más desde que estoy en la Fzm, me doy cuenta de la trayectoria polifacética que ha tenido. Fue dirigente de la Feuu, de Aebu, hasta que se hizo diputado muy joven por la Lista 15 (del Partido Colorado). Tuvo una trayectoria muy prolífera y a su vez muy rápida. A pesar de que tenía 52 años cuando lo mataron, vivió mucho e hizo mucho. Por otro lado tenía una fuerte trayectoria periodística. Aunque la gente que sabe entiende que es muy común que los políticos de la época escribieran, yo creo que él lo desarrolló mucho, tuvo su propio diario, Hechos, y aparte de eso en el exilio trabajaba y vivía de eso en La Opinión.
—¿Y como padre?
—Era un padre muy presente a pesar de que era una época en que la madre y el padre tenían roles muy distintos, siendo tantos hermanos, y él teniendo una profesión que le exigía mucho. En esos últimos años en el Uruguay tenía un trabajo maratónico en el Parlamento pero era un padre muy presente. Se convivía mucho con él.
—¿Cómo entraba la política en la relación con sus hijos?
—Cuando éramos niñas disfrutábamos mucho de las elecciones. Cuando fui un poco más grande la política era todo en Uruguay. Era muy normal que en la cotidianidad de la casa estuvieran presentes los hechos políticos. Una característica de él es que le parecía que cada uno (de sus hijos) tenía que pensar con su propia cabeza. En casa todos pensábamos diferente y se discutía. Él contaba muchas anécdotas y si no contaba él contaba mamá. Mi mamá también seguía todo muy de cerca. Vivenciábamos la política.
—¿Cómo fue tu proceso en relación con su figura?
—Fue un proceso lento de despertar. Uno de ellos fue la película de Mateo (Destino Final, 2008), que la empecé a ver en partes unos años antes. Ahí fue un golpe fuerte, pero yo ya tenía ganas de meterme. Lo percibí como un cambio muy abrupto, estuve mucho en el exterior, la mitad de mi vida fue en el exterior. Fue una forma de borrar. Después me metí en la Fzm, lo cual muestra que tenía una necesidad de hacer algo. Al principio me sentí muy expuesta, ahora ya me acostumbré un poco. Estás todo el tiempo con el tema, con los derechos humanos, con la memoria reciente.
—Las conmemoraciones tienen como consigna la “celebración de la vida”.
—Es un sentimiento que creo que tenemos los diez hermanos y que también tenía mamá, de no recordar solamente lo que pasó, porque entonces los estás matando cada vez. En una carta que le escribió a Elisa (detenida en Uruguay en calidad de rehén) le dice “que nunca la tristeza se asocie a mi nombre” (parafreaseando al periodista Jules Fucik). A partir del surgimiento de la Fzm en 2008 nos pusimos de acuerdo en que lo que hay que proyectar es el tema de la vida y de lo que esas personas vivieron, cómo fueron, cuáles eran sus ideas. De todas maneras, no es que no pese lo que pasó, ni que no haya que denunciar, ni que no esté presente en nosotros ni mucho menos.
—Yendo a su faceta política, dedicó la mayor parte de su vida al Partido Colorado, tenía un muy buen vínculo personal y político con Wilson, y a su vez estuvo en la fundación del Frente Amplio…
—Esa es una cosa que se sabe pero se dice más o menos, no sé bien por qué. La fundación del FA tuvo personas particulares que fueron las que fundaron: Juan Pablo Terra, Zelmar y Rodney Arismendi. Fue un proceso largo, pero Terra y Zelmar logran llegar a un acuerdo con Arismendi. A (Líber) Seregni lo llevó Zelmar y a (Juan José) Crotogini también. Eso es una cosa que se dice poco, más allá de los nombres, me parece que hay bastante nebulosa en eso.
—¿Por qué?
—Pienso que es una cosa general. La Fzm intenta tener un acercamiento a esas raíces porque le parece que es un aporte importante para la gente joven y para la memoria en el Uruguay, sin calendarios electorales. Creo que son intereses políticos partidarios, que no está mal. Sin los partidos no podríamos tener una democracia fuerte ni mucho menos. El tema es que no todo puede pasar por ahí. Los partidos tienen otros tiempos. Pueden tener la necesidad de bajar o subir ciertas figuras en sus momentos, pero la sociedad civil no tiene por qué seguir ese camino. La sociedad civil no está suficientemente fuerte como para imponer que se diga que Wilson tenía una relación especial con Zelmar o que Seregni fue llevado por Zelmar o que Juan Pablo Terra dijo que no al plebiscito porque no se pueden plebiscitar los derechos humanos; lo castigaron por eso cuando hoy se demuestra que puede ser que tuviera razón. Esas cosas no se dicen. Desde el punto de vista partidario me parece que enriquecería una figura como ésta.
—Zelmar también tuvo una relación muy cercana con el Mln.
—Todos dialogaban con todos, no sólo Zelmar. El que haga un énfasis en que Zelmar y el Toba dialogaban con el Mln no está diciendo la verdad. El Mln siempre tuvo diálogo con todos, también con el Ejército y con Iglesia. Por otro lado sí es cierto que Zelmar tuvo particularmente un diálogo en Buenos Aires, durante el exilio, porque en Buenos Aires el Mln tiene una división muy fuerte. Willy y Rosario formaron parte de los que se fueron. No sé si lo pensó de esta forma, pero siempre quiso separar la actitud ilegal de los guerrilleros de lo que podía ser el terrorismo de Estado. Una cosa es lo que hace ilegalmente el Estado y otra cosa es lo que hace un grupo de individuos ilegalmente. En ese sentido fue visionario al hacer esa separación.
—¿Para quién es referente hoy?
—Es referente para muchísima gente en lo personal, porque fue una persona muy cálida, fue muy ayudador, se guarda ese recuerdo. Una de las cosas que intentamos este año es profundizar en su pensamiento político porque en realidad no se ha hecho este análisis. Estamos trabajando con (el historiador Gerardo) Caetano y 25 personas, en el entendido de que no sólo fue un hacedor sino que tuvo un pensamiento político profundo, filosófico. Es referente para la gente que vivió más con él, sus compañeros de la 99, sus amigos de esa época, la familia. Es un referente para las generaciones viejas, pero no para los jóvenes. Sería interesante que él, como tantos otros tan valiosos en su hacer como en su pensamiento, esté más presente, porque está la memoria pero también está el olvido.
—¿No es un referente para la izquierda, para el FA?
—En el imaginario general de los uruguayos, salvo la porción de gente que no está tan en desacuerdo con la dictadura, que la hay, es un referente. Creo que dentro del FA lo es sentimentalmente pero hasta ahí llega; en mi opinión, cuando ya entrás en lo político pasa a ser un problema.
—¿Hubo justicia por los crímenes?
—No, no creo. Es una cosa que no se resolvió, ni siquiera en Argentina. En Argentina se hicieron juicios en serio, se intentó investigar y se llegó a mucho más. Se hicieron investigaciones, se hicieron pericias pero hay contradicciones en los hechos que no se han podido resolver. No se sabe si no fue un montaje lo del auto, es posible que no hayan aparecido nunca en ningún auto y siempre hayan estado en la comisaría.
—¿Y qué pasó con el testimonio de la enfermera Haydeé Trías, que apuntaba al militar uruguayo Pedro Matto e incluso recibió amenazas por esto?
—Ella nunca se desdijo. Es una versión, lo que pasa que nunca se investigó. Sinceramente, acá en Uruguay nunca se investigó. Lo de Zelmar, el Toba, Willy y Rosario no se investigó. En general las partes de las víctimas dieron los datos, nunca se puso gente a investigar. Llegar a la verdad con tantos años y con tantos intereses creados es muy difícil.
—Porque sin verdad no hay justicia.
—Creo que esas tres palabras tienen que ver…
—¿Tres?
—Porque está la memoria también. Juntarlas está muy bien, pero separarlas a veces también, para que una no entorpezca la otra. Memoria se está haciendo más, hay más posibilidades de la memoria, pero mucho más depende de la sociedad civil. La izquierda (partidaria) hizo lo del plebiscito y después se apagó. Zelmar, junto con Terra, marcaron esa senda de lo importante que era la defensa de los derechos humanos, pero no era esa la tendencia de la izquierda tradicional, que consideraba que te tenías que aguantar lo que viniera. Hay que exigirle al Estado que dé medios, pero nadie te impide que vayas a hablar a las escuelas, que saques libros. El Estado tiene que asumir la memoria, la sociedad civil ha asumido su parte. La verdad va muy junta con la justicia, no la justicia en la palabra abstracta sino que alguien pague lo que hizo de acuerdo con la ley. Eso está muy difícil si no hay verdad, y ahí está el gran agujero.
—¿Qué queda después de veintiuna Marcha del Silencio?
—Se avanzó muchísimo en la memoria colectiva, en la reivindicación de las víctimas. Con todas las carencias que hubo, la aparición de Macarena (Gelman en 2000) y la actitud, aunque tímida, de Jorge Batlle (de crear la Comisión para la Paz) fueron puntos de inflexión. Se avanzó de forma despareja. La verdad está en que se sepa qué le pasó a Zelmar, pero la verdad también está en decir qué pasó. Y que no son sólo los asesinados y los desparecidos. En Uruguay hubo una realidad muy dura de los presos, la tortura sistemática, con la finalidad de destrucción moral. Se le ha dado muy poca relevancia. No se habla de las víctimas en la sociedad civil, los familiares de los presos, los abogados defensores, que vivían sufriendo cualquier tipo de vejámenes, desde largas esperas hasta revisaciones inadecuadas a las mujeres. No es comparable a lo que le pasó a mi hermana Elisa, por ejemplo, pero son violaciones claras de derechos. El abogado era muchas veces la única persona de afuera que veía al preso y que lo sostenía emocionalmente mucho más que lo podía defenderlo. Se avanzó, pero todavía queda mucho por decirse.
—¿Qué expectativas tenés con el Grupo de Trabajo por Verdad y Justicia?
—Es un aporte que se haya creado. Las cosas simbólicas son importantes. Va a ser una labor, pero no tengo una gran expectativa por ahora. Creo que se han ordenado y han tenido una línea de trabajo que va a dar resultados, pero es tímida, por decirlo de alguna manera. No es una cosa que pueda decir que le dieron todos los medios. También hay que verlo de esta manera: si uno es coherente con la división de poderes, la justicia es la justicia y ellos no son la justicia. Es verdad que políticamente ha habido trancazos, incluso en los gobiernos frenteamplistas, en dar señales, elementos y dineros para esto, pero después también ha trancado la justicia. El grupo estableció una línea de trabajo para buscar información, hacer entrevistas que sirvan tanto para lo judicial como para la memoria. Eso es importante y positivo, pero para el tema concreto que nos desvela, que es encontrar a los desparecidos, no es una gran herramienta, salvo que la gente empiece a hablar.