El reconocimiento integral y sostenido de las identidades no binarias, es decir, las de quienes no se autoperciben como pertenecientes al género masculino ni al femenino, es una cuenta pendiente para la mayoría de las sociedades del mundo. El lenguaje oral y escrito que utilizamos día a día, las formas de crianza y convivencia, la asignación de roles de género desde la infancia y un sinfín de prácticas socioculturales asumen por defecto el binarismo de género y excluyen cualquier matiz intermedio. «Lo que no se nombra no existe», reza una vieja consigna feminista. La lucha disidente por el derecho a la existencia sigue abriéndose paso en América Latina, un continente signado por avances y retrocesos en torno a los derechos sexuales y reproductivos, por la superposición de temporalidades, sensibilidades y normativas, y por las urgencias continuas de las minorías comunitarias frente a la dificultad de sostener la vida.
Argentina, cuyo Parlamento sancionó en 2012 la Ley de Identidad de Género (23.763) para dar lugar, entre otras cosas, a que las personas trans pudieran tener documentos con su nombre y género autopercibidos –una ley similar se aprobó en Uruguay en 2009–, avanza ahora en el camino de reconocer, desde el Estado nacional, este complejo conglomerado de identidades que se definen como no binarias. Las personas no binarias no se agrupan fácilmente en una sola categoría: puede haber algunas que se identifiquen con un tercer género por fuera del binarismo, con dos géneros o con tres, o que no se identifiquen con ninguno, o, incluso, que tengan un género fluido, que supone transicionar entre dos o más géneros de manera perpetua o esporádica. Frente a esta enorme amplitud de realidades, en el decreto presidencial 476/21, firmado por Alberto Fernández el miércoles 21 de julio, el Estado argentino estableció que ahora, en el documento nacional de identidad (DNI), en la categoría «sexo» cada ciudadanx puede elegir entre las letras M, para masculino, F, para femenino, y X, que supone la inclusión de las identidades «no binaria, indeterminada, no especificada, indefinida, no informada, autopercibida, no consignada, u otra acepción con la que pudiera identificarse la persona que no se sienta comprendida en el binomio masculino/femenino».
El cambio, que también alcanza al pasaporte, fue celebrado por las organizaciones LGBTIQ+, que valoraron la importancia social de implementar y fortalecer los derechos reconocidos por la Ley de Identidad de Género, ampliando su alcance más allá del binarismo. El decreto es el resultado de un trabajo sostenido y articulado entre la militancia de la sociedad civil y lo realizado en distintas instituciones estatales y provinciales. Tomando como paradigma la demanda que hizo Gerónimo Carolina Gonzáles Devesa contra el registro civil provincial de Mendoza, que en 2018 le permitió lograr que en su partida de nacimiento no se le asignara ningún sexo, varias personas, en los últimos años, consiguieron que se llevaran a cabo procedimientos similares: sus partidas expresaban, en torno al género, denominaciones como indefinido, no binario, autopercibido, entre otras. Pero hasta ahora esas realidades no se constataban en el DNI ni en el pasaporte.
Del mismo modo, en otros países están surgiendo movimientos que permiten un contexto favorable para este tipo de modificaciones: Canadá, Nueva Zelanda y Australia ya han avanzado en legislaciones similares, y el 30 de junio de este año, en Estados Unidos, se anunció que Joe Biden había dispuesto la implementación de una tercera categoría en los documentos de identidad para designar a quienes viven el género por fuera de la masculinidad y la feminidad hegemónicas (Latfem, 21-VII-21). En un panorama continental y global de disputas sin tregua entre los movimientos de la diversidad y los fundamentalismos conservadores, que adoptan diferentes formatos y estrategias tanto en las derechas como en las izquierdas, Argentina se planta como el primer país de la región que avanza en una política pública de estas características. Incorpora oficialmente las identidades no binarias como eso que siempre debieron ser: parte activa de una sociedad que reconoce su presencia, su aporte cotidiano y su necesidad de hacer trámites, trabajar, viajar, tener espacio y garantías para vivir una vida digna.
Algunas personas y organizaciones han discutido, no obstante, el uso de la letra X como modo de asignar una identidad posible. Entienden que, aun cuando esta fórmula reconoce las disidencias, continúa tomando el binarismo como referencia principal: todo aquello que no es binario queda reunido en ese «afuera» sumamente diverso. De hecho, una de las activistas que recibieron su nuevo DNI tenía, como modo de protesta, una remera que decía: «No somos una X». Otras voces, en tanto, defienden que esa X, en el gesto de no designar de manera explícita una identidad concreta, da lugar a un espacio incierto en el que puede entrar, también, todo aquello que no desea ser nombrado, ni encasillado, ni definido. Los transfeminismos argentinos y latinoamericanos han celebrado la iniciativa, que ven como un avance significativo hacia un futuro más igualitario y democrático, y esperan que pronto sea replicada en otros países de América Latina.