Al conmemorase 35 años de la crisis de los rehenes en Irán, de 1979, la Cia decidió corregir a través de Twitter algunas “imprecisiones históricas” de Argo, el galardonado filme que Ben Affleck dirigió en 2012. Lo curioso no es tanto el uso de la red social para ratificar la versión oficial de Estados Unidos sobre una grave crisis diplomática, sino que la Cia corrija el guión de una ficción indulgente (aun cuando se haya presentado con pretensiones de documental), cuyo Oscar a mejor película fue entregado en 2013 desde la Casa Blanca por la mismísima Michelle Obama.
Argo narra –elogia– cómo la Cia se las ingenió para rescatar de Irán a seis diplomáticos estadounidenses que permanecían ocultos en Teherán, al hacerlos salir como cineastas de Hollywood. Aunque es evidente que ni el guión de Argo ni los tuits de la Cia son desinteresados, la mayoría de las “correcciones” parecen cosméticas. Cuando la embajada de Estados Unidos en Teherán fue asaltada por los iraníes el 4 de noviembre de 1979, los seis diplomáticos que lograron escapar se refugiaron inmediatamente en la residencia del embajador canadiense. Pero la Cia discrepa y argumenta que estuvieron en varios sitios antes de llegar allí, e incluso uno de ellos “durmió –dice el tuit– en el suelo de la embajada sueca” (o sea, recuerdan, de paso, la discreta ayuda de Suecia). La Cia rebate que los estadounidenses hayan abandonado su refugio fingiendo que iban a rodar en un mercado –como de forma inverosímil lo narra el filme–. También reivindica al presidente Jimmy Carter al asegurar que aprobó la misión antes que el equipo de la Cia volara hacia Teherán (un cabo suelto que no dejaba muy bien parado al demócrata).
Es cierto que la revolución islamista de 1979 devino en una “teocracia populista” que regresó a Irán al siglo II (como ha dicho Eric Hobsbawm), pero ni Argo, cargada de los clichés del canon hollywoodense, ni mucho menos la Cia, ponen en cuestión al imperialismo estadounidense. La ingeniosa agencia de inteligencia que rescata a los seis diplomáticos fue la misma que promovió el golpe de Estado en Irán de 1953 –reconocido en sus propios documentos desclasificados– para revertir la nacionalización del petróleo, y le salvó el pellejo al monarca dictatorial al cual ayudó a eternizar en Irán hasta que la revolución islamista lo destronó. Y aun cuando Argo repasa esta intromisión, todo el relato es un esfuerzo por establecer el predominio occidental y caricaturizar a lo iraní como una zona hostil, plagada de turbas primitivas y peligrosas.
El tuit de la Cia que mejor expresa esa pretensión de superioridad civilizatoria es el que niega que los diplomáticos hayan sido detenidos en el aeropuerto de Teherán. Al contrario, la Cia afirma en Twitter que “se escogió un vuelo temprano por la mañana para asegurarse de que los Guardianes de la Revolución siguieran en la cama”, en una burda forma de recaricaturizarlos como holgazanes. Esta forma de presentar a los iraníes está en línea con la película. No sólo porque en Argo el sujeto de enunciación –el hombre blanco occidental– opera como un ordenador ideológico de la narración, sino porque toda la economía de lenguaje audiovisual del filme insiste en re-presentar a los iraníes como violentos y terroristas.
La Cia concluye en un tuit que “la fuga no pudo ir mejor”, pues no sólo habrían burlado el cerco iraní sino que el agente secreto Tony Méndez (protagonizado en la película por Affleck, a quien felicitan en Twitter) lideró un inusual y heroico rescate. Lo que no dicen es que los iraníes, para humillación de los libretos oficiales, liberaron a los otros 52 rehenes estadounidenses recién cuando finalizó el mandato de Jimmy Carter en 1981, es decir, más de un año después del asalto a la embajada de Estados Unidos en Teherán.