Los medios de los medios - Semanario Brecha
El plomo y la pluma

Los medios de los medios

Destrucción en una zona residencial luego de un ataque aéreo israelí en el campo de refugiados de Nuseirat, en el centro de Gaza / Xinhua, Marwan Dawood

Tras bloquear el acceso de la prensa extranjera a la Franja de Gaza, Israel ha tomado como blanco a los periodistas palestinos que desde allí intentan informar. Diezmados ellos también, han encontrado relevo en una camada de jóvenes que se improvisan como reporteros a partir de las redes sociales. Los prejuicios que enfrentan en Occidente. El papel de Al Jazeera. La (bienvenida) reacción de algunas publicaciones para definir un marco conceptual sobre cómo informar sobre Palestina.

Blanco directo

El cierre por Israel de la Franja de Gaza para la prensa extranjera ha llevado progresivamente a medios de todo el mundo –incluidos algunos sospechosos de ser considerados propalestinos– a reaccionar. Unos 60 periódicos, agencias y canales de televisión difundieron a mediados de julio un comunicado conjunto coordinado por el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés). Entre los firmantes figuran las agencias Associated Press y France-Presse, la CNN y la BBC, los diarios The Guardian, The New York Times y The Washington Post. «Cada vez es más difícil obtener información de Gaza y la que llega a circular es objeto de reiteradas preguntas sobre su veracidad», señalaron en ese comunicado.

Unos días antes Reporteros Sin Fronteras (RSF) había denunciado que la prohibición de ingreso a Gaza a la prensa extranjera no tiene precedentes en conflictos recientes, y lo mismo había afirmado el Sindicato Nacional de Periodistas de Gran Bretaña en un evento organizado en la Cámara de los Comunes de Londres a fines de mayo. «He logrado entrar en algunos de los regímenes más opresivos y autocráticos del mundo, pero lo que ocurre en Gaza lo supera. Nadie entra a Gaza, y no por falta de intentos», dijo en esa reunión Alex Crawford, de la cadena británica Sky News.

Más de un centenar de periodistas ha muerto en Gaza desde el 7 de octubre. El número varía –incluso grandemente– según las diferentes fuentes. A mediados de agosto, el CPJ lo estimaba en «al menos 113», mientras el Centro Palestino de Protección de Periodistas lo elevaba a «más de 170» y RSF lo situaba por encima de 130 en setiembre, incluidos «32 muertos de manera francamente intencional por las fuerzas israelíes mientras cumplían con su trabajo». «Es de todas maneras una cifra lamentablemente muy móvil la de los periodistas asesinados en Gaza. Lo cierto es que no ha habido en tiempos recientes una catástrofe tan brutal para la prensa como esta de Gaza», decía RSF. Desde el 7 de octubre, la asociación con base en Francia presentó cuatro denuncias –la última en setiembre– contra Israel ante la Corte Penal Internacional para que investigue estos asesinatos, considerados como «crímenes de guerra».

Ha habido meses especialmente duros para los periodistas. A mediados de julio se reportó la muerte de cinco en menos de 24 horas en distintos ataques israelíes, y de otros dos el día 31. Ismail al Ghoul, asesinado el 31 de julio mientras trabajaba para Al Jazeera, escribió en la red social X pocos días antes de ser decapitado por un dron israelí: «La guerra de exterminio continúa y seguimos transmitiendo. No pararemos, por muy cansados que estén nuestros cuerpos o por muy agotadas que estén nuestras almas, seguiremos transmitiendo».

Odiosas comparaciones: en 31 meses de guerra abierta en Ucrania, los periodistas muertos no llegan a la veintena.

Poco después del inicio de la ofensiva israelí, Brecha conversó con el español Fran Sevilla, que desde la década del 80 cubre guerras y conflictos para medios de todo el planeta y que en octubre fue enviado por la radio y la televisión estatales de su país a Jerusalén, donde vivió cinco años a inicios de los dos mil. «No es la primera vez que Israel toma como blanco a periodistas, ya lo ha hecho muchas veces, pero ahora es peor, mucho peor», dijo entonces Sevilla. «Igual, las informaciones llegan, a través de los periodistas palestinos que están allí o a través de integrantes de ONG humanitarias, de la UNRWA [la agencia de Naciones Unidas especializada en el trabajo con refugiados palestinos], de la Cruz Roja.» El 23 de octubre de 2023 Sevilla firmó, junto con una cincuentena de colegas, un manifiesto en el que se alertaba sobre el peligro de que «la barbarie contra el pueblo palestino» sea «normalizada» por «los medios y las instituciones democráticas» de Occidente. «Como personas dedicadas al periodismo y la información nos preocupa y afecta la normalización del recorte de derechos y libertades que muchos gobiernos y medios occidentales han emprendido, una vez más, justificando esos atropellos en nombre de una supuesta guerra contra el terrorismo. Más aún cuando esa supuesta guerra la protagoniza un Estado cuyas acciones contra ciudadanos inocentes son, sin duda, la peor forma de terrorismo», decía el texto, publicado en la revista digital CTXT. Y agregaba: «En distintos países, se persigue o silencia a los periodistas que tratan de saltarse la línea proisraelí que imponen sus medios. Israel […] arbitra leyes contra medios e informadores, locales y extranjeros, que “dañan la moral nacional”. En Europa se prohíbe mostrar la bandera palestina en lugares públicos o estadios deportivos. En Alemania, se ha suspendido la ceremonia de entrega de un premio a una novelista palestina. Todo ello unido a la indecencia de presentar la guerra y la venganza como únicas vías de solución, mientras se impide a los periodistas occidentales entrar en la Franja de Gaza».

El factor Al Jazeera

El 22 de setiembre, soldados israelíes armados a guerra invadieron las oficinas de Al Jazeera en Ramala, Cisjordania. Llegaban con una orden judicial para cerrar la sede del canal, al que le prohibieron emitir por 45 días, pero, además, destruyeron equipos en el lugar e incautaron otros. «Lo que quiere Israel es impedir al mundo ver la realidad en Gaza», protestaron autoridades de Al Jazeera, y en el mismo sentido se pronunciaron sindicatos de periodistas de varios países y Reporteros Sin Fronteras.

Unos meses antes, el 1 de abril, el parlamento israelí había aprobado una ley que autoriza la prohibición de medios que «atenten contra la seguridad del Estado». Entre los primeros en ser afectados por la disposición ya había figurado Al Jazeera. Calificado de «medio de propaganda de Hamás» por el gobierno de Benjamín Netanyahu, el canal fundado en 1996 en Qatar se ha erigido en una de las pocas salidas al mundo de la población gazatí, ocupando «un lugar central en la representación que se hacen el mundo árabe, y los palestinos en particular, sobre la guerra en curso», de acuerdo a un informe que en enero le dedicó Médiapart. «Gracias a sus medios excepcionales, a corresponsalías en Tel Aviv, Líbano y Ramala y a periodistas presentes de manera permanente en el enclave palestino, Al Jazzera se convirtió en centro de atención de los palestinos de todo el planeta y, en general, del mundo arabófono», decía el portal francés. Y agregaba que, al margen de las dosis de propaganda procatarí que pueden contener sus transmisiones, Al Jazeera es de los pocos medios de comunicación en los que los palestinos de Gaza y más allá pueden confiar, mucho más que en las coberturas de Palestina TV, percibida como demasiado ligada al gobierno de Fatah en Cisjordania y, por ende, como «colaboracionista» con el ocupante, o del saudita Al Arabiya. A Al Jazeera se la ve en Gaza como «una caja de resonancia», como un factor de «galvanización» de la resistencia, y a sus periodistas prácticamente como héroes, aseguraba. Una de sus reporteras estrella, Shireen Abu Akleh, fue asesinada en 2022 de un balazo en la cabeza por el ejército ocupante en Yenín, Cisjordania, y el respeto por otro ya muy respetado, Wael al Dahdouh, creció cuando las cámaras lo mostraron en el momento en que le informaban, mientras estaba trabajando, que su mujer y sus hijos figuraban entre las víctimas de los bombardeos israelíes. Al Dahdouh fue a velar sus cuerpos y de inmediato regresó a las destruidas calles de Ciudad de Gaza. A poca distancia, uno de sus compañeros se desprendía de su casco de protección y de todos los elementos que lo identificaban como periodista. «De nada nos sirven, igual nos masacran. Peor: nos masacran porque los llevamos», clamó el hombre.

Relevos

Asediados los periodistas profesionales locales, cerrada la Franja a la prensa extranjera, cientos de jóvenes gazatíes se han volcado a las redes sociales para transmitir informaciones sobre lo que está pasando en su tierra. No se consideran necesariamente periodistas (a menudo no llegan a la veintena y muy pocos son los que han trabajado o trabajan para algún medio), pero sí piensan que tienen el deber de romper el bloqueo informativo respecto a lo que sucede en su tierra. La mayoría escriben o hablan en árabe. Otros lo hacen en inglés.

Entre estos jóvenes y jovencísimos nuevos reporteros está Lama Abu Jamous, una nenita de 9 años que hasta ahora ha tenido la suerte de sobrevivir, con sus padres y sus tres hermanos, a las bombas israelíes, primero en su natal Ciudad de Gaza, luego en Jan Yunis, donde se trasladó a casa de sus abuelos junto con su familia, y ahora en un campamento de refugiados en Rafah. Lama tenía 8 años cuando, en mayo de 2023, publicó sus primeras imágenes en Instagram, sobre la vida cotidiana en la ciudad de Gaza. Siete meses después, ya con varias semanas de bombardeos a cuestas y con familiares asesinados (una tía, su marido y sus tres hijos), decidió que sería «periodista a tiempo completo», como su padre, que trabaja para Al Jazeera, según dijo en una entrevista, y comenzó a subir a su cuenta de Instagram fotos y entrevistas, a otros niños, a gente anónima, a artistas, a colegas. A menudo Lama aparece, vivaz, entre los escombros (de la ciudad de Gaza, de Jan Yunis, de Rafah), vestida con el chaleco y el casco celestes que la identifican como trabajadora de prensa y que supuestamente deberían protegerla. Un día, Wael al Dahdouh, uno de sus entrevistados, le dijo, de «periodista a periodista», que mientras existan en Gaza personas como ella «hay esperanza».

Desde diciembre, las publicaciones de Lama en Instagram son prácticamente diarias y hoy tiene en la red unos 871 mil seguidores. «Antes de la guerra hablaba en un programa de radio de mi escuela. El día que la casa de mi tía fue bombardeada y que empezaron a matar periodistas decidí dedicarme a filmar y contar lo que está pasando», le dijo al reportero francés Joseph Confavreux en febrero último. Y a la colombiana W Radio le confió el mismo mes que ella ya se había acostumbrado a los bombardeos, al continuo pasar de los aviones sobre su cabeza, pero no tanto al hambre y al frío que estaban sufriendo ella, su familia y los otros miles de refugiados en los campamentos instalados en Rafah, adonde los propios israelíes los habían conminado a huir. «Lo que más me conmueve es ver cómo niños más pequeños que yo se despiden de sus familiares muertos», dijo. Y también: «He visto a niños llorar de hambre […]. Lo poco que consiguen de ayuda humanitaria, algunos salen a venderla, así como la madera para hacer fuego. Cuando crezca, quiero seguir con mi trabajo de periodista para contar el sufrimiento de los niños, que no han tenido la culpa de nada».

Abod Batah duplica en edad a Lama. Tiene 18 y en Instagram lo siguen alrededor de 3 millones de personas. «Soy el mejor corresponsal de guerra en el mundo del año 2023», «el verdadero heredero de Shireen Abu Akleh», fanfarroneaba a fines del año pasado, poco antes de ser detenido en el norte de Gaza y pasar a presentarse en la red social de fotos y videos como «prisionero palestino liberado». Fotos de cazas israelíes sobre el cielo de Gaza ilustraron un mensaje en el que Abod contaba un sueño que había tenido la noche anterior: que Palestina estaba por fin siendo liberada. Se despertó cuando su madre lo zarandeó para decirle que estaban siendo otra vez bombardeados por los cazas israelíes. «Ahí me dejé de soñar pavadas», escribió. «Hay una diferencia cultural entre nosotros y los habitantes de Tel Aviv», apuntó en otra ocasión tras registrar en video la destrucción de un edificio entero de su barrio, con decenas de personas dentro: «En Tel Aviv, cuando caen cohetes, todo el mundo se dirige a los refugios. Aquí corremos hacia el lugar de la explosión». Una tarde de fines de noviembre en que dejó de lado la ironía lanzó: «Los israelíes tienen que entender que no nos iremos nunca. Que se decidan: o nos matan a todos o se van». Semanas antes Abod había entrevistado en la calle a un chiquilín de 6 años. «¿Qué querés ser cuando seas grande?», le preguntó. Y el nene respondió: «Hamás, quiero ser Hamás».



Mirar y no

Motaz Azaiza es a esta altura un fotoperiodista consagrado, a pesar de sus escasos 25 años. Sus imágenes (fotografías, videos) de la destrucción, pero también de la sobrevida, en Gaza, han dado la vuelta al mundo, y a él le han valido algunos premios internacionales y millones de seguidores en Instagram. Con Lama Abu Jamous, «la periodista más joven del mundo», según la han definido, se cruzaron varias veces en medio de las ruinas y se sacaron fotos mutuamente. «Lama tendría que estar jugando con otros niños en la escuela, pero su vida se ha vuelto un infierno. Tiene 9 años, y parece ya una adulta», comentó Motaz. Durante 107 días desde el 7 de octubre, el joven fotorreportero documentó la masacre día tras día, hasta que a mediados de enero logró huir hacia Qatar junto con su familia. Azaiza piensa haber hecho en ese lapso el trabajo que se espera de un corresponsal de guerra («mostrar todo»), sin que esa fuera para nada su vocación. «Todo lo contrario. A mí me gusta mucho más captar la belleza que documentar las ruinas, que mis fotos desborden de color para que luzcan bien en Instagram, pero he tenido que cambiar eso por la fotografía de guerra. Tenía la esperanza de que, mostrando lo que sucede en mi tierra, la gente, afuera, reaccionara y las cosas cambiaran. Pero no pasó nada», contó en junio en Francia, donde viajó para recibir un premio. En Europa constató que como palestino se enfrenta a un muro casi infranqueable. «Tengo la sensación de que no se mira hacia Gaza, de que no se quiere mirar hacia Gaza. Y que a los palestinos hasta nos dicen qué tenemos que hacer, cómo tenemos que actuar.»

Azaiza tiene un hablar pausado, tímido, de rabia contenida que a veces estalla: «Soy fotorreportero, incluso un poco famoso, pero soy palestino, y ese es un límite. Decenas de colegas han sido asesinados en Gaza. ¿Alguien sabe el nombre de alguno de ellos? Si hubieran sido de otro país, estoy seguro que se conocerían. Cien personas mueren por día en Gaza: por los bombardeos, por las enfermedades, por el hambre, porque en los pocos hospitales que quedan no tienen nada. Muchos son niños. ¿Se ha visto la foto de alguno, se ha leído alguna nota que contara su historia? Todo el mundo debería saber lo que pasa en Gaza, todo el mundo debería mirar esas imágenes de gente asesinada en escuelas, en las calles, en sus casas, en hospitales, por decenas. No hay derecho a no verlas».



¿Palestino y periodista?

Ser palestino y periodista es visto con sospecha en muchas redacciones occidentales, sugiere Clothilde Mraffko, una freelance francesa que hace cinco años se estableció en Jerusalén, desde donde colabora con varias publicaciones de su país, entre ellos el diario Le Monde y el portal Médiapart. «En los medios de comunicación de Europa, el discurso dominante suele excluir del campo político a los palestinos», escribió Mraffko en una suerte de crónica sobre su trabajo en el terreno (Orient XXI, 16-V-24). Se los ve como parte interesada en el conflicto, se sospecha de la veracidad de lo que escriben, cuentan, denuncian, una actitud que no se corresponde para nada con la que se tiene ante medios occidentales que a menudo se hacen eco de versiones oficiales que no contrastan (por no poder o por no querer). «Esta distancia crea un desequilibrio», escribió Mraffko en Orient XXI. «Después del 7 de octubre, Israel se llenó de enviados especiales de todo el mundo que venían a cubrir los crímenes de Hamás y de los combatientes palestinos en los kibutz. Durante largas horas, entrevistaron a sobrevivientes, fotografiaron los lugares y compilaron recuerdos. Transmitían sin parar en directo desde Tel Aviv, bajo el fuego de los cohetes palestinos. A falta de periodistas extranjeros en el lugar, las bombas israelíes quedaban fuera de cuadro en la mayoría de los casos, incluso cuando mataban en pocos segundos a toda una familia. Ninguna pantalla occidental dio cuenta del ruido, el temor y el humo de las explosiones en el enclave palestino.» Los que sí lo hacían eran los periodistas palestinos, poniendo además el cuerpo. «El descrédito que algunos intentan atribuirle a su trabajo, con el pretexto de que son gazatíes, debería ser denunciado con todas las fuerzas», señaló la francesa, indignándose además de que, incluso cuando son bienintencionados, los medios occidentales, en vez de interrogar a los locales para interiorizarse sobre su situación, prefieran consultar a miembros extranjeros de las ONG que trabajan en la Franja. «Estas últimas semanas», señaló Mraffko, «el relato en torno a Gaza tiende a concentrarse en la cuestión humanitaria. En lugar de darles la palabra a los palestinos, invitan a los estudios de televisión a trabajadores de ONG para que le respondan al Ejército israelí. Los palestinos son abstracciones, están despolitizados. Hacerse eco de su voz, volver a colocarlos en el centro del relato y darles importancia implica ser acusado de militante: una forma de desacreditar el trabajo realizado, presentado como irremediablemente parcial y fuera del marco de “la objetividad periodística”».

Diaa al Kahlout es periodista. Era corresponsal en Gaza de una publicación panárabe con sede en Londres y financiada por la catarí Fadaat Media. Entre diciembre y enero pasados estuvo detenido en varias cárceles, incluido el campo clandestino de Sde Teiman. Lo sospechaban de «terrorista». «Periodista», respondía él, y sus carceleros invariablemente se burlaban. Fue torturado y, al salir (fue devuelto a Gaza), solo podía mantenerse en pie «a base de medicación». «Vivo en el terror perpetuo» y «ya no me siento capaz de hacer mi trabajo, de informar sobre lo que pasa», dijo desde Rafah, donde se refugió. «El mundo exterior apenas ve el 10 por ciento de lo que sucede en Gaza. Como periodistas solo pudimos compartir fragmentos de la realidad, pedacitos. No nos creen», afirmó.



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