—La mirada de Cobain representó en tu vida mucho más que un texto.
—En varios sentidos. Cuando Kurt Cobain se mató yo era un niño ingresando a la secundaria y sentí que la desaparición de Nirvana dejó huérfana de referentes a mi generación. Y esa catástrofe explicó muchas cosas de la clase media intelectualizada y cómoda de la que provengo y que me otorgó ciertos privilegios, como ir a la universidad y no padecer angustias económicas.
—¿Tenés título universitario?
—Soy licenciado en actuación por la Casa del Teatro, una escuela privada que mi padre financió y en la que se daba una convivencia extraña de darks con punks, folcloristas y gente con un ejemplar de El Capital bajo el brazo. A lo que hay que sumar, desde mediados de los noventa, la irrupción del zapatismo en México y mi pasaje por un colegio administrado por exiliados del franquismo español que recibía exiliados políticos de varios países latinoamericanos. Y un padre de tradición priísta, imagínate, por algo México vive hoy una dictadura perfecta. La mirada de Cobain nació, por un lado, de una borrachera épica que me agarré con un primo al que considero hermano, y del análisis, en perspectiva, de una separación traumática de mi ex pareja, más la invalorable redacción de mi dramaturgo amigo Alejandro García. La estrené el 30 de noviembre de 2013 en la segunda edición del festival de Teatro para el Fin del Mundo, y ahora comprendo que funcionó como una reflexión sobre mis propias ganas de suicidarme.
—¿Estuvo esa tentación?
—En fantasía, desde los 15 años.
—¿Cómo recibe el público uruguayo la obra?
—Quiero pensar que bien, todo en ella lo armé yo; desde que comencé a estudiar actuación sentí que debía conocer y experimentar los componentes técnicos del teatro, así que me ofrecía de voluntario, dentro y fuera de la escuela, para hacer desde iluminación hasta tramoya. Y cuando escuchaba de los actores comentarios peyorativos sobre los técnicos, del tipo “no me cosió el pantalón”, comprendía que no entendían nada sobre la química que debe lograr un equipo para poder provocar un momento de magia auténtica en el escenario. Afortunadamente pude hacer mi servicio social de egreso en Rocinante, un programa de la escuela que llevaba teatro, mediante un tráiler que se transformaba en escenario, a las poblaciones rurales; dos días antes de la actuación debías ir a armar la platea para 120 personas, y luego de actuar desarmar todo para seguir una gira que duraba dos meses. Trabajando para esos espectadores, cuyos celulares suenan a discreción y sus niños se te montan al escenario o te preguntan el nombre de tu personaje en medio de la escena, me di cuenta de los niveles de racismo y discriminación que conservábamos, con compañeros que aligeraban su de-sempeño porque, total, estaban actuando para brutos.
—Comentaste, en una entrevista, que abandonaste pronto la pretensión de cambiar el mundo con el teatro, ¿qué agregó, a esa noción, el contacto con público marginado ?
—La escuela donde estudié fue fundada por Luis de Tavira, vaca sagrada desde los setenta del teatro mexicano, y actual director artístico de la Compañía Nacional de Teatro. Es un burócrata que piensa que ganó una batalla porque logró dinero para el teatro que hace él, cuando en realidad, para mí, vendió su ideología creativa. Cree que el único teatro válido y universal es el clásico, por eso cuando egresé llevábamos a las comunidades Fuenteovejuna, de Lope, El misántropo y las mujeres sabias, de Molière, una comedia de Goldoni; teatro viejo y manierista. Aunque me peleé muchas veces con ese enfoque continúo dando talleres en esa escuela, porque en México si no estás en determinados circuitos no puedes desarrollar arte.
—Los clásicos son, por definición, resistentes al tiempo.
—Por supuesto que podemos entenderlos, pero recuerda cómo termina Fuenteovejuna, los reyes perdonan al pueblo por el asesinato cometido; los reyes, el sistema. No podemos seguir dando cuenta de la terrible complejidad de este mundo con metáforas del Siglo de Oro, hay que manosear de alguna forma esos enunciados para traerlos al presente. Cuando empecé a estudiar teatro la gente todavía veía espectáculos que duraban dos horas, ahora nadie resiste más de una, yo incluido. La dramaturgia argentina tiene a autores bien sintonizados con esto, Spregelburd, Tantanian, Veronese, en un marco donde sabemos hace años que no hay nada nuevo bajo el sol, y el teatro es un área liminar que absorbe, y proyecta, otras disciplinas.
—La era de la fusión.
—Claro, cuando alguien dice “mi espectáculo es interdisciplinario” ya suena mamón, como decimos allá, porque interdisciplina no es poner un video y que alguien baile, sino preguntarse por los distintos procesos creativos y armonizarlos.
1. Concluida su minitemporada en el Centro Cultural Tractatus, La mirada de Cobain se presenta mañana, a la hora 20, en el sótano La cueva del uapití, Gonzalo Ramírez 1840 esquina Emilio Frugoni. Del 5 al 8 de agosto Norzagaray y el actor uruguayo Nicolás Benavídez coordinarán un seminario sobre teatro autorreferencial en San José de Mayo.
Los clásicos están de la chingada
Actor de cuna burguesa fogueado entre campesinos y temor a las balas, Marco Norzagaray vino a compartir sus 32 mexicanos años. Mañana muda el unipersonal que estuvo presentando hasta ayer1 y aquí derrocha parricidio contra la estética que lo formó.
Foto: difusión