Cuando llego al restaurante ya están ahí, ubicados junto al ventanal que da sobre la calle Colonia. Apenas les presto atención. Parecen ser solamente cuatro jubilados que se reunieron para compartir el almuerzo. Me siento en la mesa de al lado y una frase atraviesa el ruido de fondo y me obliga a escuchar lo que están conversando.
—Yo era superior de Tróccoli –dice el que lidera la conversación, y luego baja un poco la voz. Aunque no demasiado. No parece avergonzarse al nombrar al capitán de navío Jorge Tróccoli, que está siendo juzgado en Italia por crímenes contra la humanidad cometidos en el Río de la Plata. Se sabe que como oficial de inteligencia (del S 2) fue responsable de torturas en dependencias de los Fusileros Navales (Fusna), y se intenta que la causa también lo sitúe en Automotores Orletti, el centro clandestino de represión en Argentina por donde pasaron varios uruguayos luego desaparecidos.
Parece evidente que los comensales están hablando de las torturas. Porque de Tróccoli pasan al coronel retirado Jorge “Pajarito” Silveira, actualmente preso en la cárcel especial de Domingo Arena. Como viejos amigos que recuerdan viejas hazañas, cuentan que no siempre era fácil quedar para almorzar con Silveira. “‘Porque tengo otro asado’, me decía”, rememora el superior de Tróccoli. Los demás hacen una mueca de sonrisa desviando la mirada, como evocando. Uno de ellos parece estar fuera del código o haber perdido la agilidad mental. Mantiene los ojos en el superior de Tróccoli, interrogativo. Un tercero le explica: “La parrilla eran las camas de metal”.
Aparece el mozo con los platos. Incluso para ellos es demasiado no cambiar de tema. Así que pasan, con naturalidad, al fútbol. El comentario es el campeonato uruguayo que acaba de ganar un equipo“jugando a nada”, opina decepcionado uno de ellos. Otro polemiza. La charla de uno de esos mediodías entre amigos; un ir y venir de temas. Frases musicales que nacen, crecen y se agotan. Al fútbol lo sustituyen las andanzas domésticas de los nietos. Quien comenzara a escuchar la conversación en este punto pensaría lo mismo que pensé yo al verlos: cuatro abuelos inofensivos. Pero como en la música, siempre hay un Leitmotiv. Antes de los postres suena un celular. Atiende el superior de Tróccoli. Lo llama un abogado.
—Nos vamos a encontrar sí, y antes yo voy a tener reuniones con el espectro político –hace una pausa–; con el que nos es afín.
Corta. El superior de Tróccoli informa a los demás integrantes de la mesa. Van a jugar todas las fichas a parar la reforma de la Caja Militar. Lo harán –dice el estratega– por sus canales gremiales habituales, como el Centro Militar, y poniendo en juego sus contactos en el Parlamento. Para algo han de servir las Cámaras que disolvieron hace 43 años.
Días después la agenda de los medios está colmada de declaraciones de legisladores del Partido Nacional. El diputado Gustavo Penadés dice que la reforma “es un disparate”. El senador Luis Lacalle Pou opina que “entrar con saña y señalando que estos son los responsables, no es bueno ni es real”. También el ministro de Defensa Nacional, Eleuterio Fernández Huidobro, advierte sobre una posible turbonada de juicios. La crisis de la Caja Militar, ha dicho el gobierno, requiere cada año 400 millones de dólares que son transferidos por la sociedad para sostener el retiro de sus hombres de armas. El Centro Militar y Lacalle Pou coinciden en señalar que poner el foco en ese tema es un intento de desviar la atención de una mala gestión económica. El conglomerado de los militares retirados habla de “políticas discriminatorias y estigmatizantes”.
El lenguaje es un animal artero. Muchas veces, cuando se habla de otros, se da vuelta y habla de quien lo está usando. Los militares retirados, al no aceptar las culpas de la dictadura y no dar información precisa sobre el destino de sus víctimas, discriminaron y estigmatizaron a los que les siguieron en la profesión. Los silencios en la partitura son demasiado estridentes como para que de ahí surja algo mejor que ruido. No es sencillo, entonces, que desde las otras mesas se esté dispuesto a seguir asignando recursos para el cómodo retiro del superior de Tróccoli y sus compañeros de armas.
Mientras tanto, el presidente de la República mantuvo al menos una reu-nión con los comandantes en jefe para tratar algunos puntos de la reforma jubilatoria. El lobby ha saltado de los vestíbulos del Parlamento al edificio de la plaza Independencia y adquiere, diáfano, la definición que le da el Diccionario de la Real Academia: “Conjunto de personas que, en beneficio de sus propios intereses, influye en una organización, esfera o actividad social”.
En el almuerzo de hace tres semanas el superior de Tróccoli parecía resignado a que el 10 por ciento del déficit de la Caja Militar se abatiera con un impuesto a sus jubilaciones. Es algo que no iban a poder quitárselo de encima, les decía a sus contertulios, que protestaban con esa indignación universal de quien escucha la palabra impuestos y no piensa que mucho de lo que tiene se ha pagado, se sigue pagando, con los aportes de los demás. Poner ahí un torniquete y que el restante 90 por ciento de las pérdidas siga a cargo de esa desagradecida sociedad que los “discrimina” y los “estigmatiza”, parece ser el objetivo del cabildeo.
Pidieron la cuenta. Uno de ellos sacó la tarjeta de crédito e invitó a los demás. No tomaron café.