Mientras en Uruguay se celebraba/padecía el “año de la orientalidad”, la Conmebol –presidida por el peruano Teófilo Salinas– decidió reflotar la Copa América, que hacía ocho años no se disputaba. Pero como ningún país se ofreció para hacerse cargo de la organización, se instauró un mecanismo de disputa similar al de la incipiente Copa Libertadores: tres grupos con partidos de ida y vuelta, y clasificación a semifinales del campeón de cada grupo junto al campeón reinante, que en ese momento era Uruguay.
De otro modo no se hubiera podido comprender que la selección que venía de ser humillada en el Mundial de Alemania disputado un año antes, y que ya se movía en el tradicional desorden del que ha hecho gala desde que las pelotas son esféricas, hubiera podido alcanzar las semifinales del torneo.
El partido se jugó en un Estadio Centenario repleto, el miércoles 1 de octubre del 75. Diez días antes Colombia había goleado 3 a 0 a los celestes en Bogotá, pero la situación pareció descomprimirse cuando a los 17 minutos del primer tiempo Fernando Morena anotó el gol de apertura de cabeza.
Luego sí, el popular “Potrillo” mirasol dispuso de dos penales. El primero terminó afuera. El segundo rebotó en las manos del arquero colombiano Pedro Zape. Para peor, Morena fue con todo a buscar el rebote, y el árbitro terminó expulsándolo.
“Yo voy a buscar el balón, pero él llega antes, entonces yo salto y cuando me paro veo al árbitro que me saca la tarjeta roja”, comentó Fernando a El País de Colombia, 29 años después. “Yo silenciosamente me fui, pero la verdad es que no fui yo. No le dije al árbitro quién había sido”, explicó Morena, el ídolo carbonero que nunca pudo convertirse en ídolo celeste, autor de la frase “Quedate acá, cagón”, dirigida a un árbitro asistente que intentaba eludir los proyectiles que le caían desde la tribuna.