Estados Unidos, que tantas veces ha intervenido en elecciones ajenas o en golpes para desconocerlas, es blanco de la injerencia de un adversario en su sistema político. Hasta ahora, los estadounidenses parecen más interesados en pelearse entre sí que por defenderse del ataque.
El presidente Donald Trump y millones de sus votantes se acaloran y entran en frenesí de negación absoluta ante la mera mención de la injerencia de Rusia en el proceso electoral de 2016. Para ellos, cualquier insinuación del asunto es un intento de los demócratas por justificar la derrota de su candidata Hillary Clinton y una jugada traidora para quitarle legitimidad al mandato de Trump.
Cuando la popularidad del presidente ha caído al 33 por ciento, de los encuestados por Gallup, la paranoia se justifica.
Por su par...
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